No sabía qué sentir cuando estaba haciendo las maletas para volver a Londres. No sabía cómo gestionar todas las emociones que había vivido tan intensamente en tan poco tiempo. Solo sabía que una parte de mi quería volver para ver a mis amigos, a las chicas, pero sobre todo a él. Aunque la otra quisiera quedarse aquí.
Desde que James se fue, no volvimos a hablar, y no voy a negar que se me han hecho unas semanas muy raras.
Cuando dejas entrar a alguien en tu vida que rompe tu monotonía, se nota mucho más cuando no está porque pasa a formar parte de tu rutina. Y aunque en parte me daba miedo sentir tanto, no quería dejar de hacerlo, porque es adictivo sentirse bien.
Pasamos el año nuevo las tres juntas, como cuando era pequeña, pero a los pocos días mi abuela tenía que coger un vuelo para Francia. La despedida nos costó mucho porque no sabíamos cuando volveríamos a vernos, pero siempre nos decíamos que no era un adiós, si no un hasta pronto. Aunque no sabía cuánta verdad había en esa promesa.
Bajé las maletas sin hacer ruido para no despertar a mi madre. Eran las seis de la mañana, y tenía el vuelo a las diez. Salí a la parte trasera y me senté en las escaleras un rato. Simplemente a escuchar el silencio acompañado del sonido del mar, aunque no se comparaba con el ruido que había en mi mente.
Quería volver, pero no quería volver.
Mi seguridad estaba aquí. En esta casa con mi madre.
Afuera estaba lo desconocido, lo que podía hacerme daño.
Aunque lo desconocido me empezó a resultar familiar, y ahora echaba de menos a esos extraños que han ido convirtiéndose en parte de mi día a día.
Hice el desayuno para las dos lo mejor que pude. Nadie salió herido. Ninguna cocina se incendió. Y la comida estaba comestible. Lo sabía porque las caras de mi madre al comérselo no eran de disgusto total. Como si prefiriera lamer la llanta de un coche a comerse mi desayuno.
Pronto nos pusimos en marcha para llegar con tiempo al aeropuerto. Este viaje se sintió diferente. Como si de alguna manera supiéramos que todo iba a estar como siempre, aunque en ese momento no lo supiera.
Aparcó como pudo, pero ninguna hizo ademán de bajar del coche. Nos desabrochamos el cinturón y nos giramos para quedar cara a cara.
Mi madre tenía los ojos llorosos. Era la mujer más sentimental que había conocido nunca.
― Mamá, en abril volveré.
― Para eso faltan tres meses.
― Pero ya lo hemos vivido.
― Eso no significa que sea más fácil.
Un silencio nos envolvió.
Tenía razón.
Vivir una cosa otra vez, por mucho que sepas lo que se siente, no hace que sea más fácil.
Nadie te prepara. Nadie te dice qué debes volver a sentir y qué no. Simplemente sientes.
Y eso es aplicable en todos los ámbitos, por lo que el descontrol de sentimientos es mayor.
― ¿Cómo sigues sin él? ― Su mirada se enterneció. Porque por mucho que me lo explicara, no acabaría de entenderlo. Yo no dejaba de pensar en mi padre. Cada día ocupaba al menos un pensamiento en mi mente. ― Cuando hablamos de él, o de la investigación, te cierras en banda. ¿Por qué? ― Se tomó un tiempo para responderme.
― Porque no hay nada que yo pueda hacer por cambiar lo que le pasó. ― Me cogió la mano e hizo que levantara mi mirada. ― Sé que aún te duele pensar en él. Tu barbilla se contrae y tus labios también. ― Me quitó la lágrima que me resbalaba por la mejilla con sumo cuidado, como si fuera a romperme si se pasaba de fuerza. Aunque así me sintiera en ese momento. ― Olivia, lo importante no es recordar a las personas que queremos y ya no están con dolor, porque cuando estaban vivas nunca nos dolió quererlas.
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Hechos De Oportunidades
Roman d'amourTras la muerte de su padre, Olivia y su madre deciden irse de su hogar en Londres para empezar de cero en Australia, pero cuando la carta de la Universidad de Huntford llega, su mundo se pone patas arriba. Sin esperar nada, conocerá a gente que le c...