Lando corrió a su box nada más ver a Carlos en el paddock. Era miércoles y ambos acababan de llegar, para la suerte de ambos no había cámaras cerca a horas tan tempranas y aunque las hubiera, el británico estaba ocupado en una charla entretenida con su compañero de Quadrant, por lo que hubiesen podido disimular un poco.
—Hermano, ¿estás ahí?—preguntó preocupado su amigo. Estaba al día de todo lo ocurrido con Carlos y sabía que esa reacción había sido por él. El sollozo de su amigo funcionó de respuesta y se dirigió a la parte de donde provenía el llanto—Lan...
Lando lloraba desconsolado en una esquina oculta, sus ojos estaban rojos y sus pestañas completamente empapadas, sus mejillas ardían ante la repetida acción de secarse las lágrimas con el dorso de su mano y su labio estaba hinchado de tanto morderlo al tratar de silenciar tanto como pudiese sus lloros, pero le estaba costando entre tantos hipidos. Max se acercó a él con cuidado de no sobresaltarlo y cuando lo tuvo frente a sus pies, se agachó para abrazarle por la espalda. El de pelo rizo enseguida se dio vuelta para abrazarle con fuerza y ahogar sus sollozos en el pecho del más bajo. Se suponía que odiaba a Carlos por romperle el corazón, ¿pero por qué dolía tanto volver a verle?
—Ya pasó, ya pasó—trató de calmarle mientras acariciaba su espalda con calma, buscando que su amigo liberase todo. ¿Quién en su sano juicio podía herir tanto a Lando? A parte del gilipollas del español—¿estás mejor?—preguntó recibiendo un asentimiento.
Lando se separó y secó sus lágrimas una última vez para luego ponerse en pie con ayuda de Max. Necesitaba un vaso de agua, por no decir una botella de vino. Tras el parón de verano y todo lo que había llorado por el español, pensó que ya no le afectaría verlo. Maldecía aquellos ojos que lo hacían estremecerse y esos labios carnosos con los que había pecado por enloquecerlo de tal manera y acelerar su corazón que pareciese que se saldría en cualquier momento de su pecho. Pensaba que superar a Carlos iba a ser fácil, pero ahora había admitido que no podría superar a su primer amor en la vida, el mismo amor con el que compartía su trabajo y pasión. El mismo amor al que tenía que ver casi todas las semanas y se maldecía a si mismo por estar tan enamorado de Carlos a pesar de todo lo ocurrido.
Mientras divagaba en sus pensamientos camino al baño para lavarse la cara, su amigo se encargaba de conseguirle una botella de agua que le entregó una vez el de rizos salió con su cara limpia y una sonrisa para poder engañar al equipo y a la prensa, pues era lo que le interesaba en ese momento, en especial la prensa, sabía que se pondría pesada si se le veía decaído y se inventarían algún romance secreto que no había terminado bien. No quería que la prensa lo devorase y mucho menos la prensa rosa.
—Por mucho que sonrías...—le reclamó Fewtrell.
—Es solo para que la prensa no vaya a preguntar nada. No quiero que salgan rumores—confesó dando un respingo para luego salir a pasear por el paddock un rato, acompañado de Max en todo momento.
Se hizo fotos con fans, respondió a la prensa como había pasado el verano -mintiendo con absolutamente todo-, saludó a sus amigos y evitó a toda costa a Carlos, aunque desde que se había ido corriendo, no lo había visto. En ese momento solo alcanzó que iba al box con Charles, así que seguramente irían a hacer cosas con Ferrari, cualquier reto o a planear alguna estrategia para el fin de semana. Por su parte, el español terminaba de eyacular sobre la espalda del monegasco tras haberle hecho venirse de una forma tan intensa que el menor apretó el culo de tal manera que Carlos no pudo aguantarse el orgasmo.
—¿Cómo vas con Lando?—Charles solo sabía una pequeña versión de la historia y Carlos siempre evitaba el tema, esa no fue la excepción, porque se vistió y salió para recorrerse el paddock con el deseo de poder ver a Lando, aunque fuese a la distancia, mientras Charles suspiraba y se quedaba a limpiarse y a vestirse.
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Hecho a medida 『Carlando』
RomansaCarlos sabía que tenía un diamante en bruto. Un diamante que tenía que ser pulido. Un diamante que él se encargaría de hacer a medida. Lando era suyo.