El primer roce fue sutil, tan suave que apenas pudo deleitarse, pero que le hizo comprobar la dulzura que emanaban, así que asestó el segundo golpe acogiendo con mayor fervor aquellos labios y sintió la rigidez inicial que ella le ofrecía.
Camelia no podía creer que la estuviera besando. ¡Que su primer beso se lo diera aquel patán que tanto detestaba! Se quedó inmóvil, quieta, sin saber que hacer o como reaccionar ante la firmeza de sus labios sobre los suyos y la mano que se había ceñido a su cintura. Durante unos segundos comprobó como aquellos labios calientes estaban sobre los suyos y de pronto comenzó a sentir esa misma calidez en otras zonas de su cuerpo muy lejos de su boca. Quiso protestar y eso le hizo entreabrir los labios sutilmente de forma que percibió como él adentraba su lengua buscando la suya, invadiendo su calidad, haciéndola gemir de un sentimiento abrupto de conmoción, pero sintió como la avasallaban miles de emociones al mismo tiempo.
La maestría de los labios del duque sobre los suyos la hizo comenzar a responder, sin siquiera ser muy consciente de que lo hacía, es como si su cuerpo de un modo innato supiera qué debía hacer, como y de un modo tan primario que perdió el sentido de quien era él o quien era ella y del lugar en el que estaban, solo le importaba el ardor que de pronto comenzaba a embargar su cuerpo a través del contacto de su cuerpo junto al suyo y aquella sensación extraña de un incandescente fuego comenzó a surgir desde sus entrañas.
Cuando el ruido de la tijera impactó en el suelo fue consciente de que ella misma estaba respondiendo a aquel beso, de que su lengua se movía al compás de la del duque y de que sus dedos se había agarrado con firmeza a la camisa, palpando el músculo que bajo ella se escondía.
Le aterró ser consciente de cuanto había perdido el juicio, de como aquel placer la había consumido hasta perder la cordura y dejarse arrastrar por la lujuria.
¡Dios mío!, ¡En qué demonios estaba pensando! ¡Estaba claro que Guicciardini solo había deseado aquello desde un primer momento! ¡Demostrarle que a pesar de su rechazo, de su indiferencia y de cuanto lo detestaba, su cuerpo era capaz de rendirse a él! ¡Y lo peor es que ella misma acababa de ser testigo de ello!
Camelia se apartó abruptamente del duque tratando de asimilar lo que acababa de suceder y siendo incapaz de mantener la calma, como si se hubiera decepcionado a sí misma y a toda su convicción.
—Márchese... —susurró en voz baja.
—¿Quiere que me vaya porque no le ha gustado o por todo lo contrario? —Se atrevió a decir él teniendo muy presente el modo en que ella había respondido a aquel beso y el modo en el que le había hecho enardecer.
En el momento que lady Camelia había abandonado su deferencia y sucumbido al placer que percibía su cuerpo, fue tan delicioso que aún podía percibir la excitación en su entrepierna y la indudable, ferviente y apasionada calidez con la que lo había embargado.
Deseaba más. Quería mucho más de esa joven aunque no estuviera dispuesto a admitirlo.
—¡Lárguese he dicho! —gritó con evidente furia.