ACTO I: LIBERTAD RECIÉN ENCONTRADA
Rich corre y corre mientras su nación arde en las llamas. Gritos, alaridos, llantos y gruñidos era lo único que se escuchaba mientras todo lo que conocía era convertido en cenizas. Tuvo que ver a mujeres y niños siendo despedazados por las bestias mientras los caballeros inútilmente trataban de salvarlos. Vio de primera mano el interior de un humano, sus órganos siendo masticados por dientes afilados como cuchillos, fue algo que nunca quiso volver a ver.
Todo lo que podía oír era el pánico de la gente. El miedo puro, sin adulterar, gobernaba la noche. La luna se había ocultado, como si tuviera pena de verlos en ese estado tan cercano a un animal acorralado desesperado por sobrevivir.
El reino había caído. Y el, cómo heredero legítimo al trono había fallado en su misión de proteger a su pueblo.
Estaba en el jardín observando como florecían las flores de wither cuando se oyeron los primeros gritos. En el caos que siguió, recibió las órdenes directas de huir del reino. De abandonar a su gente. A sus padres.
(—¡No hay tiempo! —Dijo su madre, su tan inteligente y calmada madre, que siempre estaba inmutable y era imposible de exaltar. Sus ojos rojos quemados estaban muy abiertos y, si Rich estaba viendo bien, con un deje de miedo.
Su padre lo miró a los ojos, serio y firme, más gobernante que padre, y le ordenó con el mismo grado de seriedad— Corre —le dio algo envuelto en tela, un objeto redondo, y Rich lo agarró cuidadosamente entre sus palmas— y no mires atrás.)
Pasa un momento y una luz cruza el firmamento, más brillante de lo que es el Sol. Es blanco cegador, brillando como la última estrella en el cielo. Es tan brillante que Rich tiene que cubrirse los ojos con su antebrazo mientras aplica presión para no quemarse los ojos con su luz.
Después de un momento en el que siente que el calor ha amainado, sigue corriendo.
¿Hacia dónde? No lo sabe, pero sigue corriendo.
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Viajar por el portal se sintió como ser succionado por el mar de lava. Lo deja mareado y confundido mientras trata de orientarse con el mundo a su alrededor. La cabeza le palpita con fuerza, dejándole con lo que sería un fuerte dolor de cabeza después. El peso de estar vivo lo golpea de lleno en la cara.
Está vivo. Está vivo. Esta vivo—
Quiere reír por todo eso, reír hasta volverse loco, pero no puede permitírselo, no sin saber si está a salvo en el otro lado.
Se dispone a estudiar su entorno. El cielo azul (el cielo siempre fue rojo, ¿dónde está exactamente?) lo saluda, el sonido de las cigarras reverbera en sus oídos, silencioso y tranquilo. Los árboles exuberantes se alzan hasta donde alcanza la vista, escucha el sonido de loros picoteando los árboles, el agua chocando con las piedras...