Párteme la cara

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Había convivido con el silencio toda su vida, puede que por esa razón las palabras brotaban siempre casi impulsivamente de su boca, como si quisieran llenar ese vacío.

El silencio era algo duro de afrontar, pero con el pasar de los años, la vida lo había ido preparando para soportarlo. El silencio indiferente de su padre cuando perdía alguna carrera cuando era niño. El silencio culpable de su madre durante sus cortas llamadas telefónicas, mientras lo escuchaba sollozar. El silencio al otro lado de la radio en la última vuelta de una carrera que definía un campeonato, solo para romperlo con gritos de alegría luego de cruzar la línea de llegada.

Max Verstappen lo conocía muy bien. Además, él ya no era un niño, y el silencio no era un monstruo gigante debajo de su cama. O eso había creído.

Se aseguraba de haber conocido todas las caras del mismo, y por ende, también a todas las reacciones, consecuencias y emociones que podían desencadenar en él. Hasta Brasil 2022, cuando Sergio dejó de hablarle.

Duermo con el cadenón bien puesto

Porque pienso en las noches que soñé su peso

Y porque el resto de cosas que importan se fueron contigo

La temporada continuó, y solo cuando se consagró nuevamente campeón por segundo año consecutivo fue cuando dejó de sentir ese molesto pitido en sus oídos, el cual se había convertido en su fiel compañero desde que desobedeció públicamente las claras órdenes de su equipo.

Mientras Charles lo bañaba de champagne, sonrió de placer y cerró los ojos, sintiendo como el odioso sonido desaparecía paulatinamente mientras era reemplazado por aplausos y vitoreo. El eco de su nombre retumbaba en su cabeza, salía de las bocas de sus mecánicos e ingenieros, que lo miraban desde la pista, de Christian que lo acompañaba en el podio, de todos menos de quién ocupaba el segundo lugar en la carrera de Suzuka.

Intentó enfocar la mirada en el mexicano mientras se secaba los ojos con las mangas de su traje. Notó como la cara de su compañero se fruncía en una sonrisa falsa, sus labios juntos, apretados con fuerza, sin animosidad de despegarse. Sergio era el único que no había emitido ningún sonido.

El segundo piloto de Red Bull Racing agito rápidamente el champagne y lo apuntó directamente hacia él. Max por instinto cerró los ojos, pero no logró evitar que el líquido penetrara a través de sus párpados y no pudo volver a abrirlos por unos segundos. En cuanto lo consiguió, lo único que alcanzó a vislumbrar fue la imagen borrosa de la esbelta espalda del mexicano alejándose del podio, con su premio en una mano y la botella de champagne vacía en la otra, sin mirar hacia atrás.

Sí, el pitido se había ido, pero el silencio de Sergio resultó ser aún más ensordecedor.

Me he cansao' del primer puesto

Ya no quiero ser mejor que el resto

Porque todas las cosas que importan se fueron contigo

Abrió la puerta de su habitación en su hotel en Bolonia y la cerró delicadamente con su pierna izquierda. Tenía las manos ocupadas con el premio que le había otorgado la FIA esa noche, y por primera vez en toda su vida, el primer puesto se sentía más... pesado.

Arrastró sus pies por la habitación en dirección al amplio balcón, mientras su saco negro se perdía en el piso alfombrado y desajustaba su corbata. Sentía que le costaba respirar, necesitaba aire.

Al cruzar la puerta de vidrio, respiró profundamente, mirando el cielo estrellado hasta que sintió a su estómago colisionar con la baranda del balcón, fría contra la fina tela blanca de su camisa de algodón. Aprovechó para apoyar el trofeo sobre la pared de concreto, y lo observó por unos segundos hasta que sintió la bilis subir por su garganta. Tuvo que desviar rápidamente la mirada, optando por mirar hacia abajo, concentrándose en el agua clara de la pileta que podía observar a la lejanía, en la planta baja.

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