🌿 único 🌿

17 1 0
                                    















Bajo la luz mortecina de una sofisticada bombilla LED, yace la princesa furiosa. Nadie podría descifrar su preferencia por aquel tono desgraciado, pero es el que existe. Es el que decora. Es el que le da la gana de poner.

Pasaría por fortuna la posesión de las mantas rosas, pero su colisión con esa luz de muerte les vuelve chillonas y la princesa no podría estar más a gusto.

Es un día fatal. Así le nombra. Quien se acerque a juzgar solo recibirá el grito de su garganta amplificado en trueno. No es de extrañar entonces que la madre le haya abofeteado con vasta elegancia y amenazante, hablando bajo, mientras abandonaba la estancia.

Si para estupideces llaman a la hija, para golpes de cordura llamen a la madre. Mujer que se respeta no permite que sus hijos les traten como mozas de cámara en villa de marqueses, que doscientos setenta días cargando con un espécimen malcriado no es tarea en exactitud cómoda.

La princesa se sostiene la panza y, engurruñando el trillo entre sus cejas, susurra que jamás tendrá hijos. Porque pasar los dos días finales de la semana en su actual circunstancia con un revoltoso (o revoltosa) de escasos años es sencillamente el preámbulo a un suicidio presunto.

La princesa desea otras cosas. Dubai por ejemplo. De ser posible, sin trabajar. Y además tener un tigre. Dicen por ahí que los árabes tienen tigres. Ella, por ejemplo, tendría una tigresa. No podría ser de otra manera. Se proclama feminista, no puedes discutírselo.

Una vez que decide dar el paso hacia la des-pereza, mueve su cuerpecito moreno hacia el borde de la cama. Pero es lo que debe hacer si acaso quiere alcanzar en la pequeña mesa el jugo de uva preparado por mamá. Mamá fuerte que a pesar de regañar no deja de atender y solo por eso suspira cuando chupa por la pajita, agradecida —a escondidas— de que mamá le mime.

Hoy todo es una mierda y no mejorará en los próximos días. Hay ropa sucia en la cesta y aunque todos digan que es asqueroso, se rehusa a tocarla. Hoy todo es una mierda pero ella es una princesa. Nadie puede decirle qué hacer. Nadie puede asumir que mejorará el humor pronto.

   —Pero que bonita la bebé gigante…

Excepto el príncipe. El príncipe puede abrazarla desde atrás y ronronearle antes de ocultarle los labios en el cuello. Los príncipes siempre tienen potestades exclusivas, incluso esa de no intimidarse cuando los besos no parecen funcionar para su princesa.

Se esmera por darle cariño ahí, bajo el mentón, respirándole y gimiendo un tantito, en espera de mejores humores. Pero ella es tan seca, tan seria, tan “quítenmelo que si no lo mato” que su cuerpo no reacciona con gratitud.

Le molesta sentir cosquillas en el cuello. Y véase lo irónico del asunto.

   —¿Cómo te sientes, bella? —le dice al oído, ensimismado al besarla por aquí, besarla por allá.

   —Pues de la verga.

¿Habrá sentido el navajazo metamorfoseado en voz? Quizá no fuese fácil, no la está mirando a la cara. Si se percatara de ese rostro con ojos hastiados obtendría una dosis de miedo.

   —Por eso estoy aquí. —Se la lleva consigo hasta caer juntos sobre la cama—. Tu madre me comentó al respecto, así que tranquila. —Acomoda el abrazo y entrelazando sus piernas con las de ella, comienza una sesión de caricias debajo de su blusa, sobre el cálido abdomen—. Dime si te hace bien que te toque así.

Nada malicioso, pero a ella no le gusta. Ahora no le gusta. A cualquier otra princesa le gustaría que le acariciaran el vientre así, pero no ella. Ella es diferente. Única. Detergente.

Algunos las prefieren malcriadas | Bangchan. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora