sᴏʀᴘʀᴇsᴀ

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Comenzando a transcurrir la semana tres, el cambio de estaciones podía evidenciarse con mayor facilidad; con la caída de las hojas, era posible presenciar el cambio en las tonalidades de los árboles, cambiando de colores verdes a una mezcla de tonos cobrizos; envolviendo las calles en un ambiente hogareño; con la oleada de fríos vientos, era común empezar a notar cómo las personas salían de sus hogares cubiertos con grandes y afelpados abrigos, en un intento de entrar en calor; pues sin duda alguna, la temporada de otoño traía consigo la finalidad de marcar un nuevo ciclo de cambios, y con ella, una oportunidad de introspección a nosotros mismos.

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Restregándose los ojos al tratar de acostumbrarse a los rayos de luz que llegaban a colarse a través de su ventana; soltó un largo y somnoliento bostezo, que empañó su vista con ligeras lágrimas, su cabeza dolía y se sentía desorientado al no haber podido descansar adecuadamente la noche anterior; al ser víctima de una oleada de intensas náuseas, tuvo que pasar la mitad de su noche metido en el baño, sin poder despegar la cabeza del escusado; siendo atendido por Zoro quién en ningún momento se apartó de su lado, fue comprensivo con él, brindándole palabras de apoyo; le ofreció vasos con agua y servilletas para limpiarse; lo ayudó a sujetarle el cabello y a frotarle su espalda; favoreciendo a que sus malestares fueran sobrellevados hasta las primeras horas de la madruga, cuando por fin estos cesaron y pudieron dejarlo descansar por unas cuantas horas.

Por lo qué, era normal que al día siguiente se sintiera tan cansado cómo lo estaba en estos momentos, su rostro detonaba cansancio y en sus ojos adornaban pequeñas ojeras haciéndolo lucir agotado; pudiendo sentir las secuelas de haber vomitado durante el transcurso de la noche, su garganta se sentía inflamada y áspera, le dolía incluso al tragar saliva; estaba exhausto, y no podía imaginar por cuánto tiempo se prolongarían sus síntomas, no tenía ni idea sobre lo qué debía hacer en estos casos, aún no había podido asistir a revisión por temas del trabajo, y en sus ratos libres estaba tan cansado qué lo único qué deseaba hacer era dormir durante todo el día; así que prácticamente estaba sobrellevando su embarazo a ciegas.

Pero era consiente que sus acciones podían repercutir en el crecimiento del bebé, y aunque se encontrará exhausto, tenía que hacerse un tiempo para asistir a su consulta médica; no podía seguir prolongando la salud de su bebé.

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Levantándose de la cama con pesadez, se tomó un breve momento al sentir un molesto revoltijo en su estómago; llevándose una mano a su vientre cómo respuesta al malestar que su cuerpo percibía, trató de respirar con normalidad para evitar vomitar desde tan temprano; aunque amaba con toda su alma al pequeño rayo de luz que crecía en su interior, no podía evitar detestar los malestares que traía consigo el embarazo, siendo en ocasiones muy difíciles de sobrellevar para él.

- Bebé, deja qué papi pueda llegar a la cocina - sobándose el vientre, le gustaba la idea de pensar que su bebé llegaba a escucharlo, aunque aún fuera demasiado pequeño cómo para tener sus oídos desarrollados.

Apoyándose de la pared, con pasos lentos se dirigió a la cocina a poder prepararse algo para desayunar, aunque su cuerpo se sintieran tan exhausto por el desequilibrio en sus horas de sueño, no podía dejar a su bebé en ayunas, pues tenía que nutrirlo aunque sea con una manzana; por lo que también aprovecharía para prepararse algún té que le ayudase a calmar sus náuseas.

𝐋𝐨 𝐪𝐮𝐞 𝐥𝐚 𝐜𝐢𝐠𝐮̈𝐞𝐧̃𝐚 𝐧𝐨𝐬 𝐝𝐞𝐣𝐨́Donde viven las historias. Descúbrelo ahora