Aparqué el coche cerca de su casa y esperé que viniera a por mí. Y lo hicimos así porque ella vivía en una especie de masía bosque adentro a la que, por supuesto, no tenía ni idea de cómo llegar. Llevé una mochila con lo imprescindible, como si fuera a quedarme en un hotel. No tardó mucho en llegar, así que entré en el coche, le planté un beso en la boca y no tardé en descubrir algunas cosas que me tenían intrigado.
—Hola, a ver dónde me llevas, ¿eh?
—A la casa del terror —dijo sonriendo con picardía.
Tenía cierta intriga en saber por qué su coche siempre estaba embarrado y tan lleno de polvo, y vaya si lo descubrí. El camino hacia su casa atravesaba un bosque al que se accedía abandonando la carretera, es decir, nada de asfalto, sino un camino hecho por y para que ella pudiera acceder a su vivienda. Diez minutos en los que el terreno puso a prueba de verdad los amortiguadores del coche, dejando bien claro que nuestras sesiones de sexo en los asientos de atrás no eran más que precalentamiento antes de iniciar la etapa del rally de vuelta a casa. Tras un rato, nos detuvimos ante las puertas de una gran casa.
La masía necesitaba una capa de pintura, entre otras muchas cosas. Más bien de un escuadrón completo de albañiles bien dispuestos. Nos dieron la bienvenida seis o siete perros, que por suerte no me comieron vivo. Vagaban con cierta libertad por todo el terreno vallado, que a su vez les protegía de sus escapadas y, por lo que __ me contaba, eran demasiado continuas. Resultó que __ era como la loca de los gatos, pero con perros.
Su casa, a pesar de lo que aparentaba exteriormente, era bastante acogedora. De tamaño extra, amplio en cocina, baño, comedor, pasillos y habitaciones. En las instancias donde ella hacía vida aparentaba cierta normalidad. Sin embargo, la planta de arriba y ciertas habitaciones, el porche o el gimnasio, las tenía a medio hacer.
—Madre mía, esto es… enorme —dije sin saber bien cómo describirlo—. ¿No te da miedo vivir aquí?
—Bueno, con los perros me enteraría rápido si viene alguien. De momento nunca ha pasado nada. Ven, que te enseño la casa.
La verdad es que cuando la tuviera arreglada, si eso llegaba a ocurrir algún día, aquella especie de parcela en medio del bosque, que por suerte tenía vecinos a cierta distancia, podía llegar a ser espléndida.
Visitamos las estancias. Abajo la cocina y el comedor, aparte de un gran garaje, lavabo, y demás habitaciones que todavía necesitaban ser decoradas con muebles. Tenía cierto toque de película de terror: el porche de madera típica de película americana, como el suelo del gimnasio, todavía por reformar. No tardó mucho en mostrarme su habitación y, al contrario de lo que me había imaginado, era tan funcional como pequeña. Una cama grande, algún armario y, lo que más me sorprendió: un bate de béisbol tras la puerta.
Me la quedé mirando con una sonrisa en la boca y la ceja levantada.
—Por si acaso —dijo encogiéndose de hombros.
Me acerqué y la besé, sintiendo cómo sus labios se encontraban con los míos con avance lento pero seguro, no sin antes descolgarme la mochila, que cayó al suelo justo cuando mis manos se posaron en su cintura y las suyas corrían desde mi cuello hacia mi rostro, como ella solía hacer cuando comenzaba a perder el norte.
Sus labios ardían y su lengua buscaba la mía con avidez. Ansiábamos el uno al otro como el pobre que se ahoga y busca desesperadamente un poco de aire. Había tenido una erección casi desde que puse los pies en aquella parcela, y era inevitable esconderla al llegar a su habitación. La atraje hacia mí y se lo hice notar. Escuché un pequeño gemido en cuanto la sintió pegada a su sexo, tan erecta que parecía querer atravesar ambos pantalones, como si quisiera ahorrarse desvestirnos y encontrarse dentro de ella al instante.
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𝙾𝙽𝙴 𝚂𝙷𝙾𝚃𝚂 𝙼𝙷𝙰 𝚇 𝙾𝙲
Romance𝐹𝑎𝑙𝑡𝑎𝑠 𝑂𝑟𝑡𝑜𝑔𝑟𝑎𝑓𝑖𝑐𝑎𝑠 𝐸𝑠𝑐𝑒𝑛𝑎𝑠 +18 𝑆𝑒 𝑇𝑜𝑐𝑎𝑛 𝑡𝑒𝑚𝑎𝑠 𝑑𝑒𝑙𝑖𝑐𝑎𝑑𝑜𝑠 𝑆𝑒 𝑎𝑐𝑒𝑝𝑡𝑎𝑛 𝑝𝑒𝑑𝑖𝑑𝑜𝑠 𝐷𝐼𝑆𝐹𝑅𝑈𝑇𝐸𝑁