Mile Romsaithong, con un Doctorado en Bioquímica,
¿Sería capaz de rendirse a su magistral seducción?
En la televisión, el Doctor Mile Romsaithong enseñaba la ciencia de la atracción.
Ahora, ese Genio millonario quería emplear sus conocimientos con...
Ya le dolía mucho tener que volver a renunciar al trabajo en el laboratorio, pero tener que dejar a Nattawin, embarazado y probablemente asustado, precioso, divertido e increíblemente sexy, lo destrozaba.
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Tampoco estaba preparado para hablar de los motivos que tenía para Tomar un avión a Los Ángeles. Era fundamental que se separara de Nattawin y del niño antes de que sucediera algo malo. Sin poder evitarlo, sacó la cartera y desplegó la ecografía que había conseguido que le diera la ecografista, mientras nattawin hablaba con la Doctora Dean. La pequeña mancha carecía de rasgos. Solo era un conjunto de células y el latido de un corazón. Pero la mitad de su ADN procedía del hombre que había destruido la larga relación de mile con la química. Era fácil imaginarse que Nattawin diera a luz y el bebé tuviera el cabello negro y rasgos españoles, ya que Cardoza procedía de un linaje Fuerte; en caso contrario, Nattawin no lo hubiera elegido.
Una vocecita interior, que había comenzado a susurrarle en la consulta de la Doctora, lo acosaba a todas horas: «Si Nattawin me hubiera pedido que fuera yo el donante…» Era una locura. Si se lo hubiera pedido, se habría negado tajantemente, por las mismas razones que le había dicho que no le gustaba verse obligado a ser, sin su consentimiento, el modelo masculino para su hijo que el le había asignado. Un bebé no tenía nada que ver con el campo que él dominaba. Su papel no era ser padre. Quien tenía un hijo no podía estar totalmente seguro de seguir queriendo tenerlo. Y cuando se daba cuenta, ya era tarde porque el niño había nacido. Pero era muy fácil darlo en adopción o a una familia de acogida. El dolor que a él le había supuesto dicha experiencia nunca Cesaría, aunque quisiera hallar la manera de apoyar a Nattawin y a su hijo, Ahora lo comprendía.
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Cardoza había dejado de ser la razón más importante para que Mile no pudiera hacerlo. Tal vez no lo hubiera sido nunca y él se había servido de su antiguo rival como excusa para pasar por alto el verdadero problema: su incapacidad de superar su infancia. No tenía nada que ofrecerles a Nattawin y a su hijo, ni capacidad para ser padre ni un modelo que sirviera de ejemplo. ¿Y si lo intentaba y salía mal? Destrozaría la vida de un niño.
Cuanto más miraba la ecografía, más emociones encontradas Experimentaba. El dilema era brutal. No podía quedarse, pero no quería volver a Hollywood. Tal vez hubiera una tercera opción. ¿De qué le servía tener una saneada cuenta corriente si no podía comprar lo que deseaba? En otra época habría dado la mano derecha para que apareciera un benefactor que pusiera dinero para su laboratorio, y no le hubiera importado que este se pasara de vez en cuando para estudiar los detalles esenciales. Sin darse tiempo a cambiar de idea, se sentó al ordenador y se pasó dos horas haciendo preguntas a todos sus conocidos con la esperanza de enterarse de proyectos fuera del sistema universitario que necesitaran dinero en efectivo.
En cuestión de media hora aparecieron cuatro respuestas en la bandeja de entrada. Agarró el teléfono y habló con personas importantes a las que hacía años que no veía. Le supuso una catarsis enterarse de que la comunidad científica no lo había rechazado y que seguía habiendo laboratorios que esperaban cambiar el mundo con un gran descubrimiento. Todos necesitaban financiación. La tercera llamada la hizo a Val Gochnaer, un hombre con el que había trabajado mientras hacía la tesis Doctoral. Val trabajaba en un Laboratorio de ideas en su Suiza natal y necesitaba dinero con urgencia o el laboratorio cerraría al cabo de un mes.
Oyó que Nattawin introducía la llave en la cerradura y entraba justo cuando estaba acabando de hablar con Val. Tenía la impresión de que el proyecto de este era lo que estaba buscando, aunque debería viajar a Suiza para comprobarlo. Ese mismo día. Tenía que estar en el plató televisivo el Lunes, así que el momento era perfecto.
Salvo porque debía decirle a Nattawin que se iba. Ya le dolía el pecho. ¿Cómo iba a conseguir llegar al final de la conversación?, Cuando el dejó las maletas y se lanzó a sus brazos, su olor a melocotón lo hizo desfallecer. En lugar de apartarlo, como hubiera debido hacer, lo abrazó y aspiró su aroma, probablemente por última vez. Si financiaba el laboratorio de Val, lo más seguro era que acabara pasando todo el tiempo libre en Suiza. La situación parecía hecha a su medida. Si estaba en otro continente, no podría verse tentado de ir a Dallas a pasar el fin de semana en la cama de Nattawin.
–No esperaba que volvieras tan pronto. Creí que volabas esta noche. ¿No ibas a cenar con Jeff y su esposo? Nattawin asintió y se separó de él lo suficiente para que le viera el rostro.
–Sí, pero a Phillip le ha surgido un imprevisto. Es la ajetreada vida de un senador. No sé cómo Jeff lo soporta.
Habría sido más fácil marcharse antes de que ella hubiese vuelto. Sin embargo, esa cobardía no iba con él. Ahora tenía la oportunidad de sincerarse, sobre todo en lo referente a su decisión de no acompañarlo Durante el embarazo y el parto.
–Me alegro. Te echaba de menos.
–Yo también –contestó Nattawin sonriendo.
Ahora venía lo difícil....
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