La Existencia de Zócrates La Zócrates
Estaba acompañado de Ipócrita, hermano de Haleón, y de Menóstenes, padre de Laquideo, en nuestra acostumbrada tertulia cuando Zócrates y Naleo hacen acto de presencia. Antes de ellos dirigirse a las fiestas de las cabañas en Zarameo, se acercaron a nuestra comitiva dialéctica para ejercer la libertad del libre albedrío. Ipócrita, intemperante en ocasiones, no rechazó la oportunidad de retoricar con Zócrates, una añoranza que siempre manifestaba ante la testaruda lucubración de los diversos filósofos que le inquirían: I - ¡Oh!, Zócrates, redentor, mentor y maestro de nuestras salvaciones.
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Z - Ipócrita, tenedor de lo tenido, y lugarteniente de la palabra. Pláceme usted. I - Dícese, Zócrates, que mantener la osadía de enervar su grandilocuencia es como polemizar contra Zeus, dios de los dioses, estipendio que desearía lograr pero que infructuosamente no alcanzaría a consumar. Z - ¡Oh, Ipócrita!. Si Zeus es el dios de los dioses, y tú Ipócrita, el lugarteniente de estos goces, ¿cómo puedo yo endeblar osadía cualquiera? I - La palabra es el don de tu labra, que ni el mancebo de Meneo, el Rey de Cerineo, terminaría de entronizar. Z - Ipócrita, filosofar no es mi dar. I - Filosofar, ¡oh Zócrates!, quien dice filosofar. Que
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tu presencia es producto de un placer carnal que no proviene de las letras. Z - ¿A dónde quieres llegar, Ipócrita? ¿Qué oratoria estás dispuesto a declamar? ¡Engúlleme de tu sapiencia! I - Zócrates, marcando el inicio de la complexión de nuestra didáctica, dícese que el ser humano proviene de una unión mundana entre dos seres semejantes. Z - ¿Qué te ha dicho Larono sobre nuestra visita a aquella estoica comarca? I - Que en Calca, junto a Malaco, hermano de Cereco, explayaste una disertación digna de dioses. Pídese en estos momentos que repitas magistralmente aquella grandiosa ponencia. Z - No me tengo capaz de ello.
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I - ¿Cómo es posible? Z - ¡Oh, Ipócrita!, allá y acullá, en la lejanía de la Provincia, Malaco condujo semejante exposición en beneficio de su consabido y ya entendido conocimiento. I - Zócrates, la esencia es repercusión de nuestra alineación, no de la oración. Z - ¡Qué persistente, Ipócrita!, como candor que evoca pudor. I - Tu decir es el prevenir del aprehender. Z - Intentaré, ¡oh Ipócrita!, de senderar tu triste caminar, todo sea por tu anhelada paz. I - Decíase, Zócrates, que la vida es el iniciar de un compendio de posibilidades potenciados por la carnalidad que alumbra el andar de cada ser humano, así como éstos
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son capaces de potenciar la existencia que se extiende por generaciones subsecuentes. Z - De ser posible la formación de nueva vida, ¿no habría consideraciones varias que retoricar? I - En efecto. Z - Por lo tanto, la vida es un compendio amplio de ambivalencias. I - Es así. Z Y entre esas ambivalencias, encuéntrase la no-existencia. I - Totalmente de acuerdo. Z - Y si en una dimensión no hay existencia, en otra debe haberla. I - Continúa. Z - Por lo tanto, si hay la no-existencia, también debe haber la existencia. I - Es evidente que también debe haber existencia, que es lo que
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planteamos desde el comenzar querido Zócrates. Z - Si es lo que hemos planteado, es sobre lo que retoricamos. I - No hay duda de ello. Z Si sobre ello retoricamos, sobre ello nos empapamos. I - Claro que sí. Z - Entonces si la noexistencia es parte de ese compendio de ambivalencias, a su vez, como paralelismo dimensional que es, la presencia y la esencia de la existencia consta de higos y ramas múltiples. I ¿A qué haces referencia? Z - A que si la vida es un amplio compendio de ambivalencias, entre lo que se encuentra la existencia, no es posible que la misma sea limitada
