Ilusionistas Engañados

La mentira, ha sido desde siempre una de las peores características de la naturaleza humana, siendo esta, un importante método de supervivencia, de ego, de falsedad y cuando se reitera, se convierte en virtud.
Todos nosotros vivimos de pobres pensamientos sobre «Qué me conviene o no», tal vez no tan pobres, si son los que nos han mantenido vivos durante millones de años. Basándose en esta idea podemos deducir que a pesar de la complejidad de nuestras mentes, lo único verdaderamente complejo es que después de esos millones de años no podamos interpretar una «Falacia engañosa», para referirse de manera elegante, a una pobre palabra nombrada «Mentira»

«Solo los sabios pueden deducir eso» No. Yo no soy sabio, y a pesar de eso, me considero a mí mismo una mentira, una «Falacia engañosa» para expresar los momentos en los que mis familiares afirman «¡ Qué elegante es este muchacho !».

Tal vez no podamos deducir esas incógnitas no porque no podamos, sino porque esta generación del XXI puedo llamarla la más indiferente de todos los tiempos.
Entre la palabra «Afición» y la palabra «Profesión» solo existe una delgada división.
Me considero a mí mismo mago por afición, o como veremos más adelante, «Mentiroso por afición». Me odio por simples razones; además de ser una mentira, mi vida es como una película o un teatro dramático, donde cada clímax es un acto inmoral hasta para este bastardo anti sociedad llamado «yo»

Mientras las personas quedan estupefactos al ver unas cuantas cartas moverse con fluidez (A veces incluso, simulando esa estupefacción), ignoran un mundo que está a sus ojos, como desconociendo a este, como haciéndose creer a sí mismos que ya saben todo sobre la vida, sobre ellos y sobre el mundo. Pero, cuando algún valiente se atreve a contradecir a las masas, todo el mundo lo tacha de manera indirecta con la ley del «mente» Y el «ista»:

Un loco «extremadamente existencialista» contra una sociedad «suficientemente individualista». Ahora bien, podemos definir quienes mienten y por qué.

Los magos, o ilusionistas, como yo prefiero pronunciar, encierran su mundo bajo un castillo hecho de cartas, desde el 10 de corazones hasta el as de espadas, haciendo a un lado las monarquías que los suprimen a reverenciar su destino, arrodillados, con armas en los puntos más débiles de su arrogancia y sentido común, cuando la misma humanidad que los llevó al éxito les jala los tobillos para que caigan al abismo del eterno olvido, comprometiéndose en matrimonio y algo más con las sombras que nunca olvidarán y dejarán de admirar los trucos que alguna vez ilusionaron masas, los mismos que se mezclarán con el veneno que desprenden las más profundas satisfacciones de la vida.
¡Nosotros, los pobres ilusionistas engañados!, engañados por su propia mente...
A pesar de esto, considero a todos y cada uno de nosotros como inocentes, la gente promedio cuando se enfrentan a sus ruidosas mentes y a su ruidoso «mundo civilizado», los ilusionistas, que viven por nosotros y para nosotros, por amor al misterio de la magia, y al misterio que se esconde en cada uno de ellos; y a los dementes, que creen ver el mundo de una forma, lo ven de otra, y la misma vida los observa como ajenos a lo natural y silvestre.

La mentira ha vivido desde siempre entre la humanidad; vive entre lenguajes, entre lo místico y en espíritus individuales. Depende ahora de cada alma decidir por voluntad propia si esto es cierto o no, nos han hecho creer en la vida, en la magia, en los demás y en nosotros mismos. Y yo como ilusionista, hago a las personas fantasear entre la realidad por un instante, y necesito de esas ilusiones para seguir vivo. Al final de todo esto, la mentira es uno de los pecados más tentativos, más esplendorosos y más satisfactorios, porque las mismas verdades así lo quisieron.
Las personas podemos seguir creyendo lo que deseemos, podemos seguir imaginando qué lo que no es milagro, ocurre por arte de magia, pero eso no es cierto.
Nos están mintiendo.