Una noche gris y fría, y ya se sabe que la noche es oscura y alberga horrores, pero en este caso no fue así. Volvimos a tomar algo en el mismo lugar, un local tranquilo, aunque rodeado de gente. Charlamos amistosamente, nos pusimos al día hablando de los kilómetros que se había hecho corriendo, de cuántos pelos dejaban sus perros por casa y de lo mucho que tenía que madrugar para ir a trabajar normalmente. Bromas, sonrisas y cierta complicidad, aunque nada del otro mundo. Éramos dos muros de hielo frente a frente, y ahí no había emoticono que nos salvara.
—Quiero un helado —dijo.
—En octubre —contesté. No era una pregunta, era un levantamiento de ceja izquierda en toda regla.
—Es que están buenos. Venga, va, que estamos aquí al lado.
Era la hamburguesería que tenía todo el año los dichosos helados. La verdad es que no estaban mal, pero prefería un granizado de limón. Llamadme antiguo.
Fuimos en mi coche, estaba casi desierto, cosa difícil, pero era tarde y la noche no se prestaba a quedarse por esa zona un jueves por la noche en la que, además, comenzaba a llover. Y nosotros ahí metidos, pidiendo nuestros helados mientras la que nos atendía nos miraba con cara de morsa.
—¿Serán para llevar? —preguntó amablemente, o todo lo amablemente que se puede ser a esas horas.
—¿Qué pasa, que cerráis ya? —soltó __ mientras echaba mano del monedero.
Sonó cortante, para qué negarlo, incluso borde. A la empleada se le escapó una carcajada y yo tuve que contener la mía.
—No, no —rectificó la empleada—. Quería decir si vais a tomarlo aquí o es para llevar.
—Ah, vale —contestó __—. Aquí, aquí.
Fue gracioso porque María no había percibido su propio tono y se lo tomó de forma tan natural como la vida misma. A mí, sin embargo, se me había dibujado una sonrisa que duró hasta que nos sentamos.
Eran asientos dobles, típicos americanos en los que caben cuatro pero al final se sientan dos. Se puso en frente mío y pensé que eso habría que verlo.
—Estás muy lejos —solté.
—¿Qué?
—Que te vengas aquí —dije haciéndole un hueco a mi lado mientras daba palmadas en el asiento de una manera un tanto cómica.
—Vale, no me pegues —soltó. Quizás lo había dicho en tono imperativo, pero supuse que no se lo tomó a mal, sobre todo porque dos segundos después ya estaba a mi lado.
Era la primera vez que estábamos tan cerca. No sé qué me dio fuerzas, pero mientras hablábamos de tonterías, porque en realidad ni siquiera estoy seguro de que nos estuviéramos escuchando el uno al otro, la rodeé sibilinamente con mi brazo derecho y nos quedamos unos segundos mirándonos a los ojos. Ya no había helado ni nada a lo que prestar atención, de manera que… ¿qué nos quedaba?
Nos besamos por primera vez. Y el beso fue frío, pero no de esos sin alma, no, fue un beso que sabía a helado, tan dulce y fresco que no pudimos detenernos. Probé un nuevo sabor, el intenso frío de su aliento que me envolvió y no congeló mi lengua, sino que avivó el fuego ardiendo a los pies de un muro de hielo que se derretía y caía con todo el estrépito del mundo.
La lengua de María estaba viva, y sus manos también. Era una chica que tenía guardadas muchas cosas que externamente no podían adivinarse. Sus manos acariciaban mi cara mientras nos besábamos; sentía la necesidad de tocarme, de saber que estaba ahí al cien por cien, solo para ella.
No supe cuánto rato nos llevó aquella sesión de besos apasionados, pero el ritmo continuaba tan ágil como desde el primer segundo en el que nuestras lenguas se encontraron. Sin embargo, María comenzó a gemir cuando mis dedos rozaban su espalda, pasaban por su vientre y esquivaban a propósito unas zonas que pedían a gritos una prospección más acusada.
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𝙾𝙽𝙴 𝚂𝙷𝙾𝚃𝚂 𝙼𝙷𝙰 𝚇 𝙾𝙲
Romance𝐹𝑎𝑙𝑡𝑎𝑠 𝑂𝑟𝑡𝑜𝑔𝑟𝑎𝑓𝑖𝑐𝑎𝑠 𝐸𝑠𝑐𝑒𝑛𝑎𝑠 +18 𝑆𝑒 𝑇𝑜𝑐𝑎𝑛 𝑡𝑒𝑚𝑎𝑠 𝑑𝑒𝑙𝑖𝑐𝑎𝑑𝑜𝑠 𝑆𝑒 𝑎𝑐𝑒𝑝𝑡𝑎𝑛 𝑝𝑒𝑑𝑖𝑑𝑜𝑠 𝐷𝐼𝑆𝐹𝑅𝑈𝑇𝐸𝑁