La penumbra de la tarde había invadido el pequeño estudio de Sophie, envolviéndola en un manto de reflexión y creatividad. La luz suave del escritorio iluminaba las páginas en blanco frente a ella, un reflejo de su mente que se encontraba sumida en pensamientos contradictorios. El rostro de Alexander seguía apareciendo en sus pensamientos, una constante distracción que no lograba apartar.
Se sentó frente a su escritorio, el aroma a papel y tinta llenando el aire. Tomó su pluma con determinación, decidida a plasmar en palabras aquello que no podía expresar abiertamente. Comenzó a escribir, dejando que sus pensamientos fluyeran libremente, sin restricciones ni censura.
-La habitación estaba en penumbra, el único sonido era el de sus respiraciones entrecortadas. Ella lo miraba, sus ojos llenos de un deseo que no podía esconder. Alexander se acercó, sus manos acariciando suavemente su piel, explorando cada rincón con una devoción casi reverente.
Las palabras fluían con una facilidad que la sorprendió, describiendo con detalle cada caricia, cada susurro. La escena que escribía cobraba vida ante sus ojos, una danza de cuerpos y almas que se entrelazaban en un ritmo perfecto. Las imágenes eran vívidas, casi tangibles, y Sophie se encontró perdida en ellas, su propio cuerpo reaccionando a la intensidad de sus descripciones.
-Sus labios se encontraron en un beso ardiente, una promesa de lo que estaba por venir. Las manos de Alexander viajaban por su cuerpo, despertando sensaciones que nunca había experimentado. Sus susurros, suaves y llenos de pasión, la hacían estremecer.
El calor en su piel aumentaba con cada palabra escrita, su corazón latía con fuerza, cada vez más consciente de la naturaleza íntima de sus pensamientos. La escritura se volvió un acto de confesión, un desnudar de su alma que la dejaba vulnerable pero extrañamente liberada. Las palabras se sucedían una tras otra, formando una escena que parecía demasiado real, demasiado personal.
-Los dedos de Alexander se deslizaron por su cintura, dibujando caminos de fuego. Ella se arqueó hacia él, entregándose completamente a su toque. La pasión entre ellos era palpable, una corriente eléctrica que los conectaba en un nivel más profundo que el físico. Cada movimiento, cada susurro, era una promesa de placer y devoción.
La intensidad de la escena la dejaba sin aliento, sus propios deseos reflejados en las palabras que había escrito. Sophie se detuvo, su mano temblorosa mientras dejaba la pluma a un lado. Cerró los ojos, su respiración agitada, tratando de calmar el torbellino de emociones que la invadía.
Había algo innegable en lo que había escrito, una verdad que no podía ignorar. La atracción que sentía por Alexander no era solo física, había algo más profundo, más intenso. Su mente luchaba contra la aceptación de esta realidad, pero su corazón ya había tomado una decisión. Tal vez, solo tal vez, estaba comenzando a sentir algo por él.
Se levantó de su escritorio, caminando lentamente por la habitación, intentando ordenar sus pensamientos. La vulnerabilidad que sentía era nueva para ella, una sensación que no sabía cómo manejar. Se detuvo frente a la ventana, observando la ciudad que se extendía ante ella. Los pensamientos de Alexander seguían invadiendo su mente, sus palabras, sus gestos, la forma en que la miraba.
-Esto es ridículo- murmuró para sí misma, intentando negar la evidencia. Pero la verdad estaba ahí, en las páginas que acababa de escribir, en la respuesta de su propio cuerpo.
La lucha interna continuó mientras el día se desvanecía en la noche. Sophie se sentó en el sofá, su mente reviviendo cada momento que había compartido con Alexander. Cada discusión, cada mirada, cada roce accidental. Había una intensidad en su relación que no podía ignorar, una conexión que iba más allá de la rivalidad y el desprecio aparente.
Se encontró pensando en cómo sería estar realmente con él, no solo en sus escritos, sino en la vida real. La idea era aterradora y emocionante al mismo tiempo. Alexander era un enigma, un desafío, alguien que despertaba en ella sentimientos que no sabía cómo manejar. Pero también era alguien que comprendía su pasión por el arte, que la veía más allá de su fachada fría y distante.
Sophie cerró los ojos, permitiéndose por un momento imaginar cómo sería estar en sus brazos, sentir sus caricias, escuchar sus susurros. El pensamiento la hizo estremecer, un deseo que no podía seguir negando. Tal vez, solo tal vez, era hora de aceptar lo que su corazón ya sabía.
(. . .)
El sonido del teléfono la sacó de sus pensamientos, una llamada que no esperaba. Miró la pantalla y vio el nombre de Alexander. Dudó por un momento antes de responder, su voz intentando sonar casual.
-Hola.
-Sophie, necesito verte- la voz de Alexander era firme, una mezcla de urgencia y determinación.
-¿Qué pasa?- preguntó, tratando de mantener la compostura.
-Es importante. Nos vemos en mi estudio en una hora.
Antes de que pudiera responder, la llamada terminó. Sophie se quedó mirando el teléfono, su corazón latiendo con fuerza. Se levantó, arreglándose rápidamente antes de salir. La noche estaba fresca, un contraste con el calor que sentía en su interior. Caminó hacia el estudio de Alexander, su mente llena de preguntas y anticipación.
Al llegar, lo encontró esperándola en la puerta, su expresión seria. La guió hacia adentro, cerrando la puerta detrás de ellos. Sophie observó el lienzo cubierto, su curiosidad aumentando.
-¿Qué es esto?- preguntó, señalando el lienzo.
Alexander no respondió de inmediato, en su lugar, se acercó al caballete y retiró el paño. Sophie contuvo el aliento al ver lo que estaba delante de ella. Era otro retrato de ella, desnuda, pero más que eso, era una representación de su esencia, de su espíritu.
-Quería que lo vieras- la voz de Alexander era suave, pero cargada de significado.
Sophie se acercó al lienzo, sus ojos recorriendo cada detalle. Había una vulnerabilidad en la representación que la conmovió profundamente. Se giró hacia Alexander, sus ojos encontrando los suyos.
-¿Por qué?
-Porque es la verdad- respondió él, su mirada intensa. -Lo que siento por ti es más de lo que he querido admitir.
Las palabras resonaron en el silencio del estudio, una confesión que dejó a Sophie sin palabras. La realidad de sus sentimientos, reflejada en el arte, era innegable. Sin pensar, se acercó a él, sus manos temblorosas mientras lo tocaba por primera vez.
El contacto fue eléctrico, una chispa que encendió algo dentro de ambos. Alexander la tomó en sus brazos, sus labios encontrando los de ella en un beso que era tanto una promesa como una declaración. Sophie se entregó a él, sus miedos y dudas desvaneciéndose en la intensidad de sus sentimientos.
Esa noche, en el estudio de Alexander, dos almas encontraron su verdad en el arte y el amor, aceptando finalmente lo que siempre había estado allí, esperando ser descubierto.
¿Acaso nunca has escrito.... o imaginado... una escena erótica?
No me refiero a «porno». Hago referencia al erotismo, algo tan lindo y admirable que, el ser humano intelectual, tiene la capacidad de crear sin que sea morboso o repugnante.
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La Crítica del Arte.
Romansa"La Crítica del Arte" Un artista y un crítico de arte se desprecian públicamente, pero cuando él le pide a ella ayuda para exponer su obra en una galería importante, se ven envueltos en una complicada relación que va más allá de la profesionali...