CAPÍTULO UNO

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EEse sentimiento tan efímero que te hace ahogarte en un vaso de agua, aquel que no te deja dormir ni pensar claramente. El aire fresco, el cielo cubierto de nubes con un atardecer apagado, el celular marcando las 5:30 pm. Contemplar el mar y sentir la brisa en mi cara era reconfortante, ver las olas romper con una fuerza indescriptible, al mismo tiempo observar a los surfistas entrenando para los juegos, preparándose para ganar el oro. Mientras tanto, aquí estoy yo sentada, observando todo desde la cálida arena que abriga mis pies. Cómo es que me había preparado con tanto esfuerzo para poder ganar este año y así proponerle matrimonio a Alex. Los Juegos de París, el evento más esperado por ser realizado en la ciudad del amor, donde hubiera sido la oportunidad perfecta. Pero esa idea se apagó cuando el doctor oficial de los juegos dio el diagnóstico indicando que no podría participar en los Olímpicos ni hacer mi propuesta. Ese fue el dolor más grande, más que la lesión en mi tobillo.

Aún puedo escuchar los gritos en mi cabeza, el agua salada entrando en mi boca, la sensación de que todo mi cuerpo se siente pesado y simplemente se hunde con el mínimo esfuerzo que hago, esa sensación de estar a punto de morir y el único recuerdo antes de colapsar es sentir las manos de alguien sujetando mi cintura. Aunque no sé qué siguió después de eso, solo sé que desperté en una incómoda cama de hospital, con el claro sonido de los pájaros cantando y la brisa que traía el mar golpeando las ventanas con un sol abrazador.

Solo me queda observar cómo se desborda la felicidad de las personas al tomar esas olas en plena madrugada y saber que pueden ser los próximos campeones del surf. Mis ojos estaban húmedos, se querían llenar de lágrimas, pero regresé a mi realidad con un sonido muy familiar proveniente del teléfono. Era «Cuando pienses en volver», una famosa canción de Pedro Suárez-Vértiz. Aunque me había enterado de que falleció recientemente, su música me hacía sentir tranquila, calmaba a esa niña interior que abandonó su cultura, su país natal, y extrañaba todo de su lindo hogar.

Abrí la puerta para dirigirme a la sala, pero salió a recibirme un gran invitado, era Lox, nuestro gato. Encendí el televisor para luego alejarme a la cocina y tomar un vaso de agua mientras pasaban las noticias de la mañana. Hablaban de un señor que había robado una tienda de conveniencia coreana, lastimando a una mujer de 60 años que era la dueña. Gracias a Dios la atendieron a tiempo. Fue cuando me di cuenta de que había una nota pegada en la refrigeradora, con esa caligrafía que me gustaba: «Te veo en la noche, cariño, ponte linda». Solté una pequeña sonrisa de alegría por este tipo de detalles, pero esa alegría duraría muy poco. De repente mi cara cambió cuando escuché un tema que no quería oír.

—Y ahora con los deportes—, dijo la reportera del canal de Spectrun Notice que el día de hoy estaba con un maquillaje muy fuera de tono. —La campeona tres veces consecutivas de los oros en el surf no podrá participar este año en la competencia que se llevará a cabo en París. Se dice que la lesión en el tobillo fue provocada malintencionadamente por una de las tantas rivales de la galardonada campeona. Se dice que, si ellas no logran ganar el oro, podrían perder sus patrocinadores. Es una lástima no tener a la representante de los latinoamericanos en los juegos olímpicos de este año.

Aunque todo lo que están diciendo en la televisión fuera verdad o mentira, ya no se podía hacer nada. Al fin y al cabo, uno no puede estar lamentándose como un niño que pierde un juguete; eso se convertiría en un berrinche. Lo único que se puede hacer es aceptar que todo eso se dio por algo, ahora solo me queda seguir adelante. La mesa se empezó a mover y un sonido la acompañaba, era el teléfono que sonaba. Miré la pantalla para contestar.

—Hola, Raquel—respondí.

—Leia—dijo con una voz quebradiza.

—Dime, ¿sucedió algo?

—Debes venir pronto, algo malo pasó con las muestras—, habló con un tono preocupante.

