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Londres, Inglaterra
RAFAELA

—No me puedo concentrar si estás abajo de mí, Rafaela

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No me puedo concentrar si estás abajo de mí, Rafaela.

Joao se ríe después de su primera flexión. Sonrío, viendo cómo su cara empieza a ponerse roja por la exigencia física y mental que seguramente estaba haciendo. El aguante para no caerme encima, increíble.

Igual él sabe que nunca es buena idea entrenar juntos porque siempre encuentro la forma de distraerlo, a veces porque quiero, a veces porque me sale. Y esta vez, en el gimnasio de su casa, le propuse que hiciera flexiones encima mío.

—Te estoy ayudando, idiota —le guiño un ojo, luego miro sus brazos —. Mirá; un beso por cada flexión.

Él suspira con la vista fija en mis ojos. Sabe que lo estoy sobornando, pero es igual de infumable que yo cuando se trata de proposiciones y apuestas. Terco, como yo.

Rueda los ojos burlón mientras se muerde el labio inferior, todo eso continuando con su respectivo ejercicio.

—Llevo como cinco flexiones y ni siquiera me has dado uno —reclama con la voz ronca ante el esfuerzo. Mis labios automáticamente empiezan a dejar un par de besos en el cuello cada que bajaba a mi altura, para después darle la misma cantidad en alguna mejilla.

Él otra vez se ríe, totalmente concentrado en contar las veinte flexiones que le habían mandado a hacer.

—Rafa... —me da la primera advertencia al notar mis intenciones de desestabilizarlo.

Debido a su esfuerzo, hay una vena sobresaliente en su cuello que me llama a besarla. Aparte, para ser justa, quería ver en cuanto tiempo más se rendía.

—Rafaela... —me da la segunda advertencia, esta vez en un tono más serio, pero los músculos de su cuerpo me tientan a provocar.

Me río suavemente y dejo un beso justo en esa vena, sintiendo cómo su cuerpo tiembla ligeramente bajo mi toque. Joao cierra los ojos un segundo, pero los abre rápidamente, centrando toda su concentración en completar la tarea.

—Vos podés, Jo —lo aliento en joda, deslizando una mano por su espalda, apenas rozándolo con la yema de los dedos.

—No es justo —protesta, pero no se detiene. Su voz está entrecortada por el esfuerzo y la lucha por mantener la compostura.

—La vida no es justa, mi amor —murmuro contra su piel, dejando un rastro de besos por su mandíbula.

Joao suelta un gruñido bajo, y por un momento pienso que va a rendirse, pero se endereza una vez más, decidido a no dejarse llevar por mis provocaciones. La determinación en sus ojos me hace sonreír.

AFTER HOURS | Enzo Fernández.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora