Arco de las Flores: Rosas, parte 1.

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Recuerda poner un silenciador... – susurraba la mujer, sosteniendo un rifle con firmeza, apegándolo a su pecho. – Exactamente como las palabras de nuestra madre...

Se fijó por un segundo en la niña pequeña al lado suyo. Estaba silenciosa en cuclillas, aterrada por los ojos vacíos de quien sujetaba el arma. No comprendía por qué estaban escondidas aquí, a estas horas de la noche, siendo que ella debería estar durmiendo. No comprendía por qué su mamá estaba armada y lucía tan sedienta de venganza ¿Acaso se había vuelto loca?

– No salgas hasta que yo te diga. – le ordenó. En respuesta, la infante asintió enseguida con la cabeza.

La mujer de cabello cobrizo se paró en medio del pasillo y apuntó hacia el frente. La otra se asomó unos centímetros por la pared de la esquina, divisando un ser a la lejanía. Estaba rodeado de esos bichitos negros que revoloteaban en la calle, también tenía cuernos, garras enormes y una cola.

Perseguían a una bestia. La bestia de esa vez.

Su madre le disparó por la espalda, igual que donde él se encontraba cuando le obligó a abrir sus piernas y aullar del dolor, sin embargo, no cayó inmediatamente a pesar de que la bala atravesó su pecho; en vez de eso, se volteó muy enojado.

– ¡¿CÓMO TE ATREVES A DISPARARME?! – le gritó. Tenía cuatro oscuros ojos a un lado de la cara y colmillos prominentes.

Te olvidaste del vino que derramaste, pero la mancha no se fue. – contestó de vuelta, para después empezar a recitar versos en un idioma que no conocía.

Uno, dos, tres, cuatro, cinco tiros escuchó, acompañados por el rugido de la bestia que recién allí tocó el piso. Luego, oyó otros seis tiros de remate junto a los cánticos de su progenitora.

– Puedes salir, Yui-chan. – le habló de pronto.

Yui se incorporó, se separó de su esquina y se horrorizó con la escena que presenciaba. Tuvo que cubrir su boca con ambas manos para callar ese grito ahogado y no delatar el vestido teñido, la sangre regada por el piso y el cuerpo del monstruo, el cual ya no era monstruo, sino que un simple hombre. Su primera vez viendo a un muerto y desde allí que aquel escenario; aquella violencia se haría familiar.

– No te preocupes, es seguro. – siguió llamándola con dulzura, dejando el arma en el piso.

Aunque en realidad, esa calma aterrorizaba aún más a la niña que estaba paralizada en medio del corredor ¿De verdad es seguro estar al lado de una asesina?

La mayor caminó hasta ella y se agachó, dedicándole una sonrisa. Aún escurría líquido carmesí de sus ropas.

– Recuerda esto siempre, mi camelia. – le abrazó con fuerza. – Los hombres son unos demonios, así que nunca dejes tu brazo a torcer ¿Sí?

No contestó, sólo dejó que su mamá la palpara con sus dedos agridulces, le enterrara las uñas y que los bichitos negros las rodearan, enloquecidos. Aprovechaban de beber ese sabor siniestro antes de que dejara de ser suyo; antes de que se impregnara en la mujer.

Sí, su madre se había vuelto loca; no obstante, era la única loca que la mantendría a salvo.

"Nunca cedas, por favor. Camelia".

No te dejes corromper, CameliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora