Rooney POV
Desde mi fría habitación en este, dígase, simpático hospital de recuperación, pude escribir desde los inicios hasta este párrafo y los que le sigan.
¿Cómo llegué? Vamos, les sigo contando.
Oía sirenas, pero me costaba abrir los ojos. Tenía muy pocas fuerzas, además, podía olfatear un olor a descomposición en algún lado de mi abrigo.
Gritos de voces conocidas y gritos de voces no conocidas que se reunían alrededor mío: la tragedia.
Era estremecedor oír la desesperación en la forma en la que hablaban.
No los oí a ellos, pero supuse que no tardarían en enterarse, aunque no sabía si realmente quería ver a todos estos personajes de una historia sumamente secreta. A decir verdad, me parecía emocionante cómo había sucedido todo, pero yo estaba en el medio de esta situación, y ahora mismo no estaba físicamente bien como para darle más vueltas a ese asunto.Tan pronto como se pudo, me encontraba dentro de una ambulancia. Lo recuerdo algo borroso, pero sí oía los lamentos de Estella y las voces de los de primeros auxilios intentando reanimarme un poco más, pues mi saturación había bajado muchísimo y estaba completamente helada.
¿Debía pensar en mi madre? lamentablemente terminaría pensando en Cate, pero sí podía pensar en cuándo era pequeña y aún vivía conmigo.
—¿Lista para el despegue?—ella me había fabricado una nave con cajas de cartón, la cual había decorado bastante bien.
Solía tumbar un colchón en las escaleras alfombradas y me deslizaba hasta llegar al final. Luego, papá puso un tobogán, cubriendo parte del lado derecho de estas. No siempre tuve adrenalina como aquellos días en que debía confiar en el colchón y en los brazos de mamá, pero el punto es que ella siempre me esperaba al final, justo para atraparme.—No vayas a soltarme cuando caiga—le decía las primeras veces con algo de timidez. Las últimas fueron como una cábala, una forma en que me burlaba de mi yo pequeña, cuando solo tenía seis años y antes tres. Creo que recordaba la cantidad de tiempo que veníamos haciéndolo y cómo había agarrado tanta valentía para volar hacia ella.
—Ni aunque yo me caiga, dejaré que tu cuerpo toque el suelo—también lo decía con mucho convencimiento. Y así era. Las primeras veces la hice resbalar, pero siempre terminaba con mi pequeño cuerpecito sobre ella. Me sentía culpable porque no entendía bien que la alfombra nos protegía, en caso hubiese impacto. Sin embargo, luego solo esperaba el 17 de cada mes, para lanzarme, mientras pedía un deseo.
Ella nunca me hubiese dejado caer...
¿Esta acaso no era una caída?
—Algunas veces en la vida vas a sentir un dolor muy parecido al de los calambres que te dan en la madrugada—la miraba atenta, con solo siete añitos de experiencia—También dirás que no puedes más, pero luego de un tiempo mirarás atrás y pensarás que ya pasó, que eres más fuerte—la miraba algo confundida—Solo quédate con mis palabras por ahora, memorízalas y luego, cuando las necesites, lo entenderás, mi amor—Ahora lo entendía muy bien.
Athena no era una mujer mala, no tenía segundas intenciones. Ella iba con todo y solo ocurrían dos cosas, se estrellaba o volaba, pero no planeaba demasiado. Odiaba a las personas calculadoras, porque ella era una persona que prefería experimentar y fracasar, a simplemente vivir bajo un régimen que la terminaría desgastando.
—Mami—estábamos en el jardín. Ella amaba regar sus plantitas y yo la ayudaba también—¿por qué me amas?—si yo hacía preguntas sorprendentes a mi edad, mamá nunca me lo hacía saber. Ella no quería que yo crezca con la idea de ser brillante, a pesar de mis capacidades, porque decía que luego pensaría que debería ser o comportarme bajo ese término y que si fallaba, terminaría hundiéndome yo solita.