one shots » marcetty. [AU]

nuevo empleo. - [2]

Betty's POV. 

El día había llegado, y como Armando había dicho, yo era la nueva secretaria de Marcela Valencia. Decir que estaba nerviosa, era quedarse corto; casi colapsé dentro del ascensor. Sentía como si la caja de metal se moviera a paso de tortuga, convirtiendo aquel viaje de siete pisos en una eternidad que no quería enfrentar. 

Al llegar al piso deseado, di un paso adelante, ajustando mis gafas nerviosamente. Tratando de mantener la compostura, me dirigí hacia el escritorio que solía ser de Mariana. Deposité mis cosas y entonces me di cuenta de que era la primera en llegar; en medio de los nervios, no había notado que había llegado veinte minutos antes de lo habitual.

Me dejé caer en la silla, soltando un suspiro sonoro. No quería ni imaginar que me esperaba, si ser asistente de presidencia era agotador, no quería saber que me esperaba con la mujer que más me detesta en esta empresa. 

—Beatriz.

Me sobresalté, casi cayendo de la silla. Marcela se encontraba frente al escritorio, mirándome de una forma que no podría explicar, no era odio, pero tampoco era felicidad. 

—Doña Marcela, hola. ¿Cómo está?—saludé, incorporándome. 

Ella suspiró, dejando su bolso en mi escritorio. 

—Bien —respondió—. Aún es temprano —puntualizó, viendo su reloj de muñeca. 

—Yo-...sí, lo sé —sonreí nerviosamente. 

Ella asintió, tomando su bolso nuevamente. 

—Bien, al menos es puntual. La necesito en mi oficina en cinco minutos, ni un minuto más o un minuto menos, ¿entendido? —se encaminó hacia su oficina—. No tarde, no quiero venir aquí a llamarla.—demandó.

Yo asentí rápidamente. 

—¿Me oyó?—alzó la ceja. 

—S-sí, Doña Marcela —respondí, sintiendo mi cuerpo tensarse. 

—Bien —bufó, dándose la vuelta para irse a su oficina. 

Cuando la puerta se cerró, cubrí mi rostro con mis manos, queriendo desaparecer. Con solo cinco minutos de interacción, sabía de sobra que iba a ser un infierno. 

—Uh, parece que alguien se levantó de malas hoy.

Me di la vuelta de golpe, viendo a Sandra acomodarse en su lugar, mirándome con gracia. Yo suspiré, también sentándome para acomodar los papeles, que creía, eran de Mariana. 

—Eso parece —susurré.

—Ella no suele ser tan dura con Mariana, ¿sabe? —señaló la mujer alta—. Es estricta, pero a usted...la trata diferente, parece que la odia de verdad —se encogió de hombros. 

Yo sólo me encogí en mi lugar, sabiendo de sobra que era así. Yo no era de su agrado, pero entonces porque había aceptado tenerme como su secretaria, Patricia hubiera podido ayudarla, además de que era su amiga. ¿Por qué yo?

—¡Beatriz!

Me levanté de un salto, y me dirigí a su oficina, abriendo la puerta sin tocar. Ella me miró de nuevo, con esa mirada de muerte, que me hizo quedarme estática. 

—¿Sí? —pregunté, cerrando la puerta detrás de mí. 

—¿Es que acaso no le enseñaron a toca antes de entrar? ¿En su casa no le enseñaron?—elevó un poco su voz, mientras golpeaba con sus manos el escritorio—. Además de que tuve que llamarla, ¿no le dije que estuviera aquí en cinco minutos? ¿No sabe seguir ordenes? —siguió quejándose.