Salí de inmediato agarrando las llaves de la casa junto con las del carro. Había olvidado cambiarme porque la ropa deportiva no es adecuada para un laboratorio, pero durante mucho tiempo habíamos estado trabajando con esas muestras y no iba a permitir que se perdieran. Conduje lo más rápido que pude para llegar al laboratorio. Gracias a Dios, este estaba cerca del muelle.

Cuando llegué a la sala, todos estaban cerca de la mesa junto al microscopio. Sentía una tensión en el ambiente, fue cuando Sol se acercó a donde estaba y empezó a narrar los hechos, uno de los practicantes rompió un recipiente donde se encontraba la muestra principal. Trataron de arreglar el problema, pero cuando intentaron arreglarlo, la muestra había muerto. Me acerqué al microscopio y de pronto sentí un gran vacío en el pecho, todo lo que había trabajado estaba perdido. Aparte la vista de las muestras, dirigí mi mirada hacia los practicantes y vi la cara de Leo que lloraba, estaba en un rincón sin saber qué decir. Esta era la única prueba de saber si la empresa que estábamos investigando traficaba ilegalmente con tiburones y los exportaba a Perú. Ahora todo esto está perdido, ¿Qué le diré a los investigadores?

Leo trataba de hablar, pero solo podía mostrar tristeza y arrepentimiento en sus ojos, se podía sentir todo eso nada más observar su rostro. Lo único que podía decirle en esos momentos es que ya no insistiera más, que se secara las lágrimas, que me haría responsable de lo que sucedería más adelante, con la única condición de que se fueran a casa y me dejaran a mí el resto. Raquel trató de calmar el ambiente, disculpándose por hacerme venir sabiendo que estaba recuperándome de la lesión, contándome que había oído el reportaje de Spectrun Notice.

—Lo siento mucho por lo de París.

—No te preocupes, estaré bien—, dije agarrándome el pelo desordenándolo y mirando la playa desde la ventana.

—Es que no es justo, te habías esforzado mucho para ganar el oro y proponerle matrimonio a Alex.

—¡Déjalo así, Raquel! —grité, sin pensarlo levanté mi cabeza y cuando me di cuenta su rostro estaba asustado. —Todo eso ya pasó, buscaré otra manera de hacer la propuesta—respondí con la cabeza cabizbaja.

Sentí sus brazos envolver mi pecho, su cálido abrazo me traía tranquilidad, además de que su cabeza se posó en mi espalda. No habló en todo el rato que me abrazó. Raquel era la única que me conocía bien desde hace 12 años y sabía que no me sentía bien ni estaba feliz por lo que sucedió con los juegos. Sin decirle nada ella ya podía saber todo de mí, era como si leyera mi mente, como si conociera todos mis pensamientos.

—¿Mejor, Mack?— se apartó, dejando de abrazarme.

—Gracias, morocha— dije sonriendo y mordiéndome el labio.

—¿Qué acabas de decir, estúpida? —respondió con una cara dudosa. Tan solo ver su expresión hizo que me riera a carcajadas.

De repente oí el celular vibrar, en la pantalla principal salía que era la notificación de un mensaje de WhatsApp. Era de Alex, abrí el mensaje en el cual me decía que no me había encontrado en la casa, pero dejaba una pequeña sorpresa para mí. Mientras mi vista estaba en el celular, sentía que alguien tenía una mirada irónica hacia mí. Simplemente ella sonreía con sus brazos entrelazados, agarré mis cosas y me empujó a la puerta. Le dije que me esperara porque tenía que arreglar todo el malentendido con la policía. <<Ve con tu amor, yo me encargo del resto>>.

¿Alguna vez has oído acerca de las personas arcoíris? Son aquellas personas que no piden nada, poseen una sabiduría única. Actúan por comprensión, no por sentimientos o creencias. Tienen una visión muy clara de la vida y las circunstancias, ellos reflejan la compasión. Para mí, Raquel Hidalgo era una persona arcoíris. Ella había sufrido mucho pero simplemente mostraba una sonrisa ante cualquier situación, esa sonrisa era como un atardecer tan brillante y cálido, y era la que también me hacía sonreír.

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⏰ Última actualización: Oct 17 ⏰

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Dedicado a mi primer amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora