Capítulo 10

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Eilidh había estado más inquieta que de costumbre, tras haber escuchado, por casualidad, que en unos días volvería Ashton a Glenley. Y, esta vez, se quedaría... para siempre.

A pesar de todo, no volvería a estar sola. Y eso la aliviaba. Había perdido tanto... dolía... y él era todo... lo que le quedaba. De alguna manera, Ashton era...

Por supuesto, tenía a su abuelo. Pero él, más que alguien familiar era, por sobre todo, el regente de Glenley. Y, ese experimentado guerrero estaba constantemente contrariado con ella.

Su falta de educación sobre los deberes como futura regente, sobre la historia de Glenley, sobre el manejo de la política y la economía del reino, sobre los distintos títulos nobiliarios y cómo debería dirigirse, o no hacerlo, cuando alguien hablaba con ella.

Dioses, había tanto que no sabía... tanto que no le interesaba saber.

Porque... ¡era una niña! ¡Una niña que lo había perdido todo!

Extrañaba a su familia con cada respiración, con cada noche que no podía dormir y cada día que el sol no conseguía iluminarla por mucho que brillara. Algo dentro de sí había muerto y, se aferraba a la idea, de que podría recuperarlo, en parte, si él volvía.

La risa volvería con Ashton, no podía ser de otra manera. Él era su héroe. Él estaría siempre, siempre para ella.

Por eso, cuando Ashton volvió, Eilidh había estado esperando, mirando desde una de las ventanas más altas de la fortaleza, como cada día. Lo vio y su corazón dio un salto. ¡Había vuelto! ¡Venía y cumpliría su promesa! Volvía por ella.

Bajo corriendo, sin pensarlo, medio tropezando con las faldas de su vestido. Cuando alcanzó el patio de armas, estuvo a punto de echarse en sus brazos, pues él había descendido de su caballo.

Instintivamente se detuvo. Se sintió insegura, pues su expresión era fría, cortés desde luego, pero en absoluto risueña.

Así que se quedó ahí, sin saber que decir, recibiendo como saludo un leve asentimiento de Ashton y, con solo eso, él se alejó hacia las caballerizas.

No lo siguió. Y por varios días no lo vio. Ni siquiera cuando eran las horas de la comida, Ashton no aparecía en el salón.

Escuchó que estaba entrenando bajo el estricto régimen de su abuelo. Que realizaba sus comidas en solitario y que apenas hablaba.

Tal parecía que el chico que había conocido... había desaparecido.

No obstante, este era Ashton Drummond, por tanto, aquello no podía durar mucho. Poco a poco, él volvía a ser el que era antes... o al menos eso le había parecido cuando tomó valor y se acercó hasta las lizas a verlo entrenar.

Aquel día, Ashton se acercó a saludarla, con cierta formalidad, pero con un toque risueño en su mirada.

–Lady Eilidh –soltó, tomando su mano. Luego la soltó y le tocó una trenza– ¿has estado corriendo por el bosque?

Eilidh fue consciente de su estado desarreglado ante aquellas palabras. Y lo cierto es que sí, lo había estado, escondida en el bosque para evitar sus lecciones.

–Necesitaba descanso –dijo y miró al cielo– es un día soleado y no quería estar más encerrada en el castillo.

–¿No tienes lecciones a las que asistir?

–¿Y tú?

–Yo... –Ashton miró sobre su hombro– me he ganado unos minutos de descanso.

–Bien.

Solo una promesa (Drummond #5)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora