Nervios y Desafíos

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Gala

Río Gallegos siempre me pareció el lugar más remoto del mundo, pero también era mi hogar. Crecí en una familia trabajadora, donde mis padres se esforzaban cada día para darnos una vida digna a mis tres hermanos y a mí. Mi sueño de estudiar en la UBA parecía una locura para muchos, pero yo estaba decidida a lograrlo.

Cuando tenía 15 años, mi padre falleció, y la vida se volvió aún más difícil. Su muerte nos dejó a todos devastados, pero especialmente a mí. Él siempre había sido mi mayor apoyo, y perderlo tan de golpe me hizo cuestionar si podría seguir adelante con mis sueños. Mi madre y mi hermano mayor, Vito, trabajaron incansablemente para ahorrar el dinero necesario para que yo pudiera mudarme a Buenos Aires. Con sus ahorros y mi propio esfuerzo, logré mudarme a un pequeño departamento en el barrio de Flores. No era nada comparado a la vida que llevaba en mi ciudad natal, pero el ruido y movimiento de la capital me hacían llenar el pecho de orgullo de estar ahí.

Trabajé de todo para mantenerme durante mis años en Buenos Aires. Desde mesera en un bar hasta asistente en una tienda de ropa, pasando por cuidar niños y dar clases particulares de inglés. Cada peso que ganaba era una victoria y una prueba de que podía lograr mis objetivos. En la Facultad de Medicina, me especialicé en fisioterapia y me esforcé por sobresalir. Sabía que en mi contexto debía ser la mejor si quería tener éxito.

Durante mi último año, conseguí una pasantía con Daddy, el fisioterapeuta de la selección argentina. Fue un golpe de suerte, pero también el resultado de mi arduo trabajo. Me tomó mucho cariño, me enseñó todo lo que sabía y me ayudó a perfeccionar mis habilidades. Así que cuando me ofrecieron reemplazarlo mientras él cuidaba a su esposa enferma, sentí una mezcla de honor y pánico.

Aceptar el trabajo significaba entrar en un mundo que siempre había soñado, pero también uno lleno de expectativas y presión. La noche antes de mi primer día en el predio de Ezeiza, casi no dormí. Mis pensamientos estaban divididos entre el entusiasmo y los nervios. ¿Sería capaz de estar a la altura? ¿Me aceptarían los jugadores?

Debía estar ahí a las seis de la mañana y, como aún no contaba con un automóvil, me esperaba por lo menos una hora y media de viaje. A las cuatro ya estaba lista. Me había puesto el ambo negro que me regaló mi madre cuando me recibí y había armado dos bolsos pequeños: en uno tenía algunas mudas de ropa y mis artículos personales, y en el otro todo mi equipo de trabajo. Me apresuré caminando por Condarco hasta la parada del colectivo que debía tomar.

El viaje fue largo, pero me permitió calmar un poco los nervios que ya me habían cerrado el estómago. Todo iba a estar bien, ¿no? Yo era buena en mi trabajo y, evidentemente, Daddy pensaba que estaba lo suficientemente preparada como para reemplazarlo.

Me identifiqué en la entrada con la credencial que me entregaron la semana anterior y entré al predio de Ricchieri. Era inmenso y exactamente el tipo de lugar en el que soñaba trabajar cuando fantaseaba en Río Gallegos.

La sonrisa de Lionel Scaloni me recibió en el vestuario adyacente a la que iba a ser mi oficina.

—Llegaste tempranito, nena. ¿Ya te dijeron dónde te vas a estar quedando? —Una de las cosas que se me ofrecieron era quedarme dentro del complejo de la AFA. Después de todo, los horarios y la falta de movilidad propia me iban a hacer el llegar bastante difícil.

—No, todavía no me dijeron nada. Supongo que después del entrenamiento uno de los chicos me va a mostrar el complejo —le expliqué, empezando a quitarme el abrigo y atándome el pelo en una cola alta.

—Perfecto entonces. Ahora cuando vayan llegando los chicos te los presento. Podés ir dejando tus cosas si querés.

Entré a mi nueva oficina. Era amplia, con paredes color blanco, un escritorio con dos sillas, una camilla de masajes y un armario lleno de materiales de gimnasio. Era hermosa. Puse mi bolso de trabajo sobre el escritorio y el otro debajo del perchero de la entrada. Acomodé mis aceites y cremas en las repisas sobre la camilla y respiré hondo, mirándome al espejo. La clave para ganarme el respeto de estos jugadores no sería mi apariencia ni mi simpatía, sino mi habilidad profesional y mi dedicación. Estaba aquí para cumplir un sueño y no dejaría que nada me desviara de mi objetivo.

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⏰ Última actualización: Jul 25 ⏰

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