LIII. De remordimiento y miseria.

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Durante su encierro, Víctor olvidaba por momentos la muerte de Christabel, pero cuando su mente se había acostumbrado a estar despierta de nuevo, no podía pensar en otra cosa. Había sido su culpa. Alistair le pidió ayuda con su protección y él no pudo hacer una maldita cosa para ayudarla. Ahora estaba muerta.
Después de ese día, el mismo hombre de lentes entraba cada cierto tiempo para alimentar a Víctor con comida insípida, pero él no mostraba ni un ápice de molestia. Lo consideraba su castigo por haber fracasado. Se pensaba a sí mismo como el asesino de Christabel.
Cuando pasó una semana, el hombre de los lentes se dirigió a Víctor:

- Mi nombre es Dee. Trabajo para Zalman y mi trabajo es probar reliquias. Me dijeron que tú llevabas una hasta hace poco: El catalejo. Facilita las cosas, puedo ahorrarme explicaciones. Lo importante es que las reliquias nunca vienen con un instructivo, yo soy quien se encarga de comprender su funcionamiento y limitaciones… a veces el gatillo es una palabra en un determinado idioma o un movimiento o un momento del día. Ahora mismo me acaban de conseguir una reliquia, la más incomprensible que he visto y tú serás mi conejillo de indias, así que espero que estés listo.

Víctor aceptó. No había nada más que hacer. Si así moriría bien, después de todo, se lo merecía. Dee lo obligó a ponerse esposas. Abrió la puerta de la celda con cautela, temiendo que Víctor opusiera resistencia, pero no fue así. Estaba dispuesto a cualquier castigo. Incluso una pequeña parte de él comenzó a anhelar la muerte. Dee lo sacó de esa habitación, lo introdujo al cuarto contiguo, llevándolo hasta una silla donde tomó asiento y lo ató de piernas y brazos. Con todo listo, Dee se alejó hasta una computadora en la que tecleó algunos comandos. Algo sostenido por pinzas robóticas descendió hasta estar frente a Víctor. Era un orbe de luz que palpitaba en perpetuo cambio. Sus colores y forma eran inexactos. No comprendía qué estaba viendo. La esfera emitía frío y calor a la vez. Las pinzas metálicas acercaron el orbe al rostro de Víctor, quien estaba más inquieto. Sentía su presencia ominosa acariciarlo. Cuando la luz lo tocó, sintió un calor frío. Creyó que moriría por las sensaciones. El orbe adquirió un color negro absoluto. El sonido del silencio enmudeció. El mundo gritó. Creyó que estaba muriendo. La errónea sensación de fatalidad fue precedida por una explosión muda. Agonizó sordo, ajeno a sus propios gritos. El dolor era lo único que quedaba. Así fue hasta que perdió la noción de todo. El tiempo no existía. Entre sus últimos pensamientos, lo vio otra vez, como aquella primera ocasión en que usó el catalejo: un ojo lo observaba.

Víctor despertó aturdido y fuera de sí. Se llevó las manos al rostro. Su piel se sentía diferente ¿Quemaduras? No podía ver, no había luz o había perdido la visión. Estaba exhausto ¿Qué era esa reliquia? ¿Qué le hizo? Solo podía pensar en eso. Notó demasiado tarde que ya no estaba atado a la silla. Se puso de pie muy trabajoso. “¿Dee?” preguntó al aire. La respuesta no llegó ¿Por qué seguía vivo?
Caminó a tientas intentando comprender lo ocurrido. A lo lejos vio una luz ¡No estaba ciego! La iluminación gradual le permitió ver que el edificio donde caminaba estaba a punto de caerse. El daño por la explosión era evidente. Miró al cielo y todo lo que le rodeaba, la ciudad estaba en ruinas… la reliquia había destruido todo ¿Por qué sobrevivió? Se dejó caer de rodillas admirando con horror ese paisaje desolador. ¿Era el último hombre vivo? Se preguntó tantas veces el motivo para estar ahí y, sin encontrar respuesta, se paró y deambuló por la ciudad derruida sin destino alguno.

Las reliquias.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora