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El tercer mes Freen ya no usaba chaquetas.

Rebecca no conocía la razón, pero un día la vio entrando a la tienda de tatuajes con solo sus pantalones ajustados y una camiseta negra con el logo de "The 1975". Le gustaba, si, pues aquella prenda le daba una vista privilegiada de la parte superior de sus pechos, pero aquella venda alrededor de su muñeca no le permitía admirarla completamente.

Seguía hablando, seguía insistiendo, seguía ofreciéndole ayuda, y ella ignoraba sus palabras como si fueran débiles soplos del viento.

—¡Freen! —Saludó al verla.

—Veo que estás sola —Dijo con una sonrisa antes de besar sus labios delicadamente, casi como si temiera romperla.

Dope Tattoos no estaba recibiendo demasiada clientela ese día, así que Rebecca había pasado su día buscando frases para conquistar en internet. Ella no tenía el talento de Freen para derretir corazones con un parpadeo.

—No ahora. Jamás podría sentirme sola si estoy contigo, Freen.

Esperaba que funcionara, pero la pintora solo se rio de ella mientras le estrujaba las mejillas.

—¿De qué libro has sacado eso, Becky? —Se burló la mayor, aunque una pequeña parte de ella había amado sus palabras— Estoy segura de que es la cita de algún libro popular. Howe jamás habría dicho algo así

—Acepta que te encantó.

—No.

—Freen —Insistió con un puchero.

—Solo un poco, pero creo que el hecho de que seas mi novia tiene que ver con eso.

—Me conformaré con esa respuesta.

Y Freen le tomó la mano con ternura, pero la tatuadora no pudo evitar notar la venda en su muñeca. Siempre la notaba, le incomodaba, pero la pintora no le permitía hacer nada.

—¿Dónde está tu chaqueta, Freen?

—En mi armario —Respondió con normalidad. No le importaban sus propias heridas—. El mundo sufre, Becky, y es por quienes lo hieren que tengo esta venda. Tanta gente que odio, tantas cosas que no puedo evitar... Quiero que las vean. Quiero que las personas que odio las vean, y tal vez así puedan entender el daño que hacen todos los días.

Intentó contener las lágrimas. Le dolía escucharla.

—Por favor, Freen. Déjame ayudarte. Existen otras alternativas, otras salidas, otras formas de expresar tu odio por esas personas —Suplicó mientras le besaba los nudillos y la miraba a los ojos. Quería que Freen notara lo mucho que eso le dolía, pero ella estaba cegada—... Por favor.

—El mundo está sufriendo, Becky. Si quieres ayudarme a mi entonces ayuda al mundo primero.

No quería sonar egoísta con sus siguientes frases, pero no pudo evitarlo. Ella solo quería, con desesperación, que Freen dejara de hacerse daño.

—Salvándote a ti salvaré al mundo.

—¿Por qué lo dices? —Preguntó la pintora con curiosidad.

—Porque tú eres mi mundo.

Freen suspiró dolorosamente al escucharla. La miró con ojos cristalizados, y esta simple acción dolía.

—Lamento decírtelo, pero tu mundo se cae a pedazos.

***

Heng le permitió marcharse temprano ese día. No había sido la mejor jornada.

Freen y ella fueron a comer al restaurante de siempre, y ocuparon una de las muchas mesas de los alrededores. Ya no importaba para la pintora la mesa central.

La tatuadora de libélulas | Freenbecky |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora