Aquello olía realmente mal. Olía a mierda. A huevo podrido. A vecino muerto. A cuando defecas encima de un montón de mierda podrida. Mil veces peor.
Yo no quería abrir la puerta, por supuesto. Y estaba claro que ninguno de mis amigos tampoco, pero alguien tenía que hacerlo.
—Vamos a ver, John, tu eres el negro. Te ha tocado.
John Smith era el tío más negro de todo el instituto. En general era la persona más negra que había visto en mi vida y eso era complicado viviendo en un pueblo como Saint Denis. Si algo habíamos aprendido mis colegas y yo del cine es que el negro siempre muere primero, y por ello era él el indicado para abrir la maldita puerta apestosa.
—¿Y por qué cojones la tengo que abrir yo? Siempre la puta misma historia. Que la abra Timmy —se quejó John.
—Oye, oye, a mi no me metáis en esto, cabronazos.
Timmy era un tío obeso, tan majo como gordo. Y muy cobarde, era incapaz de levantar la mano en clase, porque le daba vergüenza como porque no le llegaba la circulación al brazo.
—Venga tíos, poneos de acuerdo. Sois unos marikitas de playa, como J Pelirrojo —se quejó Jonny.
—¿Quién cojones es J Pelirrojo?
Jonny era el hermano mellizo de Timmy. Era una cosa basta la suya, porque al contrario que su hermano, era el tío más delgado que conozco. Y si pensabais que la cosa terminaba ahí, estáis muy equivocados, porque para rematar era pelirrojo.
—No sé quién es J Pelirrojo ni me importa, pero alguien tiene que abrir esa jodida puerta antes de que ese olor me asfixie —se quejó Timmy.
—Tranquilo, que tu ya te asfixias solo, puto gordo.
—¡A ver si te asfixio yo a ti, puto negro!
Y ahí estaban. Como siempre el negro y el gordo peleando para ver quien muere primero.
—Mirad, chavales. Se acabó, yo abriré la puerta pero me debéis una y tan gorda como Timmy —se hizo el silencio.
Avancé hacia la puerta de aquel baño sin limpiar desde hacía semanas. Todos miraban la escena expectantes. Agarré el pomo grasiento sin pensarlo dos veces y en escalofrío recorrió mi espalda. Aquello resbalaba tanto que parecía que mi madre se lo había metido por el coño. Intenté no pensar mucho en ello y lo giré deprisa. La puerta se abrió. Mis tres amigos se acercaron a mí, pero no demasiado. Lo justo y necesario para tener buena vista pero no lo suficiente como para morir en el intento. Solté el pomo y pensé en mil formas de restregarle mi mano a John por la camiseta. No era momento de pensar en esas cosas.
—Vamos, tío. Tu puedes —me animó uno de mis amigos.
Asentí y rápidamente asesté un patadón con todas mis fuerzas a la puerta. Ésta se abrió del todo y dejó a la vista aquella monstruosidad que desprendía tal olor repugnante.
He pasado miedo muchas veces en toda mi vida. He sido perseguido por un león hambriento en mitad de la Sabana, he luchado contra cocodrilos en el Amazonas y he jugado a Santa's Present, pero en ninguno de esos momentos he sentido tanto terror como lo sentí cuando vi aquel mojón descomunal a medio salir de la taza de aquel váter.
Quedé paralizado ante tal espécimen y caí al suelo de culo, mojándome así los pantalones de un líquido que parecía ser cualquier cosa menos agua.
—¡Joder, vámonos de aquí, tío! —gritó uno de mis amigos, pero no supe identificar quién fue.
Todos huyeron despavoridos pero yo no conseguía moverme. Estaba completamente hipnotizado por aquel mojón. Yo no lo miraba, él me miraba a mí y tenía la certeza de que no era una mirada amable. Sentía como aquel pedazo de mierda se imponía ante mí, pero eso no fue lo peor. Lo peor de todo sucedió segundos después, cuando una oleada de diarrea gaseosa entró directamente por mis fosas nasales. Ni un millón de Wailes podrían oler tan mal como aquella peste inhumana.
Mi cerebro dejó de pensar. Mis ojos dejaron de ver, mis oídos de escuchar. Apenas lograba oír a lo lejos a mis amigos gritando cosas que no era capaz de entender. Todo se había emborronado. Aquella mierda se había apoderado de mí. Noté débilmente unos brazos bajo mis axilas que trataban de levantarme. Me arrastraron torpemente por aquel aseo en dirección a la puerta.
Mis ojos cada vez distinguían menos colores. Cada vez sentía menos control sobre mis músculos y no podía dejar de pensar en una cosa: el mojón.
Justo cuando pensaba que no tenía salvación, un sonido muy estridente me sacó de aquel trance. Era la sirena del instituto. El recreo había acabado. Entonces todo cobró sentido de nuevo. Acababa de salir del baño y mis colegas y yo nos dirigíamos hacia la clase de física. Todo estaba nítido ahora. ¿Qué acababa de pasar? Juraría que hacía unos segundos estaba enfrente de...
—Oye, ¿has hecho los deberes de física? Lo digo porque me debes una y Miss Darcy no me dejará pasar una más —me preguntó Jimmy.
—¿Dónde está el mojón? —dije desconcertado— Juraría que hace tan solo unos segundos estaba frente a mi alzándose...
Mis amigos comenzaron a reír a carcajadas.
—¿Pero que dice el colgao este de mojón? —se rió John.
Supuse que todo habría sido mi imaginación. Pero no me convencía a mí mismo, había sido tan real...
