[31] Una semana te concedo, perro

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No me avergüenza reconocer que esa noche logré quebrar bastante el orgullo de Grec. Fue necesario que tomara cinco minutos para recuperar el aliento y un pequeño mordisco en los labios, mientras le susurraba "buen perro". Claro está, torturarle el trasero con una piedra pulida no fue una experiencia que deseaba repetir, a menos que continuara mintiéndome, en cuyo caso optaría por una piedra un poco más grande.

Después de lo que sucedió, tomé su mandíbula firmemente entre mis dedos y le aseguré que nuestro "sucio secreto" permanecería entre nosotros. Le prometí que, si volvía a incurrir en más mentiras o mal comportamiento, lo castigaría de nuevo.

Reconozco que fui un tanto cruel al obligarlo a sentarse nuevamente en la silla, considerando que su trasero debía de dolerle bastante. Sin embargo, le aseguré que al día siguiente le proporcionaría una crema para calmar la inflamación. Después de todo, siempre he sido diligente cuidando a mis perros obedientes y leales.

Antes de despedirme, decidí motivarlo un poco más, así que lo besé apasionadamente hasta dejarlo sin aliento. Lo tomé fuerte del cabello, inmovilizando su cabeza, mientras que la otra apretó parte del pectoral derecho para clavarle las uñas hasta dejarle una notoria marca.

—No necesito ser una mujer para controlar a un hombre como tú, Grec. Aunque no tenga tu fuerza ni tus músculos, sé cómo manejar perros grandes de tu tamaño sin tener que desnudarme —susurré, sintiendo su aliento caliente y viendo el brillo en sus ojos después de todo lo que había ocurrido esa noche—. Eres afortunado de tener mi atención, porque otros caballeros que han actuado mal no serán tan afortunados como tú. ¿Sabes por qué? —pregunté en tono suave, viéndolo negar con torpeza—. Porque ahora eres un perro grande, fuerte y obediente, y no permitirás que nadie me falte el respeto, ¿verdad, Grec?

—N-no, jefe... —balbuceó, aún jadeante—. Les... enseñaré una lección si oigo algo...

—Eres un buen chico, Grec —lo elogié—. Ahora ve y date un baño, elige una habitación en el ala oeste y descansa. Mañana, a primera hora, te daré tu premio en persona.

—G-gracias...

Después de eso, me retiré hasta encontrar a Kalos desnudo en nuestra cama, mencionándole lo mucho que extrañaba a mi fiel lobo, lo cual provocó que su cola se agitara sobre la cama. Luego, le pedí que me ayudara a desvestirme, ya que esta noche tenía planes especiales para esas orejas tan traviesas que tendría que oler sólo a mí.


Como prometí, me dirigí temprano por la mañana a la habitación de Grec, alertado por una criada sobre el incidente que tuvo junto a la puerta, ya que al parecer vomitó bastante. Lamenté el desagradable trabajo de limpieza que habían tenido que hacer, asegurándoles que siempre habría trabajo para aquellos que fueran leales a mi villa y mis órdenes. Como muestra de gratitud, les di una moneda de oro antes de que se marchara.

Al entrar a la habitación, encontré a Grec hecho un desastre: la espalda adolorida, un fuerte dolor de cabeza que le dificultaba abrir los ojos demasiado y, por supuesto, su trasero sería la zona más afectada. Apenas llevaba puesta la ropa interior, y cuando intentó disculparse para arreglarse, lo detuve y me adentré en la habitación.

—Te ayudaré a aplicarte la crema —propuse con una sonrisa fingida e inocente—. No me gustaría que empeoraras al ser una zona tan sensible.

—N-no será necesario.

—Túmbate en la cama ahora mismo, Grec —ordené con un tono más firme y dominante, advirtiéndole sobre las posibles consecuencias negativas. No tardó ni un segundo en ponerse boca abajo—. Buen chico, hoy voy a darte unos mimos para que sepas que yo cuido perfectamente a mis mejores perros.

Cuatro de corazones  [Actualizada en INKITT]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora