Alguna vez, con toda probabilidad en la escuela, vi un documental sobre los desastres naturales más catastróficos que habían azotado a la humanidad. Incendios, terremotos, inundaciones y huracanes, estos últimos siempre fueron mis favoritos, porque podía identificarme con ellos. Por su fuerza arrolladora, por su capacidad de sembrar el caos y la destrucción, por ser subestimados.
Me bastó un segundo, un segundo para ver a esa estúpida rubia y su mirada que decía "yo gané". Un segundo para ver la sonrisa de Sebastián. Un segundo para confiar por primera vez en mi sentido de la vista que lo entendió todo.
Un segundo para que el remolino dentro de mí se transformara en un huracán que prometía arrasar con TODO.
Di media vuelta sin decir una palabra, caminé con prisa hasta uno de los salones que daba al patio trasero, disfrutando de la sensaciones y pulsaciones. Este huracán traería consigo una tormenta eléctrica. Porque si el imbécil de Antonio creía que podía jugar conmigo, que tenía medidos a los Ferrer, yo estaba a punto de darle la lección de su vida.
En el breve recorrido escuché los pasos presurosos de Sebas y de los tacones de Alina, ¡oh, esa perra lo pagaría caro! Pero primero...
—Tori, Tori, por favor —Sebas suplicaba con verdadero arrepentimiento en su voz—, ¡Tori!
Me detuve en seco, localicé un jarrón de pinta costosa, lo sujeté con rapidez y, en cuando Sebas y Alina entraron a la misma habitación, lo azoté como si se tratara de un balón de futbol americano y no de porcelana.
El estruendo atrajo las miradas de muchos, si no es que de todos los curiosos que estaban afuera. Una puerta se abrió, por ella entraron Romi, Cecilia y al final Gabriel, que antes de cerrar la puerta le gritó algo a los de afuera que no fui capaz de entender.
—Tori, eso no es lo que parece.
¡Ay, Sebas, si supiera cuántas veces escuché esa frase!
—¿Qué carajos está pasando aquí? —Antonio apareció por otro pasillo, sus ojos se encontraron con los míos. Sonreí y hasta pude oler el miedo que salía por cada uno de sus poros.
Demasiado tarde, idiota.
—Yo creo que lo que vi es exactamente lo que parece. Tu papá invitó a tu ex —lo señalé a él—, preparó todo un espectáculo que culminaría conmigo atrapándote con ella —pasé mi dedo acusador hacia la chica—, para que terminara contigo en el mejor de los casos o al menos me largara como una pobre mujer engañada.
—Bueno —los ojos de Sebas pasaron de su papá a su ex y terminaron sobre mí—, creo que sí es lo que parece.
—Qué estupidez —bufó el imbécil de su progenitor—, ¿por qué me molestaría en hacer algo así?
Antes de responder, miré a Cecilia, esperando que pudiera leer la disculpa anticipada en mis ojos.
—Para que no le dijera a Sebastián que me acosté contigo hace años.
Varias copas debieron de caerse en ese momento porque escuché múltiples cristales quebrarse al otro lado de la puerta.
Gabriel y Romi reaccionaron antes que el resto y se apresuraron a correr las pesadas cortinas que permitían a los curiosos enterarse del drama.
—Así que me engañaste más de una vez. —La voz de Cecilia sonó más estable de lo que creí.
Espera, ¿más de una vez?, o sea que las sospechas que tenía no estaban relacionadas conmigo.
—No, Ceci. Yo...
—¿Él fue el cliente de tu papá? —El tono de Sebas era de auténtica sorpresa.
Asentí.
—Dijiste que no le habías contado nada —masculló Antonio, su cuerpo estaba tenso, los puños apretados.
—Ups. —Dejé que viera mi sonrisa.
—¿Qué? ¿Cómo que...? —Sebas lo miró y sus ojos estaban hechos de un fuego destructivo—. ¿Hablaste con ella a mis espaldas?
—Oh, papito querido hizo más que eso, dijo que le pediste ayuda para que me echara, que ibas a casarte con esa. —Contemplé a Alina, la victoria le había durado poco. Sus ojos iban de un lado a otro, de Antonio a Sebas, a mí, a Romi y de vuelta a Sebas—. Tú eras parte de todo, ¿verdad? —La risa que salió de mi garganta fue de todo menos amable—. ¡Claro que sí! Apuesto a que luego del aniversario de AVA lo buscaste en un último intento por recuperar a Sebas.
—Yo... yo... —balbuceó, estaba a punto de quebrarse.
—Así que todo lo de que la empresa está en bancarrota fue mentira. —Sebastián se volteó a ver a su abuela.
—¿Bancarrota? No estamos en bancarrota, ¿de qué hablas?
—¡Fue su idea! —gritó Alina—, él dijo que se encargaría de Victoria, me insistió en que tenía que asustarte con lo del dinero y que debía asegurarme de que nos viera juntos para que saliera de nuestras vidas de una vez por todas.
Mientras Alina salía corriendo, observé a todos los presentes en la sala, dejando mi vista fija en Cecilia.
—Mil disculpas, señora. No tengo excusa para lo que hice. —Sentía que varios pares de ojos estaban clavados en mí—. Y también mis condolencias y respetos por haber aguantado tanto tiempo a un hombre que es obvio que no sabe mantener sus votos y mucho menos cómo complacer a alguien en la cama —giré la cabeza para poder ver a Sebas—, aunque, si le sirve de algo, su hijo es realmente maravilloso.
—Chiquilla insolente —exclamó Antonio—, ¡no tienes vergüenza!
Volví a girarme, está vez para poder verlo a él.
—Ni madre tampoco, así que no sé si es algo que le gustaría saber a una, sé que a mí me enorgullecería. Ahora, si me disculpan.
Cerré con broche de oro mi actuación, esquivando los pedazos de cerámica del jarrón y al resto de la familia Ruiz. Corrí escaleras arriba.
Escuché a Sebas pronunciar mi nombre, pero no me detuve. Lo último que supe fue que una voz cansada susurraba:
—Tenemos que hablar.
En los cinco minutos que me llevó aventar todo a la maleta nadie vino a buscarme. Mejor así.
La arrastré de nuevo al piso inferior, que parecía estar vacío; en todo caso, nadie me interceptó. Salí.
Subí a mi coche y me largué de allí como cualquier huracán lo haría, sin ver los destrozos causados por mi arrebato.
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Número equivocado
RomanceCuando Victoria Ferrer, la influencer con un pasado escandaloso, y Sebastián Ruiz, un hombre en busca de redención, se encuentran por accidente, sus vidas se entrelazan en un giro del destino. Ella, conocida como #ParisTapatia, guarda un corazón pr...