Capítulo 9.

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El día comenzó con un aire de normalidad engañosa. Las rutinas habituales envolvían a Sophie y Alexander, cada uno sumido en su propio mundo de arte y crítica. Sin embargo, el destino, siempre juguetón y travieso, tenía planes más intrincados para ellos.

La galería donde ambos solían encontrarse para intercambiar ideas y ocasionales disparos verbales había programado un evento especial esa tarde. Una conversación abierta sobre el estado actual del arte contemporáneo, un tema que siempre evocaba fuertes opiniones y pasiones encendidas. Alexander sería uno de los oradores, y Sophie, como crítica principal, había sido invitada a moderar el panel.

-Parece que el destino tiene un sentido del humor peculiar- comentó Alexander, al encontrarse con Sophie en la entrada de la galería.

-O simplemente le gusta vernos en situaciones incómodas- replicó Sophie, una leve sonrisa jugueteando en sus labios.

El vestíbulo de la galería estaba lleno de personas, todos ansiosos por escuchar las discusiones que prometían ser tan dinámicas como las obras de arte expuestas en las paredes. La luz suave que bañaba la sala creaba un ambiente casi etéreo, un contraste con la tensión subyacente entre los dos protagonistas.

La discusión comenzó con una introducción de Sophie, su voz clara y autoritaria llenando el espacio. Alexander, sentado al otro extremo de la mesa, la observaba con una mezcla de admiración y desafío, sus pensamientos volviendo una y otra vez a la pregunta que lo había perseguido en los últimos días: "¿Le gusto o me odia?"

La conversación fluyó entre los panelistas, cada uno ofreciendo perspectivas únicas sobre la evolución del arte. Sophie moderaba con maestría, sus preguntas incisivas y bien dirigidas, mientras Alexander desplegaba su pasión y conocimiento, cada palabra cargada de energía y convicción.

-La provocación en el arte no es un fin en sí mismo- expuso Alexander en un momento de la charla. -Es un medio para incitar al pensamiento, para despertar emociones que a menudo permanecen dormidas.

-¿Pero no crees que la provocación puede convertirse en un recurso fácil, una muleta para aquellos que carecen de verdadero talento?- cuestionó Sophie, sus ojos fijos en los de Alexander.

-Eso depende del propósito del artista- respondió Alexander, su tono firme. -Provocar por provocar es vacío, pero cuando se hace con intención, puede ser una herramienta poderosa.

La tensión en la sala era palpable, pero también lo era la chispa de entendimiento que comenzaba a surgir entre ellos. Era un juego delicado, una danza de palabras y miradas que, aunque cargada de confrontación, también contenía un núcleo de respeto mutuo.

Al finalizar la discusión, la multitud aplaudió, agradecida por el intercambio intelectual que había presenciado. Sophie y Alexander, ahora menos adversarios y más colegas en este teatro de ideas, se quedaron a un lado mientras la audiencia comenzaba a dispersarse.

-Fue una buena discusión- comentó Alexander, su mirada aún intensa.

-Sí, lo fue- respondió Sophie, permitiéndose un momento de relajación. -Es raro estar de acuerdo contigo, pero hoy fue... estimulante.

La gente se agolpaba alrededor, felicitando a los panelistas y haciendo preguntas adicionales. En medio del bullicio, sucedió algo inesperado. Sophie, moviéndose para evitar a una persona que se acercaba demasiado, rozó accidentalmente la mano de Alexander. Fue un toque fugaz, un contacto tan ligero como el aleteo de una mariposa, pero tuvo un impacto profundo en ambos.

El calor de su piel contra la suya, la electricidad que corrió por sus venas, todo se grabó en sus mentes en un instante que parecía prolongarse indefinidamente. Alexander sintió un estremecimiento recorrer su cuerpo, una reacción visceral que no pudo controlar. Sophie, por su parte, se encontró a sí misma detenida por un segundo, sus pensamientos desordenados por la inesperada sensación.

-Perdón- murmuró Sophie, su voz apenas audible, pero lo suficientemente clara para que Alexander la escuchara.

-No fue nada- respondió Alexander, aunque su mente estaba muy lejos de ser indiferente a lo que acababa de suceder.

La velada continuó sin más incidentes, pero ese breve roce había plantado una semilla en sus pensamientos. Ambos trataron de concentrarse en sus conversaciones con los asistentes, pero la sensación persistía, una intrusión que no podían ignorar.

Al caer la noche, Sophie se retiró a su apartamento, el eco del día reverberando en su mente. Se sentó en su sillón favorito, un libro en la mano que apenas logró abrir. El pensamiento del roce de manos la perseguía, una y otra vez, sin cesar. No era un pensamiento romántico, ni siquiera cercano a algo que ella consideraría importante, pero no podía negarlo: la había dejado inquieta.

Alexander, en su estudio, miraba sus pinturas con una intensidad renovada. El roce accidental con Sophie había desencadenado una serie de pensamientos y sensaciones que no lograba ordenar. "¿Le gusto o me odia?" La pregunta seguía ahí, pero ahora se mezclaba con otra: "¿Qué significa este sentimiento?"

Ambos se acostaron esa noche, cada uno en su propio mundo, pero con un punto en común que los unía en la distancia. Sophie, resistiendo la idea de que algo tan trivial como un roce pudiera afectarla, se repetía a sí misma que era solo un accidente, nada más. Alexander, sin embargo, encontraba en ese momento una fuente de inspiración, una chispa que lo hacía cuestionar sus propios sentimientos y percepciones.

La ciudad, indiferente a las luchas internas de sus habitantes, continuaba con su ritmo implacable. Las luces parpadeaban en la distancia, y el murmullo constante de la vida urbana proporcionaba un telón de fondo a los pensamientos enredados de Sophie y Alexander.

Sophie despertó varias veces durante la noche, cada vez con la sensación persistente de la mano de Alexander contra la suya. Era frustrante, perturbador, pero también innegablemente real. En la quietud de su habitación, se preguntaba por qué algo tan pequeño podía causar tal conmoción en su interior.

Alexander, por su parte, encontró refugio en su arte, usando el recuerdo del roce como una fuente de inspiración. Pintó hasta altas horas de la madrugada, cada trazo una exploración de la conexión efímera pero poderosa que había sentido. Se preguntaba si Sophie había sentido lo mismo, si ese instante había dejado en ella la misma marca que en él.

Al amanecer, ambos se encontraron con los primeros rayos de sol, sus pensamientos aún girando en torno a la experiencia del día anterior. Sophie, mientras sorbía su café, trataba de convencerse de que era una tontería darle tanta importancia a un simple roce. Pero en el fondo, sabía que había sido más que eso, una chispa de algo que aún no podía definir.

Alexander, con los ojos cansados pero la mente alerta, miraba sus nuevas obras con una mezcla de satisfacción y confusión. Sabía que algo había cambiado, algo que no podía ignorar ni comprender del todo.

El día siguió su curso, cada uno sumido en sus propias tareas, pero con el recuerdo del roce siempre presente, una sombra que los acompañaba en cada paso. Sophie, en sus críticas, encontraba su mente divagando hacia Alexander, cuestionando sus propias reacciones. Alexander, en su estudio, se preguntaba si alguna vez podría entender realmente lo que había sucedido.

Y así, el roce accidental de manos se convirtió en una pequeña pero significativa piedra en el camino de su relación. No era amor, ni siquiera afecto consciente, pero era algo que los conectaba de una manera que no podían ignorar. La danza de desafío y respeto continuaba, cada paso llevado por la enigmática y profunda conexión que había surgido entre ellos.

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