Entre el Cielo y el Infierno

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-una noche...-suplicó tomándola del brazo cuando intentó levantar vuelo con sus blancas alas-por favor, te estaré esperando donde siempre, Ángelus...solo una noche... olvida la razón de tu existencia conmigo...-suplicó con el corazón que no creía poseer a punto de partírsele, mientras sentía la mano ardiendo por el contacto con la piel santa- ¡por favor!-los ojos del demonio, rojos como la sangre se tornaron azules, cristalinos como un zafiro.-Rin...- el ángel sintió una opresión apoderarse de su pecho. Agitó el brazo para soltarse de aquel agarre y levantó el vuelo.

-Len... lo siento...- el ángel movió sus alas para poder escapar.-"no voltees ¡no voltees!"- se ordenó en vano, ya que sus ojos volvieron a él, se cruzaron sus miradas en ese instante ínfimo y ambos sintieron una punzada de dolor. Rin, Lloró desviando una vez más la mirada, apartando todo pensamiento de él-...te amo...pero se supone que debo odiarte...- susurró para sí misma.

Voló bajo por la ciudad, en un intento de aclarar su mente, observó a los humanos y solo pudo pensar en lo injusto de su señor, por primera vez sintió envidia de los mortales y deseó no ser lo que era.

Cerró sus ojos por un instante y respiró profundamente, cuando los abrió de nuevo una iglesia de la tierra apareció en su campo de visión; quizás una confesión podría liberarle, quizás si los humanos podían ser absueltos de sus pecados, un Ángel Custodio igual. Bajó su vuelo a aquel lugar tomando una apariencia humana y se halló frente a las puertas de aquel lugar sagrado para los humanos, sintiendo como la fe de los hombres colmaba el lugar.

- ¿necesita algo, señorita?-un párroco bastante joven y con una mirada compasiva le habló.

-vengo a confesar mis pecados, padre.- dijo con un tono serio y a los minutos se halló en el confesionario de aquella iglesia, el padre la bendijo como a cualquier mortal y ella paso a paso comenzó su confesión.

- padre, gracias por su bendición, he pecado y ha pasado demasiado tiempo desde mi última confesión, tanto que ya no lo recuerdo...-dijo juntando sus manos y arrodillándose frente a la mampara.

-hija, es bueno que decidas acudir a Dios para limpiar tu alma. Dime ¿Por qué has pecado?- pronunció con la voz pausada el sacerdote.

-yo... amo a un hombre... que mi padre no aprueba y jamás aprobará, para él, ese hombre es siervo del mismo lucifer, no es apropiado para mí y jamás lo será, pero por más que me he esforzado el sigue en mi mente y me hace amarlo con más fuerza cada vez que le miro a los ojos. Siento... siento dolor cuando me separo de él y sé que el siente lo mismo, me lo ha demostrado, día tras día. Al principio lo odiaba, como debía ser, pero ahora lo amo, ¿Qué puedo hacer? No quiero desobedecer a mi padre, pero mi amor por él ciega mi juicio...-su voz se quebró finalmente y nuevamente las lágrimas se desbordaron.

-Hija, no debes odiar a nadie, el odio no es la respuesta a ese amor que es un regalo de Dios. Si bien la sabiduría de un padre es una fuerza potente y pesada, si no lo aprueba quizás sea por alguna razón más grande.-el párroco suspiró entendiendo a la joven-Como siervo de Dios siempre debes obedecer a tu padre y a tu madre, debes honrarlos y respetarlos.-escuchó un sollozo al otro lado de la mampara y suspiró.-Dios nos dio el amor para valorarlo y experimentarlo, adán y Eva fueron hechos uno para el otro, busca experimentar tu amor en las formas que Dios nos regaló, pero con la mesura que tu padre desea.-dijo el cura y una sonrisa se posó en sus labios- Ama, hija.-el sacerdote recitó la absolución y le impuso una oración cada mañana durante una semana.

Rin salió de aquella iglesia mirando al cielo, quería amar tal como había dicho el sacerdote, ella honraría a su señor pero también amaría con el corazón que este le había dado.

Volvió al lado de su custodiada, y buscó protegerla de todo mal hasta que la noche cayó y la hora indicada llegó.

Ella emprendió el vuelo hasta el lugar donde todo había comenzado, la plaza, el primer lugar donde ese demonio susurrador se había acercado a su custodiada para corromper su alma, aquel lugar donde se lastimaron uno al otro buscando obtener el alma de esa niña mortal, pero en algún momento cuando las peleas cesaron y se dieron cuenta de que eran incapaces de matarse, incapaces de dar el último golpe, se vieron envueltos por ese sentimiento que les suplicaba estar juntos.

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