Gabrielle obstruyó el panorama que contemplaba al descender de la colina con las manos metidas en los bolsillos. El sol se ocultaba con lentitud tras las montañas desprovistas de árboles y Gio lo seguía con parsimonia.
Nash y Cam seguían muy enamorados sacándose fotos, en el banco al borde del precipicio en donde me había sentado al recordar a la única persona que dejé entrar a mi vida para que me la destruyera.
Deseé contemplar un atardecer desde las alturas, pero Gabrielle era macizo. Su cuerpo gigante, como las rocas donde los turistas tallaban su nombre, y su presencia tan indeseable como un examen sorpresa.
Su mirada conectó con la mía y me preparé para un intercambio que se dibujaba arrogante y pretencioso.
—¿Qué tanto me miras?
Puse los ojos en blanco y lo ignoré..., o al menos lo intenté; si había algo que Gabrielle Steiner no sabía ocultar, era lo mucho que le desagradaba que las personas hicieran caso omiso a su existencia. Me lo había demostrado en la playa, de manera involuntaria para su propia desgracia y desde entonces me beneficiaba de ese detalle para quitármelo de encima.
Pocas veces funcionó.
Como en aquella tarde.
—Eres la única maleducada de tu familia, por lo que veo —lanzó la primera estocada—. Tu madre es muy culta y tu padre ni se diga: es tan cortés que el mío se queda corto a su lado.
Fruncí el ceño y esa fue su oportunidad para relucir una de sus tantas sonrisas satisfechas.
—No hables de mis padres.
—No me ignores.
—Creí que tu misión era arruinarme las vacaciones, no esforzarte para que te note o responda las tonterías cada vez que abres la boca.
—Me ofende la gente con argumentos y tú no los tienes.
Usé la carta de silencio para que se diera cuenta de lo fastidioso que se estaba volviendo.
Sin embrago, continuó parado frente a mí como una estatua, bloqueando el panorama agradable mientras su aroma amaderado invadía mi olfato. Di gracias a que no llevaba ropa translúcida porque sí que me hubiera resultado imposible ignorar su presencia.
—Cuando lloras, la punta de tu nariz se pone más roja que tus mejillas.
Oculté mi rostro mirando hacia otro lado. No supe cómo se había dado cuenta de que había llorado y hasta entonces lo adjunté a que Cam le había comunicado al grupo telemáticamente.
—¿Lloras porque Brie se lo está montando a lo grande con Lea o porque te dejaste ilusionar por un niño de ojos bonitos?
Apreté los labios. No iba a empujarme a responderle, pese a que la imagen de Sky y Lea durmiendo juntos agitó a mi pecho como una tormenta destructiva.
—Ares.
Silencio.
—Ares Gray.
El zapato derecho empezó a golpear el suelo.
—Enana...
Apreté los puños.
—Gnomo con cara de muerto.
Exhalé ruidosamente por la nariz y llené mi pecho de oxígeno, volviendo al rostro de alguien que disfrutaba mi sufrimiento —pese a su expresión imperturbable—. Nos miramos el uno al otro por largos momentos, con el viento ondeando mi cabello y su camisa, la luz despidiéndose de nosotros y dándole la bienvenida a una oscuridad naranja que iba tejiendo detrás de sí el espesor de la noche.
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Heaven
RomansaEn su introversión y confidente silencio, Ares refugiaba pequeños secretos. Por suerte, los suyos parecían ser los menos importantes, cuando en aquella caravana, seis personas escondían unos más oscuros y peligrosos que los de ella.