—Habla del amor como si fuese un elemento primordial en la elección del matrimonio. ¿Acaso usted está enamorada de lord di Montis?, ¿O cree que él lo está de vos? Le puedo garantizar que no es amor lo que le impulsó a acercarse a usted —dijo Guicciardini inclinándose sobre el tablero para hablar en voz baja.
Camelia le estudió meticulosamente y fijo la vista en aquellos ojos verdes que la escrutaban. Era la tercera vez que hacía alusión a las intenciones ocultas de lord di Montis y a pesar de que desde el principio pensó que solo lo hacía para fastidiarla, estaba comenzando a sembrar una duda considerable que no deseaba. Aunque había algo en lo que tenía que darle razón a ese patán y es que entre el barón y ella no existía amor y por más que quisiera pensar que podría llegar con el tiempo, lo cierto es que comenzaba a tener serias dudas.
—De todos los caballeros que he tenido el placer de conocer, sin duda, lord di Montis representa el más honorable de ellos. A diferencia de usted, su gentileza y cortesía le hacen ser digno de mi respeto —contestó con altanería pensando que eludía la pregunta del duque con maestría.
Gabriele emitió una carcajada como si la respuesta de la dama le provocara verdadera diversión.
—¿Y le servirá esa honorabilidad en la noche de bodas? Comienzo a pensar seriamente que su caballero es tan cortés que no sabría como complacer a una dama ni otorgándole instrucciones precisas.
Camelia se ofendió hasta tal punto que cometió la imprudencia de hacer un movimiento rápido solo para deshacerse de una de las torres del duque.
—¿Es que a usted lo único que le preocupa es eso? Aunque teniendo en cuenta su fama, ¿De que debería sorprenderme? Es usted un vil canalla sin escrúpulos.
A pesar del insulto, Gabriele no se ofendió, sino que le excitó el hecho de provocar de nuevo aquel ímpetu irascible en la dama. Ese ardor que le hacía enrojecer sus mejillas, agitar su respiración, ver como se hinchaba su visible pecho gracias al corpiño tan estrecho que lucía.
¡Por el amor De Dios!, ¡Estaba jugando una simple partida de ajedrez!
—Eso lo dice alguien que no ha conocido el placer, si lo conociera, le aseguro que lo consideraría de suma importancia —advirtió aprovechando el descuido de lady Camelia para eliminar una de sus torres e igualar la partida.
—¿Está insinuando que debería probarlo, lord Guicciardini? —exclamó en un tono que lejos de emitir enfado, casi parecía sugerente.
¿Realmente aquel caballero le estaba insinuando una proposición o solo era otro modo vil y astuto de atormentarla? Camelia se quedó sin respuesta a aquella pregunta, porque las voces de sus hermanas comenzaron a sentirse cerca de ellos, acababan de regresar y seguramente debían haberles avisado de la visita del duque.
Georgia parecía entusiasmada con la visita del duque, incluso Camelia pudo apreciar los pequeños saltitos de entusiasmo conforme se acercaban a ellos, sinónimo de su corta edad y de que le seguía pareciendo un error que se casara con él. Alessia por su parte, mantenía una actitud mucho más relajada, aunque en su semblante también había emoción. La visita de lord Guicciardini en su casa solo podía significar que su interés hacia Georgia era cada vez más plausible y que la ansiada propuesta de matrimonio estaba por llegar. Aunque el duque le hubiera advertido a ella de sus intenciones, lo cierto es que por las conversaciones que había escuchado de Georgia hacia su hermana mayor, el patán de Edmondo no había decretado abiertamente sus intenciones hacia su hermana y se preguntó porqué cuando a ella misma se lo había exclamado abiertamente.