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Elizabeth Schuyeler sabía de la relación, sí, menos mal. De cualquier modo John pensaba que si supiese lo que ponía en la última carta de Alexander me pegaba algo. En respuesta me escribió la carta más romántica que había escrito en la vida... Él no era mucho se esas cosas, se negó a releerlo porque le daba ceinge pensar en él diciendo esas cosas.

Todo marchaba bien, las negociaciones acabarían pronto y volverían con antelación a América. De los seis meses que iban a estar, esperaban irse al cuarto porque, el quinto ya era apurar demasiado por el embarazo de su mujer.

Estaba cerrando la puerta cuando entró Frances con su uniforme. Qué feliz era desde que sentía que tenía un papel funcional. -Papá- dijo trayendo el periódico.

-¿Qué sucede?- Preguntó escondiendo la carta.

-¿Qué tienes ahí?- Dijo por la poca discreción de su padre. -¿Una carta para Alexander?

-Sí- dijo dejandola sobre la mesa y estaba a nada de sellarla. Ojalá nadie la leyese nunca.

-¿Me dejas verla?- Preguntó curiosa.

-¡Por supuesto qué no Frances!- dijo y selló de inmediato la carta.

-Yo te dejo leer mis chismes.

-Soy tu padre, no es lo mismo. Además, no tienes edad para leer esas cosas- aseguró John.

-Uyyyyyyy, papá.

-A ver, no es lo que estás pensando- dijo. Desde luego hablar no era su don. -Yo no escribo esas cosas- aseguró. Él no, Alexander sí. Menos mal que escondia esas cartas más que el dinero. -¿Qué querías?

-Qué leyeses esta noticia sobre el batallón de las chicas- afirmó. Estaba siendo un éxito. Tenían tantas voluntarias como para hacer dos batallones. John sonrió, su hija era una genio. Aunque los hombres no estaban de acuerdo no podían desobedecer a un general y mucho menos podían controlar a mujeres marginadas. Ellas recibirían dinero para poder construirse una nueva vida.

Sin embargo, con los esclavos no era tan fácil. Sólo era necesario suponer que ellos no tenían acceso al mundo exterior y que eran sus propietarios los que debían tomar la iniciativa. Para eso necesitaba que Alexander presionase con el asunto a Adams y no parecía tener mucha prisa. No quería hacerle chantaje, pero con decirle que "iba a quedarse sin comer hasta que lo hiciese" lo decía todo. Tal vez eso funcionaba, sobretodo porque a veces Alexander no pensaba con la cabeza.

Con los soldados y los dos batallones de mujeres habían hecho el acuerdo con los franceses. Aunque ahora Frances quería quedarse a dirigir el batallón. -Pero Beth necesita que vayamos a América.

-Papá, ves. Yo puedo, confía en mí. Enséñame como manejar una columna de artillería al menos. Entrenaré a las chicas y...

-Y si en las batallas te pasa algo, ¿qué hago? No me lo voy a perdonar- afirmó mientras le acomodaba el sombrero de su uniforme. Iba a salir a enseñarle a algunas mujeres recién llegadas de las colonias como usar armas. -Sabes lo peligroso que es.

-Tú también lo hiciste, papá- aseguró. -Alguunos accidentes pasan, pero voy a cuidarme por ti- dijo. John no estaba convencido, pero no quería ser como su padre y cortarle las alas a su "pequeña" niña.

-Si te dejo aquí debes escribirme mucho- aseguró John. -Y regresaré cuando Beth esté bien.

-Para ese entonces tal vez yo ya he regresado, papá- Bromeó y John le dio un beso en la frente. Ella se fue contenta hacia el campamento a galope de un buen caballo que tenía y se quedó mirándola tiernamente.

-¿Cómo dejas que tu hija haga esas cosas y lleve pantalones?- Preguntó un oficial.

-Cierra la boca- dijo dándole un puñetazo y se fue como si nada a su habitación.

Allí estaba su mujer sentada en la cama mientras sostenía una carta. John se acercó con curiosidad. La carta era de la esposa de Alexander y había otra para John. ¿Era algo serio? ¿Ahora que mañana partiría a Estados Unidos?

-¿Qué pasa?- Dijo viendo el rostro de preocupación de su mujer que le extendió un paquete que ya había sido abierto y dos cartas. Una de Eliza y la otra de Alexander.

"Cargo de especulación contra Alexander Hamilton, secretario del tesoro. Escrito por él mismo. Refutación completa"

Eso decía un folleto y había adjunta una nota de prensa. "El escandaloso panfleto de A. Hamimton". -¿Qué es esto?- Preguntó sentándose al lado de su mujer.

-Lo envía Eliza. Dice que Alexander no quería que lo supieses, pero al final te ha escrito una carta para pedirte disculpas.

-¿Disculpas a mí?- ¿Qué demonios había hecho Alexander? Empezó a leer, al parecer sus rivales políticos habían hecho una gran campaña en su contra y habían visto unos movimientos extraños de dinero a James Reynolds. -¿Lo has leído ya?- su mujer asintió.

-Hay otro paquete de Alexander. No lo he abierto- señaló a la mesita de noche y John lo tomó de inmediato. Era un cuaderno completo, unas cien hojas.

"Un día, en el verano del año 1791, una mujer llamada Maria Reynolds se presentó en mi casa en la ciudad de Filadelfia y pidió verme a solas. Deseaba implicar mi compasión, diciendo que estaba en una situación de pobreza extrema, que su esposo la había abandonado con una hija pequeña, y que había venido de Nueva York, de donde era, para tratar de encontrar a algunos conocidos que pudieran ayudarla, pero que había fracasado en ello. Respondí a su súplica con un pequeño donativo. Algunas conversaciones y cartas subsiguientes resultaron en una relación criminal con esta mujer."

"Ella me escribió: 《Señor,
No tengo tiempo para contarte la causa de mi problema actual, solo que el Sr. Reynolds te ha escrito hoy y sé que lo ha hecho sin sentido, pero no me dejaría saberlo con suficiente tiempo para prevenirlo. No necesito decir cuánto estoy angustiada porque estoy segura de que puedes concebirlo. Pero espero que tengas piedad de mí y me perdones. Estaré en casa esta noche para reunirme contigo como tuviste la amabilidad de prometer. Mi querido amigo, no me descuides porque eso me sacará de mis cabales.》"

-Pero...- dijo John. -En esta época... Fue cuando murió mi padre, cuando fuimos a Mepkin, ¿no?- ¿Cómo su Alexander le había hecho eso? Le dolía el corazón, pero más debía dolerle a su esposa, la humillación pública.

-No es todo... Deberías seguir leyendo- John empezó a pasar las páginas.

"Además, he de confesar mis recurrentes encuentros con el General Laurens. Nuestra relación, sostenida en secreto, de afecto mutuo.
Nos conocimos en 1777, el General George Washington lo dejó a mi cargo en mi oficina. Inicialmente teníamos una relación formal hasta que quiso dar un paso hacia delante y comenzamos a tener una serie de encuentros hasta la actualidad. Una de sus cartas decía (...)"

-Beth, ¿esto es una broma? ¿Esto lo ha leído todo el mundo? Esa es mi última carta. ¿Por qué cuenta esto?- Estaban todos los últimos quince años explicados al detalle, cada encuentro, cada día, cada carta... Incluso revelaba entre líneas que el actual matrimonio de John era arreglado y que él nunca la quiso. ¿Cuál era su necesitad?

Donde el viento no susurra | LamsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora