Las tinieblas me envolvían por completo mientras descendía hacia las profundidades del Abismo de la Serpiente.
El aire era denso y opresivo, cargado de una energía corruptora.
A mí alrededor, solo se escuchaba el eco de mi propia respiración y el goteo constante de las aguas subterráneas.
Pero no era la primera vez que me adentraba en este lugar maldito.
Un abismo oculto bajo las aguas del Lago de Maracaibo, inaccesible para los mortales.
Un escenario que pertenecía al plano celestial, un reino intangible y misterioso donde se libraría una batalla épica entre el bien y el mal.
Yo, Reagan, Príncipe de Venezuela, iba junto a cuatro de mis hermanos: Miguel, Príncipe de Israel; Rafer, Príncipe de Argentina; Jinx, Príncipe de los Estados Unidos; y Oram, Guardián de El Salvador. Todos convocados para defender la luz de la oscuridad en esta batalla.
Al llegar al fondo del abismo, nos encontramos con una escena dantesca. Los principados demoníacos, cuatro seres grotescos y deformes, emanaban una energía corruptora que infectaba el aire. Sus cuerpos, cubiertos de escamas y pústulas, reflejaban la maldad que habitaba en sus corazones. Sus armas, forjadas en las llamas del infierno, destilaban un odio que amenazaba con consumir todo a su paso.
Al frente de los principados demoníacos se encontraba Luvart, el Principado del Caos, con su sonrisa maliciosa. A su lado combatían Arios, Principado de Irán; Ruz, Principado de Rusia, y Catay, Principado de China. Y su ultimo acompañante: la Gran Serpiente Roja
No había tiempo para la duda. Empuñé mi Espada con doble filo llameante que irradiaba luz divina, y me lancé hacia Luvart.
Luvart, envuelto en una nube de oscuridad, sus ojos, dos llamas infernales, brillaban con una intensidad siniestra. Su cuerpo se volvió fuego y azufre, y sus garras afiladas como cuchillas.
Luvart y yo nos enfrentamos en un duelo épico.
Sus ataques eran brutales, pero yo resistía, fortalecido por la fe de mi pueblo y la luz que emanaba de mi espada. Impulsado por su sed de destrucción, Luvart, atacó con furia salvaje, lanzando bolas de fuego y azufre que amenazaban con quemarme. Pero con mi escudo impenetrable y mi espada llameante, repelí cada ataque con una precisión admirable. La lucha se intensificó, así que busque cortar sus alas de oscuridad
Mientras que mis hermanos combatían con valentía, utilizando sus armas y poderes. Vi como la serpiente colosal se lanzó hacia ellos, buscando devorarlos con sus fauces gigantescas. Así que con un rápido movimiento, le propine un golpe certero con mi espada, logrando herirla en un ojo. La serpiente, rugiendo de dolor, se sumergió en el mar rojo, desapareciendo momentáneamente.
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El Principe de Venezuela
Fantasi¿Alguna vez has mirado al cielo y te has preguntado quién realmente dirige el destino de tu nación? Más allá de las nubes, invisible a nuestros ojos mortales, se libra una guerra épica por el alma de las naciones. En esta batalla, los Celestiales...