Acechando al lobo

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Xóchitl

Después de colgar, me sentí un poco más aliviada, pero aún tenía un nudo en el estómago. Sabía que la conversación del día siguiente sería crucial. Rubén, quien había permanecido a mi lado en silencio, me dio un leve apretón en el hombro.

—Pareces más tranquila —comentó con una sonrisa comprensiva.

—Un poco —admití—, pero aún hay mucho que arreglar.

Esa noche apenas pude dormir. Los pensamientos sobre Claudia y nuestra complicada relación giraban sin cesar en mi mente. Recordé los momentos felices, pero también las tensiones que habían surgido a raíz de mi involucramiento en la campaña. Me di cuenta de cuánto me importaba ella y cuánto deseaba resolver las cosas.

A la mañana siguiente, me dirigí al café donde solíamos encontrarnos para nuestras conversaciones más importantes. Llegué unos minutos antes, nerviosa pero decidida. Cuando Claudia entró, nuestras miradas se cruzaron, y sentí una mezcla de emociones: alivio, ansiedad y una profunda necesidad de reconexión.

Nos sentamos en nuestra mesa habitual, y después de pedir nuestros cafés, comenzó la conversación.

—Gracias por venir, Claudia —empecé, rompiendo el silencio incómodo—. Quiero que sepas que realmente valoro nuestra relación, tanto personal como profesionalmente. No quiero que nada de esto se interponga entre nosotras.

Claudia asintió, tomando un sorbo de su café antes de responder. —Yo también valoro lo que tenemos, Xóchitl. Pero me siento desplazada, como si tus prioridades hubieran cambiado y yo quedara en un segundo plano.

—Lo siento mucho por eso —dije, sintiendo un peso en el pecho—. Me he dejado consumir por la campaña y he descuidado lo más importante. Te prometo que quiero encontrar un equilibrio.

Claudia me miró, sus ojos reflejando tanto dolor como esperanza. —Necesitamos ser realistas, Xóchitl. Ambas estamos en posiciones complicadas, y nuestras responsabilidades no van a desaparecer. Pero si realmente queremos que esto funcione, tenemos que ser honestas y estar dispuestas a comprometer.

Asentí, reconociendo la verdad en sus palabras. —Tienes razón. ¿Cómo te gustaría que manejáramos esto? ¿Qué necesitas de mí para sentirte más apoyada y valorada?

Claudia tomó una respiración profunda antes de responder. —Quiero que podamos hablar de nuestras preocupaciones sin que una de nosotras se sienta juzgada o ignorada. Necesito saber que estás comprometida con nosotras tanto como con tu carrera. Y... necesito más momentos a solas, donde podamos ser simplemente nosotras, sin el peso de nuestras responsabilidades.

Sentí una oleada de alivio al escuchar sus necesidades. —Estoy dispuesta a hacer eso, Claudia. Quiero que sepamos que somos una prioridad mutua. Prometo ser más consciente y estar más presente para ti.

La expresión de Claudia se suavizó, y por primera vez en días, vi una chispa de esperanza en sus ojos. —Gracias, Xóchitl. Quiero que esto funcione. Realmente lo quiero.

Nos quedamos en silencio por un momento, dejando que nuestras palabras se asienten. Sentí que habíamos dado un gran paso hacia la reconciliación, aunque sabía que aún quedaba mucho trabajo por hacer.

—¿Podemos empezar de nuevo? —pregunté finalmente, extendiendo mi mano hacia ella.

Claudia tomó mi mano con una sonrisa, apretándola suavemente. —Sí, podemos. Juntas.

Nos quedamos allí, en nuestro pequeño rincón del café, reconstruyendo poco a poco el puente que nos había unido, con la esperanza de que esta vez sería más fuerte y resistente.

Lo que no fue, no será Donde viven las historias. Descúbrelo ahora