Un amor inevitable.

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Un amor inevitable.

Capítulo 5.

Una vez que Silvestre fue llevado a su habitación para descansar, la fiesta continuó, todos los invitados comían, bebían y se divertían haciendo chistes o recordando alguna anécdota graciosa de alguno de ellos, pero el príncipe Acáb se notaba un tanto ansioso, caminó alrededor de todo el salón de aquí para allá, sosteniendo en su mano una bebida, mirando hacia todos lados como si algo lo estuviera distrayendo de disfrutar aquel festejo, cuando sin percatarse que alguien lo observaba un viejo Iktán se acercó hacia él.

—Príncipe Acáb, ¿Está disfrutando de la cena que su padre ofreció para nosotros?—preguntó el viejo Iktán que mostraba el aspecto de alguien culto y muy bien parecido, era bajito en comparación con los de su especie, gordito y de cabello largo que recogía en una coleta.

—Profesor Gruber—saludó el príncipe un poco sorprendido—claro que lo disfruto, mi padre siempre sabe cómo hacer buenos festejos.

—Me alegra oír eso joven príncipe, sabe quería pedirle un favor—sonrió el profesor Gruber haciendo una pequeña reverencia.

—Dígame que se le ofrece profesor, si puedo ayudarlo lo haré—respondió Acáb con la sonrisa en su rostro.

—Su padre me ha pedido que agregue a la lista de alumnos al humano que presentó hoy frente a todos los invitados, quiere que le enseñe las costumbres, historias, prácticas y toda nuestra cultura, pero eso me retrasaría en mi trabajo con los alumnos que están por finalizar mis enseñanzas, y me preguntaba—dijo el profesor haciendo una pausa—¿si usted podría ayudarme con el humano? Obviamente seguiría siendo mi responsabilidad pero un maestro extra me ayudaría mucho.

—Sí me gustaría profesor, así aprendería más sobre él al mismo tiempo que le enseño—respondió el príncipe mientras agregaba—pero... con la condición de que Dián me ayude, estoy seguro que a ella le encantaría enseñarle nuestra cultura de los halcones y quién mejor que ella para tal trabajo.

—Sin problema príncipe, entonces los espero a usted y a la señorita Dián en mi escuela a las siete de la mañana en punto—se dio media vuelta el profesor para retirarse, pero volteó de repente para rectificar—mejor que sea a las once en punto, no quiero irme temprano de la fiesta—dijo mientras levantaba su bebida—por cierto ayúdeme a notificarle a la señorita Dián sobre el asunto, y no olvide traer al humano con usted.

Acáb asintió con la cabeza, se despidió del viejo profesor y continuó comportándose de manera inquieta, veía entre las personas buscando algo o a alguien, y al no encontrarlo decidió abandonar la fiesta, atravesó el salón saludando a los invitados que se levantaban de sus asientos para hacerle una reverencia o para estrechar su mano cuando el príncipe pasaba cerca de ellos, continuó caminando hasta llegar a la salida, bajó las escaleras de la puerta principal abandonando el edificio, caminó lo bastante para dejar el sonido de la fiesta detrás, bajó mas escaleras, las cuales se repartían en varios caminos de escaleras que llevaban a diferentes destinos, (pues como era montaña no había terreno plano, todos los caminos eran de escaleras) giro hacia la derecha, después a la izquierda llegando a lo que parecía un viejo establo situado al pie de la orilla del enorme lago, el mismo enorme lago que podía verse desde la habitación de Silvestre, el príncipe entró al establo donde comían y dormían los halcones de la realeza, abrió la puerta en silencio, los halcones que estaban cerca de la entrada descansaban sobre sus nidos a la luz de la luna, apenas movieron la cabeza cuando vieron entrar al príncipe, que al reconocerlo regresaron a recostarse sobre los nidos de paja sin inquietarse. Acab se acercó despacio hacia el nido donde dormía su halcón Lúno pero no lo encontró ahí, entonces supo donde lo encontraría, siguió adentrándose en el establo aún en silencio, abrió la pequeña puerta que lleva hacia la habitación donde bañan y acicalan a los halcones, cuando entró confirmó sus sospechas, ahí estaba Lúno acostado boca arriba con las garras estiradas, disfrutando con los ojos cerrados de un exquisito masaje que Dián proporcionaba a sus afiladas garras.

Silvestre: El aguijón del dragón.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora