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"No quiero perderte esta noche"

- The goo goo dolls.



— Hola, ¿eres Josh Kensington? —preguntó una voz masculina al otro lado de la línea.

— Depende de quién pregunte —respondí sin mucho interés mientras miraba el partido.

— Joven, no sabía a quién llamar, pero ella no paraba de mencionar su nombre y... —no lo dejé terminar.

— Ya sé de quién me habla —suspiré, mirando hacia el techo y maldiciendo por dentro lo que iba a decir a continuación—. Deme la dirección, iré por ella.

— Es el club PRISM, al lado del estadio.

— Gracias —dije, colgando antes de que pudiera agregar algo más.

Me levanté del sofá, apagando la televisión de un golpe y agarrando mi chaqueta. No podía creer que estuviera pasando otra vez. Aunque me sentía agotado, no podía ignorar la llamada.

Salí de mi apartamento y me dirigí al club. La noche era fresca y las calles estaban tranquilas. Manejé lo más rápido que podía, con el corazón latiendo con fuerza.  Al llegar al club, me baje del carro con prisa. Minutos después de buscarla, la vi sentada en la acera, con los ojos llenos de lágrimas.

— ¿Estás bien? —pregunté suavemente.

Ella levantó la mirada, y al verme, apartó la vista rápidamente. No quería verme, pero aquí estaba, y no podía irme. Me senté a su lado, sin decir una palabra más, dejando que el silencio hablara por nosotros. Las luces del club parpadeaban, y el ruido de la música se mezclaba con el sonido de sus sollozos. Sabía que esto no arreglaba nada, pero en ese momento, estar ahí era lo único que podía hacer.

— Ash...—murmuré viéndola. Sus ojos se veían cansados, su pelo revuelto, sus mejillas se encontraban rojas por tanto haber bebido.—

— Vete...— lo dijo en un susurro. — Vete, por favor...—volvió a decir sin mirarme, su  mirada clavada en la botella de cerveza que tenía en la mano.

—Oye... Sé que no querías verme ni en pintura, pero un sujeto me llamó y... —Me detuve al verla beber de la botella, como si su vida dependiera de ello. —He venido a recogerte.

Ella me miró, y el brillo que antes tenía en los ojos... había desaparecido. Sin decir nada, se levantó torpemente, aún sosteniendo la botella, como si su vida dependiera de ello.

Me apresuré a ponerme de pie, tratando de sostenerla, pero ella me apartó con un gesto torpe y cansado.

—¿Dónde está tu carro? —preguntó con la voz arrastrada y quebrada, mientras tomaba otro sorbo. —Me imagino que lo trajiste, ¿no? —Se tambaleó un poco, casi perdiendo el equilibrio, y mi corazón se encogió al verla así.

Había cagado todo

Suspiré, asintiendo. —Sígueme. —Empezamos a caminar en silencio, la tensión palpable entre nosotros. A veces, las palabras no eran necesarias.

Minutos después llegamos al carro. Traté de abrirle la puerta del copiloto, pero ella se negó y, en vez de sentarse a mi lado, se dejó caer en el asiento trasero, marcando más distancia entre nosotros.

Me quedé un momento allí, con la mano en la puerta, sintiendo el peso de su dolor y el mío propio. Cerré la puerta con suavidad y me dirigí al volante, con un nudo en el estómago. Sabía que la había cagado, pero tenía que encontrar una manera de que viera que ya no era el chico que la dejó sola, el inmaduro que se dio cuenta demasiado tarde de que ella era la mujer con la que quería pasar el resto de mis días.

Mientras manejaba, cada respiro que tomaba, me recordaba el vacío que dejé en su vida y en la mía. No solo tenía que demostrarle que había cambiado, tenía que hacerle sentir que aún había esperanza, que nuestro futuro no estaba completamente perdido.


Lo Que Tuvimos Que OcultarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora