La palabra de Dios es sagrada. Seguir las directrices divinas es lo que asegura la salvación del ser humano. Lo que mantiene la pureza del mayor regalo que nos ha dado el Todopoderoso: nuestra alma.
Eso fue lo que siempre me dijeron y lo que siempre pregoné a lo largo de mi vida. Acatar las enseñanzas de la Biblia, seguir el camino correcto y ser una buena mujer. Una mujer virtuosa, que honraba a su dios, a sus padres y a su marido, que hablara lo necesario y supiera llevar a la perfección un hogar. Eso era en lo que tenía que convertirme a lo que me habían dicho que debía aspirar para tener una buena vida. Para ser una mujer virtuosa que se alejara de la tentación y cuya actitud pudiera conseguirme el pase hasta el Cielo y evitar la condenación eterna.
Desde mi más tierna infancia, aprendí a evitar el pecado y las tentaciones que plagaban el mundo. Porque el pecado contamina a las personas buenas y siempre lucha contra la virtud. Mi madre, quien me lo enseñó todo, me ayudó a distinguir el bien del mal tal como decían las enseñanzas que escuchábamos todas las semanas en la iglesia como las directrices que nos daba La Biblia que leíamos a diario.
Gracias a la educación que recibí en casa siempre fui un ejemplo para el resto de niños de mi edad y con eso podía guiarlos hacia el camino de la virtud.
Mi juventud transcurrió de forma normal hasta que llegó ese momento que lo cambió todo. La adolescencia llegó para todos los niños de mi edad y yo no fui una excepción a los cambios que empezaban a surgir en mi cuerpo y mi mente. Empezaron a surgir las primeras relaciones inocentes entre mis compañeros de clase, mis amigas comentaban sobre los chicos que les gustaban y cotilleban de forma inocente sobre amoríos.
—¿Y a ti quién te gusta, Lute?
Yo siempre desviaba esas conversaciones porque no me sentía cómoda con ellas. Intentaba convencerme de que era porque las enseñanzas de la Biblia me habían dicho que las relaciones se tenían que dar con el fin del matrimonio y la procreación y que no veía esas intenciones en mis compañeros. Pero, aunque lo intentaba ocultar, sentía que había algo dentro de mí que no no era capaz de comprender.
Desde que mi cuerpo empezó a madurar, mis ojos no dejaban de mirar con una admiración que no había sentido hasta el momento a una de mis compañeras de clase que me había empezado a parecer más hermosa, buena y perfecta que el resto.
Pero eso no podía ser, yo tendría sentir atracción por un hombre con el que luego debía casarme y tener hijos para ser una buena mujer. Pero esas mariposas en el estómago cada vez que la tenía cerca no dejaban de confundirme. No entendía nada de lo que me estaba pasando. Me sentía más perdida que nunca.
Por eso, asustada y llena de dudas, fui a pedir consejo a mi madre, la persona cuya guía siempre buscaba en caso de dudas. Lo que no me esperaba fue que cuando le conté lo que me pasaba, su cara se desencajó por completo. Nunca había visto a mi madre mirarme con esa cara de asco. Me dio una violenta bofetada que me tiró al suelo.
Sin decir una sola palabra y con aquella terrible expresión que aparecía cada vez que me miraba, nos subió al coche y condujo hasta la iglesia. Tras hablarlo con el cura que siempre había sido un gran referente para mí, él me miró con la misma cara de asco que me dio mi madre. Sentía que había decepcionado a todo el mundo por esos sentimientos que no comprendía y que estaba empezando a no querer sentir.
—Hija mía. —Me tocó el hombro de forma protectora—, no puedes decir eso en serio. Desear a alguien de tu mismo género es un acto vil y lleno de blasfemia. Y solo te va a conducir al pecado y la perdición.
Vil. Blasfemo. Eso era lo que significaban esos sentimientos.
Al volver a casa mi madre me dio una paliza sin decir una sola palabra y sin quitar aquella mirada de desprecio. Me encerró en el sótano durante días donde empecé a sentir el dolor de todos los golpes que me había dado, pero tenía razón en castigarme. Usé ese tiempo a solas para reflexionar sobre todo lo que había ocurrido y cómo me sentía, para enterrar en lo más hondo de mi ser esos sentimientos pecaminosos que sabía que no debía sentir si quería seguir una vida recta y alejada de la tentación. Me dijeron que lo que estaba sintiendo era una provocación por parte del maligno con el objetivo de corromperme. Es por eso por lo que debían ser aplacados hasta que finalmente desaparecieran y pudiera disfrutar mi vida de mujer buena y virtuosa.
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Tanto en el Cielo como en el Infierno (One-shots de Hazbin hotel)
FanfictionPues lo que pone en el título, un cajón de sastre en el que iré subiendo todas las historias que se me vayan ocurriendo, pero que no me apetezca hacer un fic completo. Voy a hacer un poco de todo porque eso de ser multishipper es una bendición y una...