El almuerzo es uno de mis momentos favoritos, en el cual puedo hacer lo que quiera, hablar con quien quiera, mirar a quien quiera, sin ser castigado por los profesores.
Como un niño cualquiera, jugaba con las papas que había en mi plato. Ya había terminado de comer, pero aún faltaban diez minutos para volver a clase.
Escuché una risa femenina cercana y mi vista pasó del plato al lugar de donde provenía esa risa contagiosa.
Mis ojos se encontraron con Ophelia, o, como la llamaban sus amigos, "Lia".
Me quedé observándola sin mostrar expresión alguna, atento a cada movimiento y reacción que tenía al hablar con sus amigas.
Es extrovertida, le cae bien a todos, su sonrisa es perfecta, siempre es el centro de atención. La gente siempre la escucha, destaca entre sus amigas, como un ángel de luz; es hermosa en todos los sentidos de la palabra.
La admiro, ella es todo lo que yo no soy. Soy un tímido al que consideran raro solo por no ser como los demás.
En mi grupo de amigos nunca destaco, nunca me escuchan, es como si no existiera. Ya ni siquiera sé si llamarlos amigos.
Mis amigos son todo lo que yo no soy: divertidos, asisten a fiestas, fuman, salen con chicas. Todo lo que aspiro a ser, ellos ya lo son.
Deseo ser como ellos, pero simplemente no encajo, nunca seré como ellos.
Todo esto me llevó a obsesionarme con la idea de sobresalir.
Conocí a Ophelia hace tres meses, y desde que la vi, me enloqueció.
Ella encarna todo lo que me resulta fascinante.
Es hermosa, graciosa, popular, nada le avergüenza. Quisiera tener a una chica como ella.
Llegó la noche y nuevamente me encontraba en mi cuarto, masturbandome pensando en ella.
Me ponía durísimo pensar en tenerla, tener su cuerpo, sus grandes pechos.. todo.
Mi mente se llenaba de imagenes obsenas de ella desnuda montandome mientras sus redondas tetas rebotaban, comiendome la polla, o yo chupando sus pechos hermosos.
Me corrí al poco tiempo, era una frustración no poder matar este deseo carnal con ella.
Cada vez me obsesionaba más la idea de estar con ella, la seguía por todas partes, la observaba todo el tiempo, deseaba saber todo sobre ella.
Comencé a tomarle fotografías para guardarlas, a veces las usaba para tocarme o solo admirarla. Escribí sobre ella en algunas cartas.
Ophelia solo me dirigía la palabra cuando era necesario, pero eso me bastaba para imaginar su voz gimiendo mi nombre.
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"Bien, este trabajo es muy difícil, así que para que no se distraigan, las parejas las escogeré yo."
Todos bufaron de mala gana al escuchar al profesor Quirrell. Yo imploré a Dios para que no me asignara con alguien perezoso.
El profesor empezó a asignar las parejas una por una, eligiendo los nombres de una lista de alumnos.
"Avery y Berkshire." El profesor continuó diciendo apellidos al azar, pero mi corazón se detuvo; por fin había tenido la suerte de coincidir con Ophelia.
Mi mente se llenó de dudas, pensamientos e imágenes sobre ella y yo haciendo el trabajo juntos.
Ophelia se acercó a mi al poco tiempo de ser nombrados por el profesor.
"Hola Loren." Su voz tan hermosa me dijo un apodo mientras ella enredaba su dedo en un mechón de pelo como una niña.
"Hola." Traté de parecer tranquilo mientras observaba su boca hablar y su camisa que me dejaba a la imaginación sus pechos.
"Oye sobre el trabajo que te parece si nos reunimos el viernes para hacerlo?" La dulce Lia me preguntó, si supiera que yo haría todo lo que ella me pidiese.
"Claro, que te parece en mi cuarto?" Me animé a invitarla a mi cuarto, ni yo mismo me lo podía creer. Solo esperaba una cara de desagrado o una excusa tonta de su parte.
"Perfecto, entonces el viernes a las.. siete en tu cuarto, nos vemos." Me sonrió y me guiñó el ojo antes de irse, necesitaba que alguien me pellizcara ya mismo.
