El señor Tian había intentado moldear el carácter de su hijo desde pequeño, sin tomar en cuenta que estaban en Francia. Él quería que YunKai fuera el ejemplo perfecto de los hombres que se criaban en China: esclavo del trabajo, siempre preocupado por ganar dinero y rendirle honores a sus padres, y por supuesto, garantizarles la descendencia. YunKai había estudiado Licenciatura en administración de empresas para complacerlo, y ni las notas altas ni los premios le habían ganado una felicitación de su parte; el mayor consideraba que esos logros era lo menos que su hijo podía hacer por la familia. Cuando YunKai terminó sus estudios, lo puso a trabajar en su empresa y le enseñó todo lo que no había aprendido en la universidad.
La señora Tian era el único escudo que YunKai tenía para contener a su padre: ella estaba más que orgullosa de él, y era una celosa guardiana de sus secretos.
El señor Tian sabía que Yunkai armaba revuelo entre las mujeres de su empresa: tenía prohibido salir con cualquiera de ellas, pero conversaba con todas y muchas veces lograba, mitad con su encanto personal y mitad con su apariencia, hacer que olvidaran las tareas que tenían asignadas con tal de quedarse un poco más con él.
Durante el desayuno, el hombre mayor le preguntó a su esposa si YunKai tenía novia. La señora Tian sintió un frío correrle por la espalda, pero disimuló bien:
—No lo creo, cariño. ¿Por qué me preguntas eso?
—Porque ya es tiempo de que siente cabeza y nos presente a una chica.
—Pero, amor, ¿qué estás diciendo? ¡Apenas tiene veinticinco años!
—Ya está bastante grandecito.
—¡Cariño, por favor…! Deja a Kai tranquilo. Él hace todo lo que le pides en la empresa. ¡Hasta estudió la carrera que tú le recomendaste, y se graduó con honores para complacerte!
—Era su deber. Es inteligente y no se le hizo difícil.
—No importa si era fácil o difícil. Tú eres su padre y él te ama. ¡Tienes que alentarlo más!
—Yo estudié y trabajé toda mi vida, y no necesité que mi padre me palmeara el hombro y me dijera que era un buen chico. Lo hice porque era mi obligación. Tú eres muy blanda con Kai y lo convertiste en un malcriado. Si estuviéramos en China...
—Ése es el problema: vives en París pero tu cabeza nunca salió de China. Quieres educar a nuestro hijo bajo esa moral rígida que tienes. —La mujer fue elevando la voz—. Yo no lo estoy malcriando, ¡sólo intento darle el amor que tú no sabes darle!
Los padres de Yunkai se amaban y habían aprendido a convivir con sus diferencias. El hombre veía con simpatía la personalidad alegre y a veces algo inocente de su esposa, y a ella le causaba gracia que él fuera tan serio y acartonado, porque a su lado se volvía suave y cariñoso. Rara vez discutían. Pero había un límite que el señor Tian no debía pasar: su hijo. La madre era una leona a la hora de defenderlo. El hombre sabía que su hijo y su esposa tenían una complicidad de la que él no participaba, pero a pesar de eso había logrado influir en la vida de Kai y transformarlo en su subordinado. Había perdido parte de su influencia cuando el chico se fue a vivir solo, y no tenía forma de saber qué hacía fuera de su horario de trabajo. Pensó que lo mejor era conseguirle una novia de una buena vez; una chica joven y fuerte que construyera un buen hogar para él. Imaginó un par de chiquillos corriendo por su casa. Dos o tres niños, así tenía que ser.
***
—Mamá, ¿puedes venir a verme?
La señora Tian sabía que Kai se había ido de su apartamento, pero no el motivo. Se preocupó por su voz angustiada:
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Los enemigos
RomansaReceta para el desastre: Un francés de espíritu libre. Un chino apegado a las reglas. Un amor imposible. Una mujer capaz de arruinarlo todo. Historia bl de mi autoría. Todos los derechos reservados. Prohibido copiar, adaptar o resubir.