Los días de Jihyo eran, en su mayoría, aburridos. Iba al gimnasio muy temprano, regresaba a casa y se preparaba para ir al trabajo, donde pasaba casi todo el día encerrada. Si ninguna de sus amigas la secuestraba antes de que huyera después de su jornada, pasaba por algún restaurante para comprarse la cena antes de regresar a su departamento. Se daba una ducha caliente y luego se metía en la cama.
Al día siguiente, repetía la operación.Los fines de semana eran los únicos días en los que hacía actividades un poco más interesantes. A veces practicaba nuevos hobbies, como golf o snowboard; salía con sus dos mejores amigas, Jeongyeon y Sejeong; o servía de vertedero emocional cada vez que Nayeon, su hermanastra, la arrastraba a un bar para despotricar entre copas de vino sobre el fracaso que tenía por vida amorosa.
Si Jihyo le contara la suya, no habría alcohol suficiente en el mundo para ahogar las penas de ambas.
En ocasiones también viajaba a su ciudad natal para visitar a su padre y su madrastra. Hacían comidas familiares y jugaba con sus primos cuando ellos le reclamaban atención. Aún no comprendía por qué parecían adorarla tanto, pero no podía negarles nada a ese puñado de niños hiperactivos.
Esa era su vida. Se había convertido en la prima solterona y aislada que dedicaba sus días a sobrevivir más que a disfrutar de la juventud. Ni siquiera había alcanzado aún los treinta y parecía una abuela sin esperanzas.
Todo cambiaría después de su vigésimo sexto cumpleaños.
La fiesta fue en casa de sus padres. Sólo invitaron a los familiares más cercanos, algo muy discreto y sencillo, como todos los años. Al día siguiente, sin resaca ni ánimo, regresó a Washington junto con Nayeon.
Jihyo conducía y planeaba dejar a su hermanastra en su casa, como siempre que viajaban juntas, pero Nayeon tenía otros planes en mente: le había organizado otra fiesta sorpresa con una reserva en el restaurante favorito de Jihyo.
Todas sus amigas estaban ahí, sonrientes y cargando varios regalos. La felicitaron y ordenaron más comida de la que podían digerir. Jihyo se aseguró de saludar y agradecer a cada persona una por una, hasta que llegó a Momo, una extranjera que compartió piso con Nayeon durante sus días de facultad. Las dos se hicieron muy buenas amigas entonces, e incluso seguían viviendo juntas después de graduarse.
Si Jihyo hubiera sabido antes quién era Momo, quizás las cosas entre ellas serían menos incómodas ahora.
Las dos acordaron nunca contarle nada a Nayeon. Jihyo no podía culpar a su hermanastra por creer que ella y Momo se llevaban bien. Es más, tenía la terrible sospecha de que Nayeon malinterpretaba la mayoría de sus interacciones incómodas.
Jihyo apenas podía sostener la mirada de Momo por más de cinco segundos, se tensaba cada vez que entraban en contacto y, para su absoluta consternación, a veces incluso tartamudeaba a su alrededor.
Naturalmente, Nayeon interpretó todas aquellas señales como que a Jihyo le gustaba Momo.En realidad, Jihyo no soportaba la cercanía de Momo y nunca sintió por ella nada más que una atracción física, la cual se evaporó la misma noche que rompió su valiosa norma. No consideraba a Momo una mala persona, y mucho menos la odiaba; simplemente era difícil permanecer cerca de ella después de haberla besado.
Después de haber visto tantas imágenes horrendas en contra de su voluntad.
Habían pasado años desde entonces. Jihyo deseaba pasar página porque no era una manera sana de vivir. Las pesadillas la consumían noche tras noche, especialmente porque tenía que ver a Momo con más frecuencia de la que le gustaría. No podía desprenderse del recuerdo si la persona de la que nacían las pesadillas la atormentaba casi a diario con su presencia.
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Besos inolvidables ➳ sahyo
Teen FictionJihyo tiene un problema, aunque ella lo considera más bien una maldición. Es también la razón por la que jura no entablar una relación romántica jamás, de modo que enamorarse tampoco es uno de sus deseos. Está bien sola y así planea quedarse el rest...