Parte 5

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Tenía los ojos medio cerrados. Ella extendío la mano y le cogió la mano, donde acarició su pelo. Su sangre tronaba a través de su cuerpo, con tanta fuerza que le dolía. Ella bajó la mano, la bajó hasta el sostén de su vestido.

- El anuncio para el vestido, dijo que ni tenía botones -, susurró.
- Los ganchos en la parte delantera. Más fácil de abrochar -. Ella bajó la mano derecha, tomó la muñeca de él, la levantó. Ahora sus dos manos estaban en su corpiño.
- O de desabrochar -.

Sus dedos curvados sobre los de él, muy deliberadamente, ella se desabrochó el primer gancho en su vestido.
Y luego el siguiente. Ella movió las manos de él hacia abajo, sus dedos entrelazados con los suyos, desabrochando hasta que el vestido colgaba sobré su corsé. Ella respiraba con dificultad; él no podía quitar los ojos del sitio en el que su pendiente ascendía y caía con sus jadeos. Él no se atrevía a moverse ni un milímetro más hacia ella: deseaba, deseaba demasiado. Quería destrenzar su cabello y envolverlo alrededor de sus muñecas como cuerdas de seda. Él quería los pechos de ella bajo sus manos y sus piernas alrededor de su cintura. Quería cosas que no tenían nombre para él y ninguna experiencia. Soló sabía que si se movía una pulgada más cerca de ella, la barrera de vidrio de control que había construido en torno a sí mismo se rompería y no sabía qué iba a pasar.

- Tessa -, dijo. - ¿Estás segura? -.

Sus pestañas revolotearon. Aún tenía los ojos entrecerrados, sus dientes haciendo pequeñas medias lunas en su labio inferior.
- Estaba segura entonces -, dijo,
- y estoy segura ahora -.

Y ella juntó las manos con firmeza a los costados, donde su cintura se curvaba, a ambos lados de la llamarada de sus caderas.
Su control se rompió, una explosión silenciosa. La atrajo hacia él, se inclinó para besarla salvajemente duro. La oyó llorar de sorpresa y luego sus labios la silenciaron, y la boca de ella se abrió con impaciencia bajo la suya. Tenía las manos en el pelo de él, agarrando con fuerza; ella estaba de pie en puntitas para poder besarlo. Ella le mordió el labio inferior, mordisqueó su mandíbula, y él gimió, deslizando sus manos dentro de su vestido, siguiendo con los dedos la parte posterior de su corsé, su piel ardiendo a través de los pedacitos de la camisola que podía sentir entre los cordones. Él se estaba sacando sus zapatos a patadas, quitandosé los calcetines, el piso era frío contra sus pies desnudos. Ella dio un grito ahogado y se retorció más cerca, en sus brazos. Deslizó sus manos fuera de su vestido y se apoderó de sus faldas. Ella hizo un ruido de sorpresa y luego él estaba trazando el vestido por encima de su cabeza. Ella exclamó, riendo, mientras el vestido se salió de la mayor parte del camino, pero se mantuvo cerrado en las muñecas, donde diminutos botones juntaban los puños con fuerza.

- Cuidado -, bromeó, mientras sus dedos frenéticos movieron los botones abiertos. Lanzó el vestido y lo tiró a la esquina.
- Es una antigüedad -.

- También yo, técnicamente -, dijo él, y ella se río de nuevo, mirando hacia él, su rostro cálido y abierto.

Él había pensado sobre hacer el amor con ella antes; por supuesto que sí. Había pensado en el sexo cuando era un adolescente, porque eso era lo que pensaban los chicos adolescentes, y cuando él se había enamorado de Tessa, había pensado en ello con ella. Vagos pensamientos incipientes de hacer cosas, aunque no estaba seguro de que. Imágenes de pálidos brazos y piernas, la sensación imaginaria de piel suave bajo sus manos.
Pero no se había imaginado esto: que podría haber risas, que podría ser cariñoso y cálido, así como apasionado. La realidad de ello, de ella, lo aturdía hasta dejarlo sin aliento.
Ella se apartó de él y por un momento él entró en panico. ¿Qué había hecho mal? ¿La había herido? ¿La había disgustado? Pero no, sus dedos se habían ido a la jaula de crinolina en su cintura, torció y parpadeó. Luego levantó los brazos y los enroscó en el cuello de él.

- Levantame -, dijo. - Levantame Jem -.

Su voz era un ronroneo cálido. Él la tomó de la cintura y la levantó hacia arriba, fuera de sus enaguas, como si estuviera levantando una orquídea, libre de su jarrón. Cuando él la bajó de vuelta, llevaba sólo su corsé, bragas y medias. Sus piernas eran tan largas y hermosas como el recordaba y había soñado.
Alargó la mano hacia ella, ella la tomó en las suyas. Tessa seguía sonriendo, pero ahora había una cualidad pícara en ella.

- Oh no -, dijo, haciendo un gesto hacía él, sus pantalones vaqueros y su suéter. - Tu turno -.

Después Del Puente: Jem y TessaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora