Capítulo 1: La llorona.

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Viernes por la noche, como cada semana, Czar y yo acudíamos a Dl'Arto, un bar con música en vivo. No sé qué nos gustaba más de asistir a aquel lugar. Probablemente era la música, siempre con bandas de rock nacionales o de aquellas que tocaban covers. Tal vez solo disfrutábamos de nuestra compañía, compartiendo charlas en medio del bullicio. O quizá era la presencia de una joven que desentonaba del resto, con su belleza singular y su aire de misterio. Siempre se sentaba en la misma mesa, cerca del escenario, donde la luz la bañaba con un resplandor casi etéreo, que nos ofrecía una vista que añadía un toque de magia a nuestras noches.

Una pelinegra de ojos cafés, piel blanca y estatura pequeña, con los labios rojos intensos y unos ojos tan negros que la hacían lucir como un mapache. Su cabello, lacio y brillante, caía hasta la mitad de su espalda. Siempre estaba acompañada de un hombre alto, tan alto que parecían padre e hija. Tenía una postura elegante y confiada, sus movimientos eran gráciles y deliberados. Su bebida predilecta era el Jack Daniel's, y pocas veces se le veía fumar, aunque cuando lo hacía, lo hacía con una actitud despreocupada.

Vestía siempre con vestidos negros y cortos, que acentuaban su figura. Cruzaba sus piernas con una gracia innata, como si nadie notara que lo único que quería era presumir el tatuaje que adornaba su pierna izquierda: un impresionante diseño de Quetzalcóatl, que subía desde su rodilla hasta su muslo. Su presencia atraía miradas y susurros, pero ella parecía ajena a la atención, envuelta en su burbuja de misterio.

No podría decir con exactitud cuál fue el día en que Czar se enamoró de ella, pero puedo afirmar que yo me enamoré el día en que la vi bailando "La Llorona". Esa noche fue una locura. Czar y yo apenas conseguimos boletos, pues Jaguares se presentaría en Dl'Arto. Desde temprano, el bar bullía de emoción. Las luces tenues creaban sombras en las paredes adornadas con pósters de conciertos pasados. El aroma de la cerveza y el humo del tabaco se mezclaba con el perfume dulce de algunas mujeres y la adrenalina de los fanáticos.

Cuando finalmente llegó el momento, el público rugió con entusiasmo mientras Jaguares tomaba el escenario. Y ahí, en medio de la multitud y la euforia, mis ojos se posaron en ella. La vi moverse con una gracia indescriptible. Fue entonces cuando supe, con absoluta certeza, que algo había cambiado dentro de mí esa noche. No sé cómo lo logró, parece que incluso el mismo Saúl Hernández se había enamorado de ella porque la hizo subir al escenario y todo el bar pareció detenerse. Su baile era hipnótico, la forma en que su cuerpo se movía con la música, la intensidad de su expresión, todo en ella irradiaba una pasión y una tristeza que quedó grabada en mí. Y en ese preciso instante, mientras la observaba, que me di cuenta de que ya estaba perdidamente enamorado. Los versos de la canción se entrelazaban en ella, como resultado de las emociones que  despertaba en mí y en cada persona en el bar. "Ay, no quiero amarte, Llorona. Ay, no quiero llorar contigo..."

Aquel viernes no fue la excepción: la misma mesa, la misma joven, la misma bebida, la misma pierna expuesta, las mismas miradas y susurros, y por supuesto, el mismo acompañante. Czar y yo ordenamos una cerveza y nos acomodamos para disfrutar de la banda de esa noche. La banda se presentó como una agrupación que disfrutaba de tocar éxitos de los 80s y 90s en inglés y español. La joven, con la misma gracia y elegancia de siempre, cantaba cada una de las canciones. Nada parecía hacerla perder la compostura, ni siquiera la presencia del mismísimo Saúl Hernández meses atrás. Observándola, me di cuenta de que su constancia y serenidad eran una de las razones por las que siempre volvíamos a Dl'Arto, semana tras semana.

—Es muy hermosa, ¿verdad? —me dijo Czar. Era la primera vez que él hablaba sobre aquella mujer, lo que me hizo sobresaltarme y me giré hacia él, sorprendido por sus palabras. Hasta ese momento, habíamos compartido silencios cómplices y miradas furtivas, pero nunca habíamos puesto en palabras lo que ambos sentíamos al verla.

Czar sostenía su cerveza con una expresión pensativa, sus ojos estaban fijos en ella. Aunque no habláramos de ella, su presencia había creado un vínculo entre nosotros, un hilo invisible que nos unía en nuestra fascinación.

—Sí, lo es —respondí finalmente, tratando de ocultar la intensidad de mis sentimientos. El bar seguía resonando con la música, pero en ese instante, parecía que todo se había vuelto más íntimo, más personal. La joven continuaba cantando, ajena a nuestra conversación, irradiando esa misma elegancia serena que nos había cautivado desde el primer momento.

Czar se quedó en silencio por un momento, perdido en sus pensamientos, pero después añadió:

—Nunca he visto a alguien así. Hay algo en ella, algo que no puedo definir...

Asentí, comprendiendo exactamente lo que quería decir. Ella era un enigma, una figura  intocable y a la vez accesible en su manera de ser. Su voz, sus gestos, todo en ella hablaba de una historia que queríamos descubrir.

—A veces pienso que es como una de esas canciones que escuchas y no puedes sacar de tu cabeza —dije—. Te atrapa y no te suelta.

Czar sonrió levemente.

—Sí, una canción que quieres escuchar una y otra vez. ¿Crees que también asista los sábados?

La pregunta me tomó por sorpresa, pero tenía sentido. Hasta ahora, nosotros solo habíamos ido los viernes por la música en vivo, pero ¿y si ella también asistía los sábados? La posibilidad de verla otra vez durante el fin de semana era tentadora.

—Es probable —respondí—. Podríamos añadir un día más a nuestro deleite.

Czar asintió y sus ojos brillaron con la idea de extender nuestras visitas a Dl'Arto.

—Experimentemos —dijo Czar, levantando su cerveza en un brindis informal—. A ver si tenemos suerte.

Pasamos el resto de la noche lanzando miradas indiscretas hacia la mujer y converdando sobre trivialidades, pero nuestras mentes estaban claramente concentradas en ella, en su presencia.

La banda seguía tocando, y el ambiente del lugar se volvía cada vez más animado. Ella, ajena a nosotros, reía y hablaba con su acompañante, a veces cantando suavemente junto a la música. Czar y yo intercambiamos comentarios ocasionales sobre ella.

—Tiene algo especial —dijo mi amigo en un momento, con sus ojos fijos en ella—. No es solo su belleza. Es... todo.

Asentí, sabiendo exactamente a qué se refería. No era solo su apariencia física lo que nos atraía, sino la forma en que se movía, la confianza que exudaba, todo...

La noche avanzaba y, a medida que se acercaba el cierre del bar, nos dimos cuenta de que no podíamos dejar de mirarla. Nos quedamos hasta que la banda tocó su última canción, "Forever Young" de Alphaville. Ella, como siempre, estaba inmersa en la música. La promesa de juventud eterna, el deseo de capturar momentos, todo parecía cobrar vida en su figura. Era como si la canción estuviera escrita para ella.

Las luces del bar empezaron a encenderse, señalando el final de la noche. Con una última mirada hacia ella, nos levantamos de nuestra mesa y nos dirigimos hacia la salida, arrastrando los pies con la melancolía de dejar atrás ese momento.

Mientras caminábamos hacia nuestros autos, el aire fresco de la noche nos ayudó a despejar nuestras mentes. Czar rompió el silencio primero:

—Entonces, ¿nos vemos mañana?

—Definitivamente —respondí sonriendo.

Nos despedimos con la promesa de repetir la experiencia. Esa noche, mientras me preparaba para dormir, no podía dejar de pensar en ella y en la posibilidad de descubrir más sobre su vida.

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