Nada. Eso era lo que mejor definiría a "El muro". La más profunda nada. Era un vacío de oscuridad y soledad. Solo estábamos Will y yo. Roy había desaparecido. No sabía dónde había ido a parar el resto del lugar en el que estábamos. Había sido tan rápido como un parpadeo, y todo se había desvanecido.
―¿Qué ha pasado, Will?
―Es difícil de explicar.
―Mira, no sé qué has hecho ni cómo, pero será mejor que nos saques de aquí cuanto antes.
―Ya que estás aquí, Barry, no nos vamos a ir sin que lo hayas visto todo. Acompáñame.
No sabía de qué demonios me estaba hablando. ¿Qué significaba ese sitio? ¿Cómo habíamos llegado hasta ahí? ¿Era una especie de truco mental o algo? No entendía nada y tenía mil preguntas de las cuales solo algunas recibirían respuesta. Will comenzó a caminar y a desaparecer en la oscuridad, así que me tocó correr detrás de él para no quedarme solo. Avanzamos hasta que a lo lejos comenzó a vislumbrarse algo de luz. Aparecimos de pronto en la habitación de una casa. Era antigua, situada en los suburbios, junto a un descampado. La habitación tenía algunos cuadros religiosos por todas partes, varias fotos familiares colgadas en las paredes y en las repisas y una cama central, de muelles, bajo una cruz de madera bastante considerable clavada en mitad de la pared.
Había una mujer que yacía muerta sobre la cama. Era corpulenta, un tanto mayor, pero no mucho, tal vez un par de años más que mi padre, y junto a ella, arrodillado en el suelo, estaba Roy. Era más joven que hacía tan solo unos segundos, tal vez de mi edad y estaba llorando la pérdida de la mujer.
―Mamá... ―lloraba desconsolado―. Mamá... quiero que vuelvas. Por favor... No me dejes solo... No quiero estar solo... Sabes que me da miedo... Por favor, no puedes irte...
El pobre no dejaba de llorar y, a pesar de lo que había hecho, de que había intentado abusar de Jess, de que me había intentado agredir a mí y a Will también; pesar de los delitos que iba a cometer tras el fallecimiento de su madre, a pesar de todo ello, consiguió inspirarme lástima. Se me partió el alma al ver a un pobre desgraciado que se acababa de quedar solo en el mundo. A mí las pérdidas familiares lograban tocarme hondo. Era uno de mis mayores miedos, el qué pasaría si perdía a un ser querido, como mis padres, o por ejemplo enterarme de que verdaderamente Colter había muerto (a pesar de que así lo consideraba yo desde hacía tiempo), e incluso había llegado a pensar en qué se sentiría si tenía un hijo y el miedo que me daría perder a alguien tan importante como lo es una vida engendrada por ti mismo y que depende única y exclusivamente de ti. Si alguien pierde a su esposa o a su marido, se convierte en viudo o viuda, si pierdes a tus padres eres huérfano, pero... ¿Cómo se le llama a alguien que ha perdido un hijo? Es algo tan horrible que ni siquiera tiene nombre.
―Roy... ―susurró su madre desde la cama―. Roy, mi vida, ¿eres tú?
Él dejó de llorar al instante y se incorporó un poco para cogerle la mano a su madre.
―¿Mamá? ¿Mami? ¿No estás muerta? ―dijo, secándose las lágrimas.
―No, cariño, sí que estoy muerta ―respondió ella―. Y eres tú el que me ha matado.
―¿Qué?
―Tú me has matado ―la voz de la mujer se iba tornando más profunda conforme hablaba, más gutural―. Tú me has matado, tú me has matado. Eres el culpable, tú me has matado.
La mujer se levantó de la cama, sus ojos se volvieron blancos y su piel gris. Comenzó a descomponerse mientras avanzaba hacia Roy.
―Tú me has matado. ¡Tú me has matado!
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Deja que el mundo arda
ParanormalCuando Barry Goldman acepta trabajar para el joven y multimillonario empresario, William Taylor Winslow, no se imagina que el mundo en el que está a punto de entrar, es más oscuro de lo que cree.