Prologo

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Dos meses atrás

- ¿No puedes decirme lo que sea rápido? Eras tú la que tenía prisa en que terminara con esto.

Azul la miró con una ceja alzada.

-Anda, siéntate.

Venecia suspiró y tomó asiento en frente de su tutora, con una pequeña y elegante mesa separándolas.

-Estas inquieta, nunca lo estuviste desde hace mucho tiempo…

Ella la miró fijamente.

-Tenemos planes, cinco días antes de la mascarada.

-Creí que querías saber el significado de mi incesante insistencia en que te alejes de William. -Azul hablaba con calma, entrelazando los dedos sobre la mesa, sin embargo, Venecia notaba el ligero temblor de sus dedos.

-Dime -susurró.

Azul inhaló profundamente antes de verla a los ojos.

-Muchos años antes de que siquiera tu existas, yo había ascendido, era mi primer año en este mundo, era imprudente, ingenua, creía que podría ser peligrosa e implicar justicia como haces tú. Venecia no logró identificar que le decía sus ojos -fui al mundo mortal, conocí a un hombre, claro, me enamoré profundamente de él. Creía que me amaba y me aceptaría tal cual yo era. Lo que yo era.

Venecia sentía como evitaba respirar, moverse, cualquier cosa que hiciera que Azul dejara que sus palabras se las llevara el viento y su cuento quedara vacío sin final. Ella estaba tan tensa como jamás la había visto, apretaba la mandíbula con fuerza para retener el sufrimiento que intentaba esconder.

-Un día se lo dije, su rostro había cambiado rotundamente, se había llenado de odio y repulsión. Decía que yo no debería existir, que él no me amaba, creía firmemente que yo lo había embrujado para atraerlo a una muerte segura como en los cuentos infantiles…

Ya no miraba a Venecia, miraba a través de ella, su ser estaba en la época pasada, siglos antes del momento en que se encontraban. Sus ojos, eran dos lagunas cristalinas, Venecia se veía a sí misma en ellos, pequeña y vulnerable.

-Pasaron los días y no supe nada de él, seguí interviniendo indirectamente en la policía, él lo sabía, ojalá hubiera reparado en ello. Estaba golpeando a un hombre en un callejón cuando una mano me tomó por sorpresa tapándome la boca, estaba aterrada por supuesto, aun así, cuando el hombre que atrape salió corriendo, lo comprendí, era un señuelo, un señuelo para mí, para asesinarme.

Venecia tomó incisivamente las manos de Azul, estaban heladas.

-Ese fue el día en que descubrí que tenía la habilidad de mover la tierra y el aire. Lo embestí con una tormenta que arrasó no solo con él, sino con su vida. Lo lancé con demasiada fuerza contra un muro, se le derribó encima, vi el momento en que un ladrillo caía en su cabeza, oí el momento justo en que perdía la vida y la luz abandonaba sus ojos.

-Lo siento mucho -susurró Venecia. Esta vez Azul si la miró a los ojos, no había solo dolor, había pesar, pero no sobre la historia contada, sentía pesar hacia ella.

Venecia sintió como un nudo se le formaba vorazmente en la garganta mientras se preparaba para lo que sentía que seguiría.

-La luz abandonó su alma, eso sin duda, ya que otra la reemplazó, una bruma oscura como la noche sin estrellas, una que se alzaba de su cuerpo y se desvanecía en el aire.

Venecia palideció, por primera vez agradeció haberle hecho caso a Azul cuando le dijo que se siente.

-Lo supe en el momento en que ocurrió, no me quede a ver más. Me desvanecí en el torbellino que aún se alzaba alrededor de nosotros. Al volver aquí mi instructora lo confirmó. Él se alzó, ella lo supo por el hecho de que lo ocurrido alarmo hasta los dioses.

- ¿Qué quieres decir?

-No se alzó a un mundo creado como tú y yo, creó el suyo, el mundo de las sombras, y él se convirtió en su rey.

Él se convirtió en su rey.

Era él.

El causante del caos, de la destrucción en la tierra, de la muerte de Azul.

Era él.

Su padre.

-Tu cuerpo… -balbuceó.

-Sí, volvimos a encontrarnos un par de siglos más tarde, intentó asesinarme nuevamente, esta vez contaba con nuevos recursos. Ese fue su plan, se entrenó como los grandes, y lo logró. Logró asesinarme. Esa noche ambos descubrimos que podía morir el cuerpo y dejar vivo el alma.

-Te volviste guardiana.

-Si.

Venecia apartó la mirada, intentando reunir piezas de un rompecabezas.

-Yo…

Azul asintió despacio.

-Él estaba furioso, había tardado dos siglos en matarme y fracasó. Comenzó desesperadamente a enviar demonios a la tierra, una clara advertencia, iba a por mí. También quiso crear su ejército, humano.

Ella frunció el ceño.

- ¿Perdona?

-Herederos. Tuvo más de treinta según sé. Todos, esperó a que llegaran a la mayoría de edad, los asesino, y todos murieron en paz.

-Yo no era mayor de edad.

-Ya estaba desesperado cuando llegó a ti.

- ¿Hay más…como yo? -vió reflejado en los ojos de Azul la desesperación que cargaba su mirada, esperanza, alguna oportunidad de seguir teniendo una familia.

-No que yo sepa. Eres su única descendiente que se elevó.

-Eso crees tú.

-Eso me confirmó Zeus. Lamento no ser familia suficiente para ti.

Venecia se irguió de golpe.

-No es lo que quise decir.

Una laguna bailaba en el iris de azul, brillaba cristalina sobre sus profundos ojos, contenían furia, dolor, y tantas cosas que le quitaban el aire de los pulmones a Venecia.

-Lo se pequeña.

- ¿Y mi madre? -preguntó de pronto, las palabras le ganaron a su boca antes de impedir soltarlas.

-Él la mató.

Ella lo sabía, muy en el fondo lo sabía. La ira y el dolor de haberla perdido sin haber podido estar ahí la invadió.

- ¿Por qué? -dijo un hilo de voz.

-Era demasiado pura, gracias a ello estas aquí.

Cerró los ojos, las lágrimas le quemaban la piel mientras caían como cascada por su rostro sin color. Miró más allá de los límites de su hogar perdido a través del ventanal que había al lado de ambas. Su hogar, su prisión, su libertad. Todo por culpa del hombre que le arrebató todo. ¿Qué era la inmortalidad si no tenías nada? Era eso precisamente, la nada. Ella se lo haría saber.

-Con respecto a William…

-No sigas por favor…

-Tiene la sangre especial como tú.

Ella lo miró alarmada.

-Si muere, las probabilidades de que se eleve son demasiado altas. Él e Indalehci lo saben, ese es su plan.

Al final, su mundo cayó. Se sentía derrumbada, perdida, volvió a ser la niña que vió morir a cada ser amado, la niña sin vida que viviría para siempre.

-No lo permitiré. – fue todo lo que logró decir.

Reino de OroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora