Vivianne estaba en su casa, casi lista para salir. Se había esmerado en los detalles: vestido, peinado, maquillaje, accesorios; todo debía ser perfecto: Yunkai, su prometido, iba a pasar a buscarla.
Cuando sintió el rugido del motor frente a su casa, se puso la última joya: el anillo de compromiso, un diamante enorme incrustado en oro blanco, que lanzaba un arcoiris de colores cada vez que, llena de orgullo, lo giraba frente a la luz.
Yunkai la esperaba, parado junto a la puerta del acompañante, y le ofreció una sonrisa y una señal aprobatoria cuando vio su atuendo:
—Estás preciosa...
La situación era idéntica a unos años atrás, con la diferencia de que ya no tenían una relación pasajera, y que Yunkai no era el mismo: de aquel chico desinhibido y seductor de antaño, no quedaba nada. Ahora no la llevaba a bailar sino a cenar a un restaurante de lujo.
Vivianne se aburría con la nueva personalidad de su prometido: lloró de la emoción cuando Yunkai le puso el anillo en el dedo porque se imaginó una vida de lujos a su lado: fiestas, viajes y compras sin medida. Pero YunKai se había vuelto tan trabajador como su padre, y ya no tenía tiempo para ella. Ni siquiera en el sexo era tan bueno como antes: todos los lunes a las ocho de la noche llegaba a su casa, cenaba con ella, hacía el amor una vez, y a las diez en punto se marchaba diciéndole que estaba cansado. A su padre le sobraba la energía, y él tenía la obligación, como hijo filial, de cumplir con sus mismos horarios. Se despedía de ella con un beso en la frente, y se marchaba a su casa. Vivianne sentía que con él estaba repitiendo su historia con Jiang, pero la consolaba saber que, aunque su vida fuera un poco insulsa, tendría dinero a manos llenas para compensarla.
El restaurante a donde YunKai la llevaba esa noche estaba en una zona céntrica de París. Tenía código de vestimenta: traje y corbata oscuros para los hombres, y vestido de noche para las mujeres. En la recepción los miraron de pies a cabeza. Yunkai sonrió con una expresión tranquila, mientras Vivianne se sintió juzgada y ocultó el rostro para que su novio no viera el calor de sus mejillas. Él se movía como pez en el agua en ese ambiente de gente famosa e influyente, pero ella de pronto sintió que lo único que tenía encima, y que cuadraba con el lugar, era el anillo que brillaba en su dedo.
Su prometido no la ayudó mucho: se había puesto a conversar de negocios con un hombre mayor, mientras esperaba su mesa, y la dejó con su esposa, una señora que podía ser su madre pero que se veía más elegante que ella, gracias a un estupendo vestido de diseñador:
—¿Así que tú eres la novia de Tian YunKai? —le preguntó mientras le lanzaba una mirada que a Vivianne le sonó a pura ironía. La fama de mujeriego de su prometido era más que conocida. La señora miró el vestido hecho en serie de Vivianne, y luego su anillo, y sacudió, con descuido, un pequeño bolso que costaba varios de sus sueldos—. ¿Tienen fecha para la boda…?
—Aún no, pero…
—Oh… —La mujer levantó las cejas y llegó a esbozar una sonrisa. La distrajo el brazo de su marido que se entrecruzó con el suyo: su mesa estaba lista—. Mucha suerte, querida… —le dijo a modo de despedida, casi como si le estuviera dando el pésame.
Vivianne estaba de mal humor por las palabras de esa metiche, y quería irse de ese lugar lleno de ricos. Pero debía disimular: Yunkai estaba cómodo y parecía conocer a todo el mundo. En la mesa, le tomaron las órdenes, y cuando el sommelier fue a ofrecerles la carta de vinos, YunKai le dijo:
—Tal vez no te necesite esta noche, Pierre. Mi novia también es sommelier de un restaurante chino; ahí la conocí.
El empleado la saludó con una inclinación de cabeza y una sonrisa sarcástica, y a Vivianne le pareció que sus ojos se le habían clavado en el escote. Roja de vergüenza, escuchó la carcajada de su novio en respuesta a un chiste casual del sommelier. Totalmente humillada, se bebió dos copas de vino tinto en cuatro tragos, y antes de que llegara la comida ya estaba un poco mareada:
—...Yo nunca quise que te pasara nada malo, Yunkai. No pensé que tu padre te iba a secuestrar.
—¿Y no se te ocurrió llamar a la policía?
—¡Es un hombre muy peligroso! Tenía miedo…
—Me imagino.
—Sí… No debí llamarlo aquella vez que los vi juntos.
—¿Cuando fui a buscar a Jiang al restaurante?
—Si. Yo tenía la tarjeta de tu padre; él me la dio una vez que lo vi en el restaurante chino. Yo quería saber de ti... —La chica sonrió, tímida, y Yunkai le respondió la sonrisa:
—Volviendo al tema, hay algo que nunca entendí, y es cómo hizo mi padre para enterarse de que yo estaba en el apartamento de Jiang el día de la mudanza, cuando sus guardaespaldas me atraparon.
—Eso fue porque puso una guardia permanente frente a su edificio, cuando supo que Jiang había renunciado. Así te encontraron.
—¿Lo de la renuncia también se lo dijiste tú?
—Sí… ¿No estás enojado conmigo?
—Para nada. Al igual que mi padre, tú cambiaste mi vida.
Después de cenar se fueron a caminar por la costa del río Sena, en donde el reflejo de la luna se quebraba en ondas que se perdían en la margen opuesta. Barcazas de todos tamaños, adornadas con luces de colores, surcaban el agua. Una brisa fresca movió el vestido de Vivianne, que se estremeció. YunKai se quitó su costoso saco y se lo puso en los hombros:
—Mejor volvamos al auto. El frío te va a hacer daño.
Cuando la dejó frente a su puerta volvió a besarla en la frente. Vivianne le devolvió el saco, algo decepcionada: no era lunes, y su novio no pensaba tener sexo con ella.
***
Parada al borde del comedor del restaurante y con una carta de vinos en la mano, esperando que la llamara algún cliente, Vivianne soñaba despierta: pronto dejaría de trabajar en ese lugar horrible y comenzaría una nueva vida como miembro de la poderosa familia Tian.
Recordó la elegancia y el buen gusto de aquella mujer que había visto en el restaurante del centro, y pensó que podía ser mejor que ella. Tal vez algún día, del brazo de Yunkai, se la cruzaría de nuevo, y podría humillarla con su costosa ropa de diseñador y la noticia de que ya estaba casada. Se le escapó un suspiro:
—Algún día…
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Los enemigos
RomanceReceta para el desastre: Un francés de espíritu libre. Un chino apegado a las reglas. Un amor imposible. Una mujer capaz de arruinarlo todo. Historia bl de mi autoría. Todos los derechos reservados. Prohibido copiar, adaptar o resubir.