Pijamada

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Elena y Carmen eran amigas inseparables desde la infancia, un vínculo forjado a través de años de aventuras, confidencias y un entendimiento mutuo que pocos podían igualar. Siempre disfrutaban de pasar tiempo juntas, y un sábado por la noche, decidieron que necesitaban un descanso de la rutina. Así que planearon una noche de chicas en casa de Carmen. Compraron sus bebidas favoritas, algunos aperitivos y prepararon una lista de reproducción con sus canciones preferidas.

La casa de Carmen, ubicada en un tranquilo barrio suburbano, era el lugar perfecto para relajarse. Con las luces tenues y el ambiente acogedor, comenzaron la noche con risas y recuerdos de viejas anécdotas. Las paredes estaban adornadas con fotos de sus momentos juntos: viajes, fiestas, y esos días perezosos que pasaban simplemente hablando. Mientras el reloj avanzaba y el alcohol comenzaba a hacer efecto, la conversación se volvió más animada y divertida.

En medio de la charla, Carmen sugirió un juego: "¿Qué tal si probamos algo diferente esta vez?" Elena, siempre dispuesta a experimentar, aceptó con entusiasmo. Carmen sacó una pequeña caja de un estante y la abrió, revelando un frasco con un líquido brillante y una etiqueta antigua que decía "Elixir de Reducción".

"Lo encontré en una tienda de antigüedades la semana pasada. El dueño dijo que tiene poderes mágicos", explicó Carmen con una sonrisa traviesa. La curiosidad chispeó en los ojos de Elena mientras miraba el frasco. Intrigadas y un poco escépticas, decidieron probar el elixir. Elena, siendo la más aventurera de las dos, se ofreció como voluntaria para beberlo primero.

Tomó un pequeño sorbo y, casi instantáneamente, comenzó a reducir su tamaño hasta quedar del tamaño de un dedo. Carmen observó asombrada cómo su amiga se encogía ante sus ojos. "¡Elena! ¿Estás bien?", preguntó preocupada.

"¡Estoy bien! Esto es increíble", respondió Elena, su voz ahora diminuta pero llena de emoción. Lo que siguió fue una noche llena de risas y desafíos inesperados. Carmen cuidó de su amiga, asegurándose de que no se perdiera ni se metiera en problemas. Exploraron la casa desde una nueva perspectiva, con Elena descubriendo rincones y detalles que nunca había notado antes.

En un momento dado, Carmen, sintiéndose divertida por la situación, le pidió a Elena un masaje en los pies. "Oye, ya que estás ahí abajo, ¿qué tal un masaje en los pies?", dijo con una sonrisa.

Elena miró los pies descalzos de Carmen y notó que estaban bastante sucios por haber caminado descalza toda la noche. "Carmen, los tienes muy sucios. No puedo darte un masaje así", respondió Elena, con una mezcla de diversión y repulsión.

Carmen frunció el ceño, claramente molesta. "Pues si te molestan tanto, ¿por qué no los limpias con tu cuerpo y con la lengua?", dijo, cruzando los brazos. La tensión en el aire era palpable, y Elena quedó atónita por un momento, sin saber si Carmen estaba bromeando o hablando en serio. "Carmen, eso es un poco extremo, ¿no crees?"

Pero Carmen, medio en broma y medio en serio, insistió. "Vamos, Elena. Es solo una noche, y lo recordarás para siempre. Además, piensa en ello como una gran historia para contar." Con un suspiro resignado y queriendo evitar una discusión, Elena decidió jugar el juego de su amiga.

"Está bien, pero esto es una excepción, ¿vale?", respondió, acercándose a los pies de Carmen. Elena comenzó a usar su pequeño cuerpo para frotar la suciedad, y después de unos momentos, reunió el valor para usar la lengua, limpiando los pies de Carmen de manera meticulosa. La situación era tan surrealista que ambas comenzaron a reírse de lo absurdo que era todo.

Finalmente, con los pies limpios, Elena procedió a dar el masaje que Carmen había pedido. Carmen suspiró de alivio, disfrutando el gesto de su amiga. "Gracias, Elena. Eres la mejor."

Pero la diversión no terminó ahí. Carmen, con una sonrisa pícara, decidió llevar el juego un poco más allá. Sin previo aviso, comenzó a frotar a Elena con sus pies, disfrutando de la sensación de la piel diminuta contra sus plantas. "¿Qué estás haciendo?", preguntó Elena, riendo nerviosa.

"Solo un poco más de diversión", respondió Carmen, metiendo a Elena entre sus dedos, atrapándola suavemente. Elena se encontraba ahora atrapada en una posición extraña y cómica, viendo cómo sus alrededores se movían al ritmo de los movimientos de Carmen.

Carmen se recostó en el sofá y levantó los pies, observando a Elena con curiosidad. "Siempre he querido saber qué se siente tener a alguien tan pequeño entre mis dedos", dijo con una sonrisa traviesa. Luego comenzó a pasar a Elena de un pie al otro, como si jugara con una pequeña muñeca.

Elena no pudo evitar reírse ante la situación absurda, aunque también sentía un poco de incomodidad. "Carmen, esto es un poco loco", dijo mientras trataba de mantener el equilibrio. Pero pronto, la risa y la diversión las envolvieron, y Elena se dejó llevar por el juego.

De repente, sonó el timbre. Carmen miró a Elena, quien estaba atrapada entre sus dedos, y se rieron nuevamente. "Debe ser María", dijo Carmen, liberando a Elena y poniéndola con cuidado en la mesa.

De repente, sonó el timbre. Carmen miró a Elena, quien estaba atrapada entre sus dedos, y se rieron nuevamente. "Debe ser María", dijo Carmen, liberando a Elena y poniéndola con cuidado en la mesa.

Noche de chicas en miniatura Donde viven las historias. Descúbrelo ahora