Viejo Rockero (Historia corta)

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Era una noche como otra cualquiera de Julio en plenos años 80. Estaba con los chavales de siempre en el descampado abandonado que habíamos tomado como nuestro. Las preciosas Harley Davinson que nos rodeaban hacían las veces de árboles y la aglomeración de botellas de cerveza en el medio del corro que formábamos eran ya parte del entorno, aunque siempre había algún integrante del grupo que, contra todo pronóstico, se molestaba en recogerlas. Y desde luego,ese  no era yo. En aquella época apenas rozaba los veinte años, y lo único que quería era lo que todos en aquella época, el mítico :Sexo,drogas y Rock&Roll. Solía salir con aquella variopinta pandilla en la que reinaban las ganas de buena música y divertirse por encima de cualquier otra circunstancia. Había unos cuantos rastas, hippies, rockers, punks (aparte de personajes demasiado extraños como para incluirlos en un grupo social) y, por supuesto los clásicos metaleros,entre los que me incluyo. Por aquel entonces era alto y en plena forma física, con el cabello rubio creciendo largo y despeinado, un leve rastrojo de barba del que me sentía infinitamente orgulloso, pantalones ajustados con cadenas colgando por doquier, cazadora de cuero con llamas dibujadas y unos cuantos tatuajes recorriendo mis casi lampiños brazos. No me averguenza reconocer que era atractivo y sacaba pleno provecho de ello. Había conseguido a todas las chicas que me había propuesto y eso hacía que tuviera el ego bastante más alto de lo que debería. De la pandilla me había acostado con todas, antes o después. Bueno, con todas menos con tres para ser exactos. Una de ellas era mi mejor amiga. La llamábamos Repu y no supe su verdadero nombre hasta muchos años después. La razón de este mote es que era Republicana donde las haya y ya con diecinueve años era capaz de soltarte un sermón de varias horas si encontraba en ti el mas leve indicio de preferencia a la Monarquía. Siempre tubo las ideas claras y no paraba hasta conseguir sus objetivos. Tenía ese aire sevillano característico de desparpajo y buen humor, que se veía reforzado  con su físico,formado por una impresionante y larguísima melena rizada color ébano, la piel bronceada y un cuerpo de espectaculares curvas. Eso sí, hasta ahí llegaba su aire andaluz por que jamás cambio sus pantalones de cuero, sus botas de tacón de hebillas y su camiseta escotada por un traje flamenco de lunares.

 A pesar de su innegable belleza nunca la puse la mano encima y ella tampoco me lo hubiera permitido, puesto que ya entonces tenía una relación estable con otra chica llamada Anna, que era la segunda de la pandilla con la que no había mantenido ninguna relación sexual. Era una joven a primera vista anodina. Su cabello era lacio y de un castaño oscuro vulgar, sus ojos claros demasiado grandes y su nariz muy ancha dentro de los cánones de lo considerado bello. Era bajita y casi nunca hablaba. Sin embargo era,es y será la mejor persona que he conocido, un pedazo de pan. Ayudaba a todo aquel que podía con lo que tenía a su alcance, dinero,tiempo, paciencia, cariño…una vez la ví quedarse sin cenar por dar su comida a una familia con tres hijos que se deshicieron en lágrimas al probar el sabor de un bocadillo de calamares recién hecho de la mejor  bocatería de Madrid. Uno de los críos  preguntó  si Anna era un ángel. Yo le respondí que sin ninguna duda. Gracias a ella comprendí lo importante que es el interior en una persona. Desde que la conocía jamás la volví a encontrar fea sino extraordinariamente hermosa, una mujer que brillaba con luz propia.

La tercera mujer con la que por aquel entonces me resistí a conquistar era un total y absoluto misterio. Jamás me había fijado en ella. Siempre estaba acompañado de Repu, Anna y Jaime, mis mejores amigos, con la compañía habitual de alguna jovencita de la pandilla escasa de ropa y de pudor, y fue por eso por lo que, hasta aquella noche, no reparé en su existencia.

Era una noche poco calurosa para ser verano y se estaba increíblemente bien tirados en la hierba, con un porro en una mano y una cerveza en otra. Por aquel entonces solíamos tomar tabaco y marihuana, las drogas suaves. Nada de hachís  eso es de ricos y burgueses, y un porro al año no hace daño, nos repetíamos continuamente entre risas. Claro que era más de un porro pero a nadie se le ocurrió quejarse nunca y, de echo, ninguno acabó drogadicto, al menos que yo sepa.

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