Simon Romanov
Actualidad..
Después de explorar numerosos lugares para comenzar de nuevo y construir una mejor vida, decidí instalarme en un pequeño pueblo inglés: Snowshill.Con la mochila pesando sobre mis hombros, contemplo el paisaje frente a mí: un pueblo verde donde el silencio impregna las calles y el viento acaricia suavemente mi rostro. He llegado. Después de más de diez horas de viaje, finalmente estoy aquí.
Si mis cálculos son correctos, y según el viejo letrero de madera que veo al otro lado de la calle, no estoy muy lejos de mi nuevo hogar. Compré una modesta casa aquí hace unos días; aunque no era lujosa, al menos no se estaba cayendo a pedazos. Hablé con el dueño, un hombre canoso y regordete, en una videollamada que duró cerca de treinta minutos, durante la cual me explicó y mostró cada detalle de la propiedad. No puse objeciones y acepté.
Rebusco en los bolsillos de mis jeans entre restos de dulces y saco el papel con la dirección escrita. A pocos metros de mí, una mujer delgada cubierta con una túnica blanca camina por la acera con una cesta de frutas brillantes. Una monja. Tengo entendido que este es un pueblo algo religioso, con una gran iglesia en el centro que atrae a la mayoría de los residentes.
—Disculpe, ¿sabe dónde queda exactamente? —pregunto cuando estoy lo suficientemente cerca, extendiéndole el papel. Me mira con extrañeza. La mujer es considerablemente más baja que yo y parece estar sorprendida, como si estuviera viendo al mismísimo demonio o algo así.
Parpadea varias veces, como si estuviera reajustando sus pensamientos, y finalmente responde:
—Oh, sí —aclara su garganta—. Es una cuadra más allá. Voy justo por allí. No está lejos.
Me ofrece una sonrisa incómoda a la que no respondo.
—Entendido entonces... —digo, ofreciéndome a llevar la canasta que ella sostiene en las manos— Andando.
Ella asiente y nos ponemos en marcha, su mirada se clava en mi como un maldito pica hielo y es la sensación más incómoda del mundo.
Después de unos minutos, ella pregunta:—¿Acaba de llegar al pueblo?
—Sí —respondo.
¿No es obvio?Ella asiente y nos quedamos en silencio. Gracias a Dios.
—Es allí —nos detenemos frente a una casa de madera color marfil con una bonita fachada y amplias ventanas. Aunque es simple, me gusta.
—Espero que el pueblo sea de su agrado —dice con una sonrisa.
—Lo espero también, gracias.
La mujer hace un gesto y se aleja mientras introduzco la llave en la cerradura de la puerta.
Mis ojos recorren el interior. Las paredes de madera están pintadas de un suave beige. En medio de la sala hay un sofá negro, acolchonado y, justo al frente, una chimenea. Afortunadamente, la casa está amueblada, algo que agradezco con mi pensión de ex militar.
Camino sobre el suelo de madera hasta llegar a mi habitación, lleva una ventana bastante espaciosa. Al menos no me ahogaré en humo cuando fume por las noches.
Una vez me aseguro de que todo está en orden, saco mi ropa de la maleta y la coloco en el armario.Leyla Sterne
—Que Dios esté contigo, Klara —mi boca se curva en una sonrisa mientras la pequeña asiente y toma la hostia entre sus labios.
—Igualmente, pecas —responde dulcemente.
Uno,
Otro,
Y otro más.Entrego hostias a cada uno de los feligreses de la iglesia. La última en recibir una fue Klara, una niña de trece años que se mudó al pueblo hace dos años. Desde entonces, nos hemos acercado mucho. Klara tiene cáncer y confía en que Dios hará un milagro por ella. Yo rezo todas las noches por su fe inquebrantable.
Tan pronto como termina la misa, recojo las sillas y cierro las ventanas de la iglesia como de costumbre. Limpio el polvo del piano en el que he tocado antes. Siempre se acumula mucho polvo.
Después de dejar todo en orden, me escabullo a la cocina para preparar la cena.
—
—¿Han visto al nuevo del pueblo? Parece haber salido de las sombras —comenta madre Aurora. Yo corto unos tomates para la cena que prepara madre Luisa.
—¿Salido de las sombras? —pregunta ella, arqueando una ceja.
—¡Sí! Es alto y robusto, con unos ojos tan oscuros como el mismísimo calabozo.
El calabozo.
Siento mis músculos tensarse y me cuesta respirar por un momento al escuchar eso. Me repongo antes de que madre Luisa se dé cuenta.Siempre es mi culpa.
—Leyla, deberías invitarlo a la misa del domingo. Aurora, ¿sabes dónde vive?
Ella asiente.
—Justamente lo acompañé a su casa. No está lejos, a tres casas de la biblioteca.
Madre Luisa remueve la sopa mientras finjo seguir cortando los tomates.
¿Debería ir yo?
—Mañana irás y le darás la invitación, ¿entendido? —su mirada de desconfianza me hace saber que se ha dado cuenta de mi distracción.
—Sí, claro que sí —le sonrío.
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Forgive Me
RomanceDonde la verdad es el camino a la salvación, Leyla Sterne, una devota mujer criada en las estrictas creencias de su iglesia, se ve desafiada cuando Simon Romanov, un enigmático ex-militar, llega al pueblo. A medida que su encuentro florece, se desp...