Capítulo 1:Aterrizaje en la isla

171 0 0
                                    

No podía creer que finalmente estaba en Ibiza. Después de semanas de planificación, por fin había llegado el momento de disfrutar de unas vacaciones con mis amigas, Marta y Lía. Mientras recogíamos las maletas en el aeropuerto, la emoción flotaba en el aire. Lo que no sabía era que este viaje me cambiaría la vida para siempre.

Nos dirigimos a la empresa de alquiler de coches, que quedaba a unos pasos, listas para recoger el Mini que habíamos reservado. Sin embargo, al llegar, una sección de coches de lujo llamó mi atención. Entre modelos brillantes y elegantes, estaba él: un chico alto, con ojos verdes y rasgados que brillaban bajo el sol. Mi corazón se detuvo por un instante.

—¡Tía, mira ese cañón de tío, mamá mía! —soltó Lía con entusiasmo desbordante.

Mis piernas temblaban mientras me acercaba al mostrador. Intenté mantener la compostura, pero mis pensamientos estaban en caos. Le pregunté por nuestro alquiler, y cuando me respondió, me di cuenta de que no era un simple empleado más. Era él, el chico que no podía dejar de mirar.

—Hola, ¿Cómo puedo ayudarte? —dijo con una sonrisa que me dejó sin aliento.

—Eh... vine a recoger el Mini que reservamos para tres personas —respondí, tratando de sonar tranquila, aunque mi corazón latía a mil por hora.

—Claro, aquí lo tengo. Pero... ¿has considerado algo más interesante? —dijo, bajando un poco la voz, mientras sus ojos no se apartaban de los míos.

—Por cierto, me llamo Ernesto —añadió, estirando la mano para estrechar la mía.

—Valeria —respondí, tomando su mano, intentando no desmoronarme por dentro—. Encantada.

Mis amigas, que observaban la escena a unos metros, intercambiaban miradas cómplices mientras yo intentaba mantener la calma. Le di mi carnet de conducir, que me sudaba en las manos, y Ernesto hizo una fotocopia. Cada vez que sonreía o me miraba, una chispa recorría mi cuerpo. No sé ni cómo ni por qué, pero os juro que nunca me había sentido así. Estaba colgada de ese tío.

Lía no perdió la oportunidad de lanzarme un codazo disimulado mientras Marta apenas podía contener sus risas.

—¿Vas a dejar que se escape? —bromeó Lía, sonriendo de oreja a oreja mientras yo intentaba mantener la compostura.

Después de firmar los documentos, Ernesto se inclinó ligeramente hacia mí.

—Si necesitas recomendaciones sobre lugares para visitar, no dudes en preguntar, Valeria. Estoy aquí para ayudarte —dijo, con esa sonrisa que parecía prometer mucho más que simples direcciones turísticas.

"¡Genial!", pensé para mis adentros. "¿Cómo le voy a preguntar algo si ni siquiera tengo su número?" Me frustraba la situación, pero había algo en su manera de hablar que me mantenía intrigada.

Nos subimos al coche, y apenas cerré la puerta, Lía, con su tono de broma habitual, se aclaró la garganta y, poniendo una voz grave que imitaba a Ernesto, dijo:

"Si necesitas recomendaciones sobre lugares para visitar, no dudes en preguntar, Valeria..."

Todas nos rompimos de risa en ese momento. Marta y Lía se retorcían en sus asientos, mientras yo trataba de no ruborizarme más de lo que ya estaba.

—¡Casi se me olvidan las llaves del coche por culpa de Ernesto! —dije, aún riéndome.

—Tía, es que parecía sacado de un anuncio de colonia, ¡vaya manera de mirarte! —dijo Marta entre carcajadas.

—¡Sí, sí! —siguió Lía, con su teatrillo—: "Estoy aquí para ayudarte, Valeria..." —repitió, exagerando aún más la voz de Ernesto y agitando las manos dramáticamente.

Estallamos en una nueva ronda de risas. Con la música a tope, justo sonaba "No puedo vivir sin ti, no hay manera" y, como si fuera una conspiración cósmica, las dos empezaron a cantar a coro: "No puedo vivir sin ti, Erneeeesto, no hay manera."

La carcajada era inevitable.

Aunque nos reíamos sin parar, en mi cabeza Ernesto seguía presente. Tenía esa mezcla perfecta de encanto y misterio que me dejaba pensando en él más de lo que debería. Mientras conducíamos hacia nuestro alojamiento, no pude evitar confesar:

—Chicas, en serio, creo que ese tío me ha robado el corazón.

Marta, con su actitud pragmática y sus refranes, no tardó en responder:

—Si tiene que ser para ti, te encontrará, y no te lo quitará nadie.

Esas palabras resonaron en mi cabeza. Quizá Marta tenía razón, pero una sombra de inseguridad comenzaba a nublar mis pensamientos. ¿Cuántas chicas habrán pasado por su mostrador? ¿A cuántas les habrá dicho lo mismo? Tal vez solo fui una más. Qué ilusa...

Si alguien me hubiera dicho que ese encuentro casual marcaría el inicio de algo tan intenso, me habría reído en su cara. Pero en ese momento, todo lo que deseaba era volver a verlo, aunque solo fuera para escuchar su voz y sentir esa chispa que había encendido en mí.

Y así, con el corazón latiendo de emoción y un futuro incierto por delante, comenzó la aventura que cambiaría mi vida para siempre.

























Ibiza: La isla del deseo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora