Prologo

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El conde de Versalles despertó ese día motivado a cumplir su objetivo.
Se cambió las vendas de su pecho y con un gesto adolorido bajó las escaleras.
Ese día llevaba un traje rojo y blanco que le cubría hasta el cuello.
Él sabía que pronto el traje sería de un solo color.
"Una pena"-pensó.
Llamó a su mayordomo y le ordenó el desayuno.
Se sentó en su silla de platino y su mesa de plata.
El criado llegó con una bandeja de pan recién horneado, acompañado de mermelada de frutos cosechados esa misma mañana y zumo recién exprimido.
Comió en silencio pensando en su misión.
-Délicieux.-Exclamó.
Se limpió la boca con una servilleta.
-Muy bien.-Se levantó.
Cogió su sable,Annabelle, y lo examinó.
Su fino filo de acero brillaba, limpio y espectacular a la vista.
Se lo guardó en la funda que llevaba en la cintura.
Comprobó que llevaba el otro arma bajo el traje y se montó en el carruaje.
Durante el camino se dispuso a la ensoñación. Fantaseó con besar a una jovén, con un vestido carmesí y evidente sonrojo.
Controló sus pensamientos y bajó una vez llegó.
Debía reunirse con su padre, un noble viejo y panzón, para discutir un asunto de gran importancia.  O eso es la excusa que él dio.
Los guardias lo reconocieron y le dejaron pasar, retirando el bloqueo que hacían con sus lanzas.
Subió hasta su despacho.
Ahí estaba él sentado, con su criado pelando una manzana y dandosela de comer.
-Padre…-Dijo con voz severa.
-Dejanos solos, Pierre.-Dijo decepcionado.
El criado salió y cerró la puerta.
-Por favor no me lo pidas.
-Tienes que firmar en contra.
-No puedo, si voto a favor tendré aliados poderosos. Podrían cumplir tus deseos.
-Si es que no me matan antes.
El viejo negó con la cabeza.
-Lo siento, pero podrías volver a parís. Lamento haberte exiliado, pero esta sociedad no estaba lista para lo contrario.
-Yo sí que lo siento.-Desenfundó su sable.
-Oh, Annabelle. Hazlo si es que debes, limpia mis pecados con mi propia sangre, pero esto no traerá el mundo que quieres.
Hizo un movimiento rápido, pero piadoso, con la espada y su noble padre cayó muerto.
En ese momento se abrió la puerta.
Pierre, el criado del difunto, gritó y los guardaespaldas entraron.
-Lo siento mon ami, pero c´est la vie.-Saltó por la ventana.

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