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El grito desgarrador retumbo dentro de las paredes de piedra. Sujete la mano de la joven mujer que se encontraba luchando por traer al mundo una nueva vida. Sin soltarle, tome una pequeña toalla empapada con agua fría para posarla en sus labios resecos. Ella sorbio un poco antes de que otra contracción la hiciera gritar con fuerza.

- La Princesa Elia está muy débil – murmuro el maestre Ergel a mis espaldas – El Príncipe Rhaegar debe ser informado y decir a quien debemos salvar.

- La princesa estará bien, ella es fuerte – respondí sin apartar mi mirada de sus ojos negros. Gruñí internamente ante las crueles palabras del anciano – Maestre Ergel deje que me haga cargo, he ayudado a otras mujeres antes.

- Si la Princesa y el heredero mueren toda la culpa recaerá en usted – se excusó, pero no hizo el intento por detenerme.

Maldije mi suerte cuando escuché el sollozo de la hermosa mujer que yacía en la cama rodeada de sangre. Ordene a las demás mujeres que estuvieran listas con el material que previamente había preparado. Solté la mano débil de su alteza.

- Mi princesa, disculpe por lo que hare – exclame en un momento de silencio, tome una pequeña daga, iba a cortarle de forma que él bebe pudiera salir de ella – Perdóneme.

- ¿Qué haces, bruja? – pregunto el maestre observando mis movimientos.

- Les salvo la vida – decrete con dureza.

Me coloque de forma que podía ver la cabeza del producto intentando salir. Tome una bocanada de aire mientras ponía una mano sujetando la cabecita. Pase la daga sobre el fuego de una vela cercana y rápidamente realice un corte que iba desde el tejido vaginal en dirección diagonal. Un grito aún más fuerte se escuchó.

- Puje, Princesa – grite mientras conducía la cabeza del bebe fuera.

Con sus últimas fuerzas ella hizo lo que pedí. El alivio me recorrió cuando la beba salió completamente. Pronto el llanto infantil se dejó escucho por toda la habitación. Era una niña, que algún día sería una hermosa mujer, sin duda. Corte el cordón umbilical. Miré directamente a la nueva pequeña princesita, sonreí antes de entregársela a una de las damas de compañía.

- Necesito la aguja y el hilo – ordene velozmente, mi preocupación centrada en la madre – Princesa, esta será la última vez que le dañe, disculpe.

Di unos cuantos puntos de sutura en la incisión que había realizado previamente, intentando ignorar los quejidos lastimeros de la mujer a quien tanto aprecio le tenía. Cuando todo hubo terminado verifique que los puntos estuvieran correctamente colocados. La herida se veía limpia, pero requeriría ser vigilada los siguientes días.

- Amelie, quiero verla – suplico la princesa tras un par de minutos.

- Mi princesa, le presento a su primera hija – dije tomando a la pequeña en brazos y llevándola con su madre.

- Es tan hermosa – murmuro con voz cargada de felicidad, extendió sus brazos para cargarla.

- Como su madre – asegure con confianza. La Princesa rio bajito.

- Como su padre – refuto ella con añoranza – Es tan hermosa con su padre.

Una mueca de desgrado cruzo por mis facciones cuando el recuerdo de aquel hombre vino a mi mente. No hacía falta decir que el Príncipe Rhaegar Targaryen no era de mi agrado en absoluto. Mordí mi lengua intentando callar cualquier comentario mal intencionado. Este no era el momento ni el lugar.

- El Príncipe Rhaegar desea conocer a su hija – dijo el maestre Ergel quien regresaba del pasillo.

- Debo verme fatal – Elia Martell parecía preocupada por aquello, así que limpie su rostro.

- Usted es la mujer más hermosa de los Siete Reinos – la consolé mientras acomodaba su cabello y parte de su ropa.

- Muchas gracias, Amelie – su mano sujeto con fuerza la mía – No sé qué haría sin ti estos días.

No respondí porque en ese momento se anunció la entrada del Príncipe Targaryen. Me aparte silenciosamente de la pareja. Rhaegar tomo en sus brazos a la pequeña Princesa, sus ojos brillaron con devoción y alegría. Aparte la mirada con molestia porque para mí todo aquello era una actuación. Una muy buena. Mis ojos se toparon con unos ojos grises vivaces. Sentí un pequeño aleteo dentro de mi corazón.

- Amelie – saludo Ser Arthur Dayne con cortesía. No podía decir que era un amigo, pero tampoco que éramos unos desconocidos.

- Ser Arthur – respondí con una breve inclinación y una pequeña sonrisa.

- ¿Todo ha ido bien? – su tono de voz era amable como siempre era cuando conversábamos.

- Ser Arthur, el parto es de naturaleza dolorosa como una batalla – explique con calma – ¿Ha tenido alguna vez una batalla que vaya todo bien?

- Por supuesto que no – respondió algo apenado por su anterior pregunta.

- La Princesa Elia se recupera pronto – aclare – Y la nueva princesa ha demostrado que tiene los pulmones más fuertes de los Siete Reinos.

Ser Arthur Dayne sonrió ante mi último comentario. Me di cuenta de que tenía un pequeño hoyuelo en la mejilla izquierda. Su mirada era cálida, mi corazón se estrujo con fuerza. Aparte la mirada avergonzada. Maldije una vez más reconociendo que mi amor platónico por este hombre hermoso seguía intacto. Pero lamentablemente siempre sería un imposible.

- Su nombre será Rhaenys – el Príncipe Rhaegar sentencio con orgullo frente a todos – Princesa Rhaenys Targaryen.

Al escuchar ese nombre mis labios se apretaron con fuerza. Había pasado los últimos años intentado evitar pensar en el destino cruel que pronto caería sobre estas personas. Pero cada vez aquel trágico futuro estaba más cerca. Flotando como nubes oscuras listas para la tormenta.

Lo sabía mejor que nadie porque este no era mi mundo. En mi mundo ninguno de ellos era real, eran personajes que vivián únicamente entre las palabras de unos cuantos libros. Sin embargo, ahora eran personas de carne y hueso.

Mire a la Princesa Elia Martell, quien aún postrada en la cama lucia agraciada. Tal vez era la felicidad que la rodeaba por estar junto a su familia. Quise llorar porque sabía que en futuro esta mujer sufriría el dolor de ver morir a sus hijos frente a sus ojos.

Mi mirada enojada se dirigió al hombre que culpaba de que eso fuera a pasar. El Príncipe Rhaegar Targaryen. Reconocía con irritación que era definitivamente un hombre hermoso. Tenía el cabello plateado largo, que a simple vista lucia sedoso. Con unos ojos de un color violeta que podrían hacer que cualquier mujer se perdiera dentro de ellos. Además, como si fuera necesario poseía el físico de un guerrero bien entrenado.

Y eso no importaba, porque debajo de todo eso sabía que se encontraba un hombre demasiado cruel como para engañar a su esposa y abandonar a sus pequeños hijos. Y todo por una profecía estúpida. Odiar a Rhaegar Targaryen por actos que aún no cometía no estaba bien, pero solo con saberlo me molestaba.

Sacudí mi cabeza concentrándome nuevamente en Elia Martell. En esta vida me aseguraría que esa dulce y amable mujer viviera un destino más agradable. Me jure a mí misma que estaría siempre con la Princesa Dorniese, a su lado, apoyándola. Jugaría el Juego de Tronos para protegernos.

FatalidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora