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—Espera, ¿qué me he perdido?— Dijo Jefferson en el despacho de John. —¿Un partido liberal radical?

—Si quieres llamarlo así— dijo John.

—Waos... Sorprendente— murmuró Jefferson. —¿Te parece mal lo de "liberal radical"?— Preguntó viendo el rostro serio de John. —No sé cómo le llamarías a liberar a los esclavos y dejar a las mujeres votar.

—No me molesta. Haced lo que queráis.

—Cómo te veo tan serio.

—Déjalo, es militar— dijo Burr. —Tienen mala hostia y no sonríen.

—No es cierto— aseguró John. Hoy era su primer día de campaña. Alexander acababa de enterarse del partido, porque hablar no habían hablado. Incluso le felicitó por la estructura y las ideas.

—¿Me vas a felicitar en privado y no vas a apoyarme públicamente como siempre?— Dijo John en el despacho del pelirrojo que negó.

—Esta vez voy contigo, John— aseguró Alexander.

—No creo necesitar tu apoyo— aseguró el rubio marchándose a dormir. —Mantente alejado de esto también. Sería conveniente— llegó a su habitación y cerró la puerta tras él. Estaba dispuesto a acostarse cuando vio allí a Frances.  —¿Necesitas algo?

—¿Puedo dormir un rato contigo?
Hoy no dejo de pensar en cosas.

—¿Qué cosas?— Preguntó quitándose la casaca y se tumbó en la cama.

—En lo que ha dicho John Adams en la conferencia. La preocupación que tiene por las disputas en el congreso.

—Seguro que tu tío Harry lo arregla. No te preocupes. Solo los ministros están tensos por las elecciones.

Cuando su trabajo se lo permitía hacia campañas, aunque era un hombre muy ocupado y más aún con aquel partido. Por suerte tenía a Frances que le ayudaba en cualquier cosa y escribía los panfletos de propaganda. Estaban agotados en esas semanas de tanto trabajo. —Frances, ves a dormir— dijo John. Era muy tarde. —Ya hemos trabajado muchísimo hoy.

—Está bien, papá. ¿Y tú?

—Le escribo al tío una carta y ya voy.

—Está bien— dijo dándole un beso en la mejilla.

Tampoco tenía ganas de escribirle a Harry. Sabía que algo molesto estaba en su interior. A nivel familiar todo iba peor que nunca. Ya no estaba su padre para darle consejos, aunque a veces eran inútiles. Su esposa pasó a no dirigirle la palabra, cómo si ella estuviese muy molesta con él. Para colmar la situación habían estado toda la mañana juntos en una comida que organizó Adams y tenían que fingir ser un matrimonio funcional, y si algo detestaba Jlhn era fingir. Sólo pensar en que si ganaba las elecciones ella sería la primera dama, no, no le hacía gracia.

Frances se había vuelto a asomar al despacho porque pensó que estaba dardando mucho.  Así que al verlo reflexionando pensó que sería lo mejor. No quería molestar mucho tampoco así que fue a dormir.

—¿En qué piensas, Jack?— Preguntó Alexander a los minutos. Él también se había quedado hasta muy tarde pensando en que iba a suponer la caída del partido federalista.

—En muchas cosas— dijo dejando la pluma en su sitio. No tenía ganas de discutir.

—No puedes permitir que Jefferson entre como presidente.

—¿A caso yo sería mejor presidente?

—Mejor que el partido de Burr, Jefferson o cualquiera.

—¿No creías que lo mío era descabellado?— Preguntó y Alexander asintió con una sonrisa. —Exacto. Es una propuesta innovadora y tienes las bendiciones de Washington.

—Yo creo que Jefferon lo merece. Es vicepresidente, podemos fiarnos de él.

—¿Por qué dices eso? ¿Dónde estás? ¿A caso ya no tienes ganas de luchar?

—No, estoy viejo y amargado, Alexander— aseguró. —Seguiré luchando por la libertad de los demás desde mi sitio.

—No sé que te sucede. Eso no es muy John laurens de tu parte. Solo estás desanimado. Llevas una mala racha.

—Por supuesto que estoy desanimado. Todo esto es pésimo. Quiero retirarme a una casa en mitad de un campo de arroz y que todos me dejen.

—¿Lo dices por mí? ¿Por mi culpa quieres irte?

—Por la de todos, Alexander. Estoy cansado. Me gustaría cumplir los cuarenta años tranquilo y sin quedarme calvo por el estrés— no quería echarle al culpa, sabía que él era sensible.

—Eventualmente te quedarás calvo.

—No, no, no. Mi padre no lo estaba, me niego. Antes muero.

—Jack, no pasa nada... Siento todo esto de corazón— afirmó Alexander. —¿Quieres que te ayude con el partido? Puedo ser tu secretario.

—Supongo que ser secretario se te da bien.

—¿Eso es un sí?— Preguntó el pelirrojo. Después de tantas cagadas ya poco a poco iba mejorando su relación de nuevo. —¿Cuándo seas presidente seguiré siendo el secretario del tesoro?

—No os remplazaré de vuestras funciones.

—¿Y quien será general? No tendrás tiempo para tanto.

—Yo mientras pueda, si no, mi hija— afirmó y Alexander le miró incrédulo pero se tragó sus palabras por primera vez en mucho tiempo, no quería volver a meter la pata.

—Te amo, Jack, ¿puedes perdonarme?— Preguntó dándole un abrazo. En el fondo seguía siendo su Alexander, él que tenía miedo de perderlo, el preocupado, el mismo que le ayudó a cuidar a Frances durante la guerra.

—Sí— aseguró dándole un beso en la frente. —Ves a descansary yo también iré.

Donde el viento no susurra | LamsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